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Ed. Universidad Nacional de Tucumán, año 1945. Tamaño 22 x 15 cm. Texto latino y traducción castellana de María Delia Paladini. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 114

De natura boni, San Agustín216San Agustín resume así su De natura boni (Retractationum II, Cap. IX): «El libro De la naturaleza del bien está dirigido contra los maniqueos. En él se muestra que Dios es natura inmutable y el sumo bien; que por él son todas las otras naturas, sea corporales sea espirituales; que todas en cuanto son naturas son buenas. Y qué es el mal y de dónde es y cuan grandes males ponen los maniqueos en la natura del bien y cuantos bienes en la natura del mal; naturas estas imaginadas por error de ellos. Este libro empieza así: El sumo bien al cual no hay nada superior, es Dios…»

San Agustín coloca esta síntesis después de Contra Felicem Manichaeum y antes de Contra Secundinum Manichaeum. Las mismas palabras de San Agustín nos dicen que la obra tiene doble faz: una filosófica y otra polémica. Siguiendo más de cerca el desarrollo de su pensamiento podríamos dividir la obra en tres partes: I-XXIII; XXIV-XL; XLI-XLVIII:

PARTE PRIMERA. Introducción (I-II). Dios es el sumo bien, creador de todas las cosas; todos los bienes grandes o pequeños, todas las naturas creadas proceden de él (I). Esta verdad basta para refutar a los maniqueos, quienes suponen la existencia de naturas malas no hechas por Dios; pero admiten que el bien procede de Dios (II).

San Agustín empieza buscando una definición del mal (III-XI). El bien se manifiesta en el orden, modo y especie de las cosas creadas (III). El mal no es otra cosa sino la corrupción del orden, modo y especie naturales. Cada natura, en cuanto natura, es buena (IV). Cabe por lo tanto distinguir el grado que cada natura tiene dentro del orden natural, y la corrupción que la hace mala (IV-VI). En las naturas irracionales esta corrupción procede de las diferencias que naturalmente median entre las cosas creadas (V-VIII); en las criaturas racionales que se corrompen por su propia voluntad, dejando a Dios que es el sumo bien, la corrupción pide un castigo (VII); el castigo da su orden a la natura racional en cuanto ha pecado, la cual sin embargo no deja de ser algún bien ya que sigue teniendo algún modo, especie y orden (IX). Sigue San Agustín explicando por qué son corruptibles las naturas: porque Dios, que es justo, quiso establecer una diferencia entre lo que engendró de él y lo que hizo de la nada (X). A Dios incorruptible nada le puede dañar (XI).

(XII-XXIII). Aquí San Agustín concluye repitiendo la argumentación inicial contra los maniqueos, y para probar, como necesitaba, que su concepto del bien abarca realmente todas las naturas, pasa a considerar la jerarquía de los bienes naturales, para mostrar lo relativo que es la calificación del mal que comúnmente se da a la disminución y hasta a la ausencia del bien, agregando que esta graduación de los bienes naturales muestra la armonía del universo (XII-XVI). Toda natura formada (XVII), hasta la materia informe —supuesto que exista— en cuanto tiene capacidad de tomar forma, es un bien (XVIII); por lo tanto viene de Dios inmutable que creó las cosas mudables; de Dios sumo bien y sumo ser, que no puede admitir otro contrario sino lo que no es (XIX). Resuelta así la relatividad del mal en lo absoluto del bien, completa San Agustín su argumentación deteniéndose sobre el concepto, también relativo, de dolor (XX), y analizando y aclarando el verdadero sentido de algunas expresiones del habla común sobre modo (XXI), mal modo, mal orden, mostrando que siempre hay que entenderlo en sentido relativo (XXIII).

PARTE SEGUNDA. Las verdades de la fe y de la razón tienen que ser confirmadas por el testimonio de las Escrituras (XXIV). Después de este axioma fundamental, el tono de la exposición cambia; se enuncia una tras otra una serie de proposiciones: Dios es inconmensurable e incorruptible y engendró al Hijo (XXIV); creó todas las cosas de la nada (XXVI); el pecado no procede de él sino de la voluntad del pecador (XXVIII) y no puede manchar a Dios (XXIX); por él son los bienes aun los mínimos (XXX); a él compete la remisión del pecado y el castigo del pecador (XXXI); por su justicia permite dañar a los malos (XXXII); también los ángeles malos lo son por su inicua voluntad (XXXIII). En conclusión, toda natura es buena (XXXIV, 1a. parte). A cada proposición siguen citas apropiadas en cuyo comentario alguna vez San Agustín se detiene (XXV sobre el valor de la palabra nihil; XXVII interpretación de de ipso; XXXIII interpretación de caelestis).

San Agustín pasa luego a comentar largamente la última proposición con el ejemplo del árbol del bien y del mal, que en sí mismo no era malo (XXXIV, 2a. parte y XXXV), con el fin de explicar más detenidamente algunos puntos: que el mal no es sino hacer mal uso del bien (XXXVI), y que el pecado no es más que un instrumento de la justicia divina (XXXVII). Después de una breve digresión sobre la naturaleza del bien y del fuego infernal (XXXVIII-XXXIX), se formula solemnemente la última conclusión: nada puede dañar a la natura divina (XL).

PARTE TERCERA. San Agustín se dirige ahora directamente a los maniqueos, reanudando el motivo polémico a que ya había aludido en el capítulo II. Su polémica se divide en dos secciones que corresponden, en cierto sentido, a las dos partes antecedentes. En la primera, San Agustín muestra que los maniqueos, con el principio dualístico que informa los míticos cuentos de su creencia, acaban por tener que admitir lo absurdo de infinitos bienes dentro del principio del mal y de males infinitos dentro de la misma substancia de Dios, en cuanto admiten que Cristo haya redimido del mal no la criatura pecadora sino la propia natura de Dios (XLI). En un absurdo aun más grande y sacrílego se enredan con sus fábulas sobre la mezcla del bien y del mal y sobre la lucha del bien para purgarse del mal, de donde resultaría en Dios la necesidad o la voluntad de pecar (XLII), y más y peores absurdos (XLIII).

Habiendo así subido hasta el último grado de su argumentación, se apaga aquí el motivo meramente conceptual de la polémica y en los últimos párrafos sobresale la intención moral. Admitiendo absurdamente los maniqueos, dice el Santo, que la natura de Dios sea oprimida y manchada por el mal, y contando que se liberta y purga del principio del mal, no sólo por los movimientos del sol y de la luna y el poder de la luz, sino también por la actividad de los que ellos llaman elegidos, es horrible decir las infamias increíbles a que los empuja su repugnante error. Efectivamente, San Agustín reproduce dos largos trozos de libros maniqueos: uno (XLIV) sacado del libro VII del Tesoro, donde se describe cómo los principios naturales buenos se liberan de los malos; otro (XLVI) sacado del Fundamento que cuenta el mito de la procreación del primer hombre, para mostrar en su comentario (XLV-XLVII) cuán absurdos son unos usos abiertamente practicados por ellos y cuán nefandos son otros de los que eran acusados. Al final del capítulo XLVI asoma por última vez el tema conceptual de la polémica. Nada pueden contestar los maniqueos acorralados en el dilema de renegar de su doctrina o de admitir prácticas nefandas que de ella proceden. El ímpetu polémico se aplaca por fin y se transforma en una plegaria a Dios por la conversión de los maniqueos (XLVIIJ).

Es casi seguro que San Agustín escribió De natura boni en 399 siendo obispo de Hipona. De natura boni pertenece, pues, al período en que la actividad polémica del Santo se dirige particularmente contra la secta a la que había pertenecido antes de su conversión. Se podría iniciar la lista de obras que reflejan esta actitud con De libero arbitrio, empezada en Roma en 387, al año siguiente de su conversión. Siguen los tratados escritos en Hipona antes (391-396) y particularmente después de su ascensión a la dignidad episcopal: Contra epistolam manichaei, escrito alrededor de 397; De agone christiano, en 397; Contra Faustum manichaeum, en 398; De actis cum Felice manichaeo, en 398; De natura boni, en 399 y Contra Secundinum manichaeum, entre 399 y 406.

Más tarde San Agustín retomó esta polémica aunque por breve tiempo y por vía indirecta. En 415, con la obra contra el priscilianismo y en 420 con la refutación del marcionismo. Por fin dedica a los maniqueos uno de los parágrafos más largos y detallados en su catálogo De haeresibus, escrito en 428-29.

Aunque De natura boni no se puede entender si se lo saca de la atmósfera polémica donde nació, quizá sea, junto con De libero arbitrio y De duabus animabus, uno de los escritos donde la meditación sobre el problema moral y doctrinal se independiza más de los motivos polémicos y toma el aspecto de un tratado sistemático.

M. D. P.
Tucumán, enero de 1944.

INDICE
Advertencia
De natura boni (texto y traducción)
Notas
Apéndice