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Ed. Seix Barral, año 2010. Tapa dura con sobrecubierta. Tamaño 19,5 x 12,5 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 56

Por Alonso Cueto

Los grandes libros hacen de nosotros quienes somos. A veces su influencia no es fácil de rastrear. Nos debemos
a nuestras lecturas, pues son ellas quienes -creo- nos han formado. Nuestras vidas, y la vida del Perú, les deben mucho a las novelas de Mario Vargas Llosa. Les debemos haber defendido en las páginas de los libros nuestra capacidad por rebelarnos y también nuestra capacidad de soñar. Les debemos habernos ofrecido sus vidas como caminos en el difícil arte de convivir con la injusticia y el poder. Pero junto con su energía y su fuerza, les debemos, sobre todo -creo-, su humanidad, es decir, su dolor, su vulnerabilidad, su eventual inseguridad. Son estas características humanas las que le dan su estatura de héroes.

El mundo de Vargas Llosa es un mundo de rebeldes y de soñadores que con frecuencia pagan caro sus anhelos, aunque nunca renuncian a ellos. La vida es, efectivamente, no tanto buscar un punto de llegada sino explorar una serie infinita de caminos, cruzados de decisiones y dilemas. Para estos personajes no hay un punto de llegada, solo un camino por el que quiere continuar. Pantaleón, Mayta y Flora Tristán nunca van a detenerse al final de un camino. El poema de Constantino Kavafis, que Vargas Llosa cita con frecuencia, afirma que la vida se sostiene por su propio discurrir, su propio movimiento. Lo importante no es llegar a Itaca. Lo importante es los descubrimientos, experiencias, aventuras del trayecto. Lo buscamos es que nos encontremos con muchas revelaciones en el camino. Lo que nos enriquece, lo que nos refuerza, lo que nos hace verdaderamente libres es continuar el viaje. No hay puntos de llegada sino andanzas, búsquedas, exploraciones permanentes. El viaje es un destino, no un camino hacia un punto. No hay un final. La vida como un descubrimiento, como una aventura, lejos de las consignas y las ideologías cerradas y los manuales, es esencial a la vida de un creador, de cualquier creador, es decir, de cualquier ser humano.

Tanto para el poeta Alberto como para Gauguin, para Flora Tristán como para «El loco de los balcones», esta búsqueda de la verdad se convierte en una cruzada vital. Al igual que los caballeros medievales que tanto lo asombraron en sus primeras lecturas, los personajes de Vargas Llosa son idealistas, a veces delirantes y apasionados, que luchan por un mundo en el que la verdad prevalezca por sobre las apariencias de las instituciones. Ninguna ideología o religión o manual de reglas anima a estos personajes. Su rebeldía no es programática sino instintiva. Su código no es de cuadernos o teorías sino de pasiones y acontecimientos. Su ética es sentimental, rabiosa, a veces desvariado y quijotesca. Su aventura es una aventura moral.

Por eso, si hay una lección en sus novelas, es que la historia no está hecha por unas supuestas leyes que se repiten o que pueden predecirse sino por caminos inesperados que construimos en base a la libertad. Nuestro futuro, social e individual, no es un destino que viene solo desde alguna conclusión de un destino sino una consecuencia de nuestra creación. No hay fines sino recomienzos en la historia.

Este sentido del viaje, del riesgo, de la aventura, ha sido siempre parte de la vida de Vargas Llosa. Su temprana opción de participar en los temas de su tiempo lo hizo abrazar muy joven la carrera del periodismo, una actividad que no ha abandonado desde entonces. El periodismo fue su modo de mostrar su pasión por la diversidad de lo humano en la realidad, y su optimismo en el diálogo y la polémica como formas de inspiración intelectual y social.

Creo que somos menos tolerantes a la corrupción y al autoritarismo, dos de las grandes constantes de la historia del Perú. Hemos comprendido por fin que sin ellas hoy seríamos un país mucho más desarrollado. Pero lo más importante es que hoy somos capaces de alzar nuestra voz en su contra. Hemos aprendido a hacer valer nuestros derechos, cuando ha sido posible.

En este proceso hacia la rebeldía, hacia el rechazo de las imposiciones, los dogmas y los abusos de la autoridad, me parece que a los peruanos nos han acompañado algunas voces ejemplares. Ninguna ha sido tan brillante, tan influyente, tan tenaz en ese proceso como la de Mario Vargas Llosa. Cuestionador permanente, su voz se ha alzado en episodios claves, como la matanza de Uchuraccay, en el intento de estatización de la banca y en las satrapías de la dictadura que hasta hace algunos años nos asolaba. Al hacerlo, ha seguido un camino parecido al de sus personajes. Ha sido a la vez un soñador y un rebelde.

Este tema esencial en su obra impregna, sin duda, su vida, aunque con un sesgo distinto. Si bien los temas de la rebeldía, de la utopía y del sueño forman parte de su lucha cívica, Vargas Llosa con frecuencia ha advertido acerca de lo inapropiados que resultan en la percepción de los problemas esenciales de una sociedad. Por eso las ficciones que resultan esenciales al arte son con frecuencia perjudiciales para la vida política y social. Los sueños utópicos de muchos de nuestros líderes y movimientos ideológicos han producido y siguen produciendo monstruos, para satisfacción de muchas visiones europeizantes sobre la América Latina. Esta es la premisa esencial -creo- del ensayo que sigue en este libro. Un liderazgo político que tenga los pies en la tierra y que trabaje con las demandas de la realidad cotidiana está mucho mejor preparado para el éxito que los arrebatos revolucionarios de los líderes delirantes y soñadores. Los sueños tan fértiles en el campo del arte pueden volverse delirios y pesadillas cuando se aplican a la realidad. Recordarlo no ha sido siempre cómodo para las fantasías de los líderes.

Y, sin embargo, la lucha cívica de Vargas Llosa no ha sido ajena a los sueños que impulsaron al poeta Alberto Fernández, y a los de su estirpe. Decir la verdad en un entorno hostil e indiferente ha sido también una costumbre de Vargas Llosa en episodios decisivos de nuestra historia moderna. Ilusionarse, soñar, polemizar, defender sus ideas, apostar a un futuro, defender en público los valores cívicos y políticos han sido apuestas realistas cuya tenacidad ha estado impulsada con frecuencia también por un rebelde que pertenece a la raza de sus personajes novelescos. Peruanos como él nos ha hecho ver a todos que valía la pena luchar por valores como la justicia social y por la libre expresión desde una tribuna que exalta los valores de los individuos y el derecho de cada uno a satisfacer sus necesidades básicas, su derecho a una vivienda, a una educación, a un trabajo y a la libertad, con una conciencia de la realidad que nos rodea.

Ese espíritu de sacrificio y de libertad sigue intacto en un escritor que siguiço peleando en la ficción y en la historia, en sus libros y en las calles. Gracias a ejemplos como el suyo, la vocación por la rebeldía y también por el viaje sigue intacta en nuestro corazón.