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Ed. Hyspamérica, año 1986. Tamaño 20 x 14 cm. Traducción de Dora D. de Halperín. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 262

Magnus Morner070“En 1953, la versión inglesa del estudio de Magnus Mörner sobre los jesuítas en la región del Plata comenzaba una trayectoria paradójica. Recibida con la atención que merecía por estudiosos y revistas históricas, iba a asegurar, sin embargo, al estudio del investigador sueco una difusión sólo limitada, en parte porque su publicación se debía a un centro (la biblioteca e Instituto de Estudios Iberoamericanos, de Estocolmo) que sólo estaba comenzando actividades destinadas a suspenderse bien pronto.

Desde esa extrema orilla del mundo de los hispanoamericanistas, el estudio de Morner propone una imagen que se quiere desapasionada y objetiva de un proceso que suele contemplarse con menos serenidad. Al seguir las actividades de los jesuítas en el Río de la Plata, Mörner viene a ubicarse resueltamente en el centro de una trama en la que se entretejen complejos problemas históricos: no sólo los de ese Estado misionero que desde hace siglos no ha agotado la curiosidad de cuantos a él se aproximaron; también los que plantea el lugar de la Orden en la sociedad colonial española, y tras de ellos los aun más generales de la colonización misma.

En efecto, es en las tierras ya colonizadas, y en las incipientes ciudades españolas, donde comienza por instalarse el núcleo de los establecimientos de la orden. Los colonos, cuyos intereses defiende la Compañía (por ejemplo, en el conflicto en torno del comercio atlántico con España y el Brasil), dan su apoyo a las fundaciones piadosas. Los jesuítas adoptan por su parte los modos de vida de los conquistadores: en 1608 será necesaria una orden del General para que el colegio de Santiago de Chile renuncie a exigir servicio personal a los indios que le han sido encomendados.

Pero la situación cambia en pocos años: los jesuítas, que desde 1604 están organizados en una nueva provincia (la del Paraguay), se apartan progresivamente de su actitud original. Las relaciones con los colonos españoles se hacen tensas desde la visita del oidor de Charcas, Francisco de Alfaro, de cuyas ordenanzas de 1611, que excluyen el servicio personal de los indios encomendados y fijan el tributo a una tasa notablemente baja, se vio, no erróneamente, el influjo de los jesuítas.

Las consecuencias se hacen sentir inmediatamente; la Compañía debe buscar nuevos apoyos económicos capaces de reemplazar la generosidad de los colonos, ahora hostiles. Son las estancias de los colegios; son, sobre todo, las misiones. En los años que siguen, hasta 1620, se echan los cimientos del «Estado jesuítico» del Paraguay. La corriente de penetración hacia el Guairá es detenida por los mamelucos paulistas en 1628; el Guairá será evacuado en 1631; más de diez mil indígenas, tras de una trágica retirada, se instalan sobre el eje del Alto Uruguay que es ya la otra línea principal de penetración misionera, que se proyecta continuar en una cadena de fundaciones que alcance la costa atlántica.

El proyecto no ha de realizarse nunca, a causa sin duda de la resistencia de los colonos brasileños —manifestada tanto más vigorosamente después de la restauración portuguesa de 1640— pero también del recelo de los colonos españoles, que dan sólo ayuda insuficiente a las misiones, transformadas en bastión avanzado de la resistencia antiportuguesa. Este doble fracaso —el del Guairá, el del proyecto atlántico— fija para el «imperio jesuítico» límites que serán aproximadamente definitivos.

Mientras la Orden pierde paulatinamente una parte de su impulso misional, gana en la Corte una posición favorable que no dejará de hacerse sentir en la actitud de la administración colonial. Pero la amenaza portuguesa sigue pesando sobre las Misiones: en 1680 se funda la Colonia del Sacramento. Anticipación de lo que será el siglo XVIII en el Litoral rioplatense: ahora lo que disputan portugueses, jesuítas y vecinos de las ciudades españolas es —más bien que una masa de indígenas que cautivar, o el control de la ruta del Potosí— el botín de ganado y cueros de la Banda Oriental.

No es ese el único cambio aportado por el nuevo siglo. En éste surge todo un clima nuevo y menos favorable a la acción jesuítica, a cuyo examen destina Mörner un post-scriptum escrito especialmente para esta edición en español. Las resistencias nuevas que la Compañía encuentra son referidas a dos procesos paralelos: el crecimiento de la sociedad colonial rioplatense, sobre todo en el área litoral (que hace menos imprescindible ese escudo que durante la etapa anterior las Misiones representaron frente a la presión portuguesa) y el vigor nuevo del aparato estatal español en las Indias, tanto en el aspecto militar como el administrativo, que también para él transforma las relaciones con la demasiado poderosa Compañía.

Ésta puede, por un momento, utilizar en su provecho el más amplio poder de decisión de una autoridad regia más vigorosa; bien pronto, sin embargo, ésta se volverá en contra suya; para Mörner los jesuítas serán víctimas, más bien que de las nuevas corrientes secularizadoras, de un regalismo más vinculado con la afirmación del poderío regio que con cualquier toma de distancia frente a las actitudes religiosas heredadas.

En todo caso la expulsión dejará en el Río de la Plata un hueco inmenso: lo deja en las Misiones, cuya decadencia —aunque más lenta de lo que suponen las imágenes catastróficas trazadas por algunos de los expulsos y sus adictos— es sin embargo irremediable, pero también en más de una comarca donde el recuerdo de la Compañía sobrevivirá al extrañamiento: en Córdoba, en Santa Fe, en la misma Buenos Aires…

Ese hueco tan vasto confirma las dimensiones de la empresa jesuítica, las del éxito que ella alcanzó en el Río de la Plata. ¿Cuál es el secreto de ese éxito? En cuanto a las misiones, una de sus claves fue que el esfuerzo misional se ejerció sobre una población indígena de tradición agrícola arraigada (los fracasos a que en el Chaco condujeron las tentativas de reducir a pueblos de cazadores proporcionan una confirmación de este punto de vista).

Sin duda la organización de las Misiones encierra rasgos originales que no podrían explicarse apelando a las formas de colonización española ni a los modos de vida de los indígenas (siguiendo a Alfred Métraux, Mórner señala todo lo que el régimen de las Misiones debe a la constitución social de los grupos guaraníes, pero observa también hasta qué punto las evacuaciones y transferencias de pueblos debieron romper esos cuadros sociales primitivos).

Aunque el pasado indígena y la tradición española no basten para explicarlo todo, Mörner nos invitará a tenerlos constantemente presentes: es preciso recurrir a ellos para entender cómo el establecimiento de las Misiones fue siquiera posible. Es en particular el marco del Patronato regio (instrumento de vasta eficacia colocado en manos de una corona cuya autoridad se afirma difícilmente en tierras indianas, y es a menudo delegada explícita o implícitamente en quienes pueden ejercerla mejor porque han sabido arraigar con más firmeza en las tierras que se trata de sujetar), el que hace comprensible la acumulación de funciones políticas y religiosas en las manos de la Compañía en el Río de la Rata.

Pero por qué pudieron precisamente los jesuítas ocupar un lugar tan importante en las nacientes colonias rioplatenses? Sin duda ello se debe en parte a un celo religioso que se vierte también sobre empresas sólo vinculadas en forma indirecta con objetivos misionales. Frente a la corrupción o la indiferencia de más de un funcionario, la abnegación, la tenacidad de los jesuítas son una decisiva carta de triunfo.

Pero Mörner no oculta que ese celo conoció altibajos, que sólo en parte pudieron ser contrarrestados en sus efectos por las medidas de una superioridad que los advertía muy bien. Aun entonces, sin embargo, otra causa del éxito jesuítico sigue manteniendo plena vigencia: es la superioridad cultural de esa élite internacional que no podía encontrar rivales entre los funcionarios relegados a ese rincón del imperio que era el Río de la Plata, y aun menos los hallaría entre los colonos mismos.

Esta superioridad —decisiva en el campo de la economía como en el de la administración pública— asegura a los jesuítas una gravitación de la que, por otra parte, su prestigio religioso y el poderío relativo de los sectores que dominan en la economía regional no son tampoco bases desdeñables.

También en este aspecto, sin embargo, el siglo XVIII significa el fin de la situación en la cual se ha afirmado la presencia jesuítica en el Río de la Plata: si mientras ésta duró la Compañía pudo ofrecer rivales dignos a los nuevos funcionarios que ahora ponían al servicio de la Corona un celo más íntegro y mejor informado, el combate era ahora menos desigual.

Del mismo modo, en el marco de una economía regional en crecimiento, la importancia del sector controlado por la Orden —que en el siglo XVIII se entregó por otra parte a una inoportuna tendencia al consumo conspicuo, traducida en el afán por erigir nuevos edificios con fines religiosos debía necesariamente disminuir.

Por detrás y por encima de las polémicas entre defensores y detractores de esa vasta experiencia —que dejó un sello ya imborrable en las primeras etapas de la historia rioplatense— Mörner nos invita a ver en su violento final el signo de un ascenso imperial y regional que hacía ya menos necesaria la presencia jesuítica; en este sentido la Compañía iba a ser victima de sus éxitos más aún que de sus fracasos”.

Tulio Halperín Donghi, año 1968

INDICE
Presentación de la edición castellana
Prólogo a la primera edición castellana
Introducción
I- La Compañía de Jesús
Introducción
II- El Río de la Plata a comienzos del siglo XVII
1- Los comienzos, 1585-1628
2- La crisis exterior, 1628-1641
3- La época de Cárdenas, 1642-1668
4- Progresos, 1669-1700
Las opiniones de autores anteriores y del autor
Conclusiones
Post Scriptum
La era borbónica
Excursus
Material estadístico
Examen de las fuentes y de la bibliografía
Nota de los capítulos
Apéndices A-F
Bibliografía