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Ed. Síntesis, año 2000. Tamaño 21,5 x 13,5 cm. Traducción de Miguel Etayo. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 160
Nacido el 12 de noviembre de 1840 en París, hijo de un modesto empleado, Auguste Rodin sigue desde los catorce años los cursos de la Escuela de Artes Decorativas, en la calle de la Escuela de Medicina del Barrio Latino. Allí coincide entre otros con Whistler y Fantin-Latour, y Jean-Baptiste Carpeaux, que entonces enseña modelado, corrige algunos de sus estudios. Alumno aplicado, incluso entusiasta, el joven Rodin pasa su tiempo pintando, modelando y dibujando en el Louvre y en la Biblioteca Imperial; se le encuentra también, con el lápiz en la mano, por plazas y calles.
Aspirante tres veces fracasado al ingreso en la Escuela de Bellas Artes, Rodin ha de ganarse el pan hacia los veinte años con un decorador. En el taller de Carrier-Belleuse, especializado en bronces artísticos, compone bustos y figuras de fantasía y trabaja en la decoración del hotel particular de la Paiva en los Campos Elíseos. Sin embargo, el Salón de 1864 le rechaza la máscara del Hombre de la nariz rota. Movilizado y, al final, declarado inútil para el servicio durante la guerra de 1870, abandona Francia para establecerse en Bruselas. Con su socio y amigo el escultor Van Rasbourg realiza cierto número de obras para la Bolsa y el Palacio de las Academias de la capital belga.
El año 1876 lo pasa en Italia donde estudia a Miguel Ángel -que lo influirá durante toda su vida- y a Donatello. Al año siguiente, otra vez desde Bruselas, hace su «tour de Francia» y expone en el Salón el modelo en yeso de su Edad del Bronce. Esta obra provoca un pequeño escándalo: los gacetilleros lo acusan de haberla vaciado del natural; parece demasiado fiel en la expresión de la musculatura y de las líneas. Las autoridades culturales nombran una comisión de investigación. Defendido por un grupo de artistas, Rodin acaba por ganar la causa. Para excusarse, el subsecretario de Estado de Bellas Artes le encarga una puerta destinada al Museo de Artes Decorativas, la famosa Puerta del Infierno.
Desde los años ochenta Rodin produce algunas de sus piezas más hermosas: Adán y El Pensador (1880), La Lujuria (1882), La Eterna Primavera (1884), La que fuera la bella Heaulmière (hacia 1885), El Beso (1886). Ocupando un amplio taller asignado por el Estado en la calle de la Universidad y asalariado por la fábrica de Sèvres, puede consagrarse en adelante a su arte. De 1889 a 1896 multiplica sus obras maestras: El Pensamiento, El Dolor, los bustos de Rochefort y de Puvis de Chavannes, el Monumento a Claude Lorrain en Nancy, Amor y Psique, La Ilusión…Su libertad, su audacia, le valen, sin embargo, numerosas críticas. En 1896 se decide que el grupo en yeso del Monumento a Víctor Hugo, encargado inicialmente para el Panteón, sea relegado al jardín del Luxemburgo, so pretexto de que el autor de Los Castigos está representado desnudo. Dos años más tarde se obliga a Rodin a retirar del Salón su extraña y voluminosa estatua de Balzac, encargada por la Sociedad de Escritores; debía adornar una plaza de París, pero no se instalará hasta 1939, y en el Boulevard Raspail.
A despecho de estos sinsabores, de estas incomprensiones, el nuevo siglo reconocerá definitivamente el genio de Rodin. En 1900, el año de la Exposición Universal, expone, en un pabellón propio en la plaza de l’Alma ricos aficionados extranjeros se disputan sus obras. Siempre modesto, trabajador impenitente, Rodin no cesa de esculpir a pesar de su gloria: La Tentación de San Antonio, El Escultor y su Musa, Romeo y Julieta, El retrato de Mrs. S. en mármol, los altorrelieves de Las Estaciones. Realiza además gran número de dibujos y acuarelas. Admirador del arte gótico, publica en 1914 un libro consagrado a las catedrales de Francia.
Muy independiente, inclasificable, el mayor artista plástico lírico del siglo XIX no tiene heredero. Captar la vida y el movimiento, deformando y maltratando la materia si era preciso, fue su ocupación constante. Murió el 17 de noviembre de 1917 en su casa de Meudon.
Estas entrevistas aparecidas en 1911, seis años antes de la muerte de Rodin, proponen un viaje por la obra y la técnica del escultor. Se encontrarán al final del volumen las paginas humildes y encendidas de su testamento estético.
Al principio de estas conversaciones, Rodin insiste en su trabajo «al servicio de la Naturaleza», heredero de una concepción grecorromana del arte centrada en la contemplación. Se ilustra con un método original: por su taller, cercano al Campo de Marte, desfilaban hombres y mujeres desnudos; en lugar de pedirles que posaran, Rodin esperaba a que los modelos adoptaran de forma natural una postura interesante para fijarla en un boceto de arcilla. Esta exigencia de espontaneidad debía permitirle esperar «la semejanza con el alma». El artista desvela a continuación los secretos de su ciencia del modelado: no considerar nunca las formas en el plano sino siempre en profundidad; la superficie debe surgir como el extremo de un volumen…Se comprende mejor la sensualidad, la vitalidad de sus creaciones y su movimiento, magistralmente definido como «transición de una actitud a otra». Rodin se explica de esta manera a propósito del decaimiento físico encarnado por algunas de sus estatuas: refiriéndose a Baudelaire y Shakespeare, que transfiguran la fealdad por medio de la emoción, admite que sólo cuenta para él «la verdad intensa de un carácter natural».
En el último capítulo, el Testamento, que él mismo se ocupó de redactar, Rodin aconseja a los futuros «sacerdotes de la belleza» admirar a los maestros sin copiarles y ser «ferozmente veraces»; en suma, «ser hombres antes que artistas».
INDICE
Prefacio
1- El realismo en el arte
2- Todo en la naturaleza es bello para el artista
3- El modelado
4- El movimiento en el arte
5- El dibujo y el color
6- La belleza de la mujer
7- Almas de antaño, almas de hoy
8- El pensamiento en el arte
9- El misterio en el arte
10- Fidias y Miguel Angel
11- La utilidad de los artistas
12- Testamento