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Ed. Gedisa, año 1991. Tamaño 20 x 13,5 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 240

temores-y-fobias328Una década —el espacio de tiempo que separa un prólogo de otro— es más que suficiente para que un libro envejezca, pierda vigencia y pase a engrosar el vigoroso lote de lo que ha sido llamado «el conocimiento inútil». Sin embargo, es una gran satisfacción constatar que Temores y fobias resiste el paso de tiempo y hasta me animo a decir que se trata de una suerte de resistencia heroica, que nada tiene que ver con las resistencias propias de las defensas del yo al saber del inconsciente, sino todo lo contrario, de un obstinado empeño en mantener una interrogación y una reflexión abierta al saber.

Temores y fobias vio la luz a comienzo de la década de 1980, una década que para los medios psicoanalíticos de habla hispana se caracterizó por el olvido deliberado de las nociones de génesis, desarrollo, conflicto y angustia ante el conflicto en la comprensión y explicación de la psicopatología. El imperio del deseo, en su vertiente libidinal, y en su recorte materno, han contribuido a radicalizar un campo del conocimiento que se caracteriza de antemano —dada su pertenencia al dominio de las ciencias humanas— por las dificultades en la comprobación de las propuestas, por la existencia de un conjunto de bandos que se ignoran y desconocen entre sí.

Este malestar, esta suerte de provincianismo del saber, este coto cerrado en que el psicoanálisis se debate desde sus orígenes, es el hilo conductor que me condujo tanto a escribir Temores y fobias, a mis reflexiones posteriores, como a reiterar e insistir en esta dirección diez años después.

En una época en que todo progreso del conocimiento se realiza por medio de una complejización creciente de los factores tenidos en
cuenta, por una suma de información que ya no reconoce fronteras idiomáticas ni temporales, que se obtiene con sólo apretar una tecla; una época en la que imperan las fusiones, los políglotas, los mestizajes de todo tipo y color, en que se derriban todos los muros, en esta misma época en los medios psicoanalíticos se apela al purismo y se considera de «rigor científico» un trabajo en cuya bibliografía sólo se mencione al fundador…

La propuesta que Temores y fobias iniciaba se caracteriza por todo lo contrario. Si es posible acudir a un paralelo para su mejor ilustración remitiría al lector a trazar una equivalencia entre el valor de los niveles plasmáticos de colesterol como indicador de un proceso aterogénico y el fenómeno del temor o la fobia como índice de un desequilibrio subjetivo.

En ambos casos es necesaria una minuciosa investigación de los diferentes componentes posibles en juego. No se trata de una causa única, ni de una condición fundante, ni de una cuestión de los orígenes remotos, ignotos o imposibles a la aprehensión significante. Se trataría, más bien, de un complejo entramado, de una combinación, de una constante retroalimentación.

El riesgo de ateroesclerosis coronario está mediado a través de las proteínas de baja densidad, las LDL, pero las concentraciones elevadas de LDL en plasma dependen del descenso de la actividad del receptor para las LDL o en su defecto congènito, que da lugar a una reducción del aclaramiento del LDL y a la conversión de remanentes VLDL a LDL. El receptor de LDL está sometido a un control de retroalimentación por el colesterol libre intracelular. El colesterol plasmático como la fobia en cuanto fenómeno es sólo un indicador final, un efecto de un conjunto articulado de factores que deben especificarse para su correcta atención.

El riesgo permanente en que vive el sujeto fóbico, la angustia que borda su existencia sería un efecto, un resultado final nunca de una única condición, a saber, retorno de un fantasma sexual reprimido, de un impulso hostil, de un límite imaginario a falta de uno exterior. De ninguna manera queremos descartar la importancia de estos factores, pero sí destacar su carácter de Unidades elementales que en cada persona singular pasarán a formar parte de un proceso de descomposición y recomposición con otras unidades de organización de la subjetividad, como son el sistema de identificaciones, el sistema de valoraciones, el código semiótico aportado por los otros significativos.

¿Qué es lo que opera como obstáculo para que un saber único como el que posibilita el psicoanálisis no cese de caracterizarse por el reduccionismo y las luchas domésticas? Mientras diagramo el mapa de los factores multicausales de las fobias me veo invadida por los siguientes pensamientos: Freud no aparece por ningún lado, no se destaca la sexualidad; déficit yoicos y trastornos narcisistas me acercan a la psicología del yo; hablar de identidad es un concepto anticuado y rechazado en el marco de las ideas de Lacan. ¿Es la filiación al padre, el terror a la orfandad lo que impide un trabajo productivo en el nivel de las ideas, de los paradigmas vigentes, el malestar del psicoanálisis? ¿Una falta de límites y de delimitación de órdenes entre la relación transferencial terapéutica y la producción científica? ¿Es necesario siempre pensar y hablar con otro, como diálogo analítico, o la producción teórica no sólo se rige por la gramática del inconsciente sino que debe ser solitaria, de ruptura y en proceso secundario?
El mapa propuesto (véase el diagrama de la página 10) pretende esquematizar una forma de articulación posible entre los múltiples componentes que contribuyen a la estructura de una organización psicopatológica, en este caso las fobias.

En primer lugar, si una persona se siente en peligro habría que considerar cuál es su estrategia guerrera: ¿valora de modo excesivo las fuerzas del enemigo o infradimensiona los poderes con los que cuenta? ¿Es el objeto fobígeno, por definición nocional, un objeto inofensivo para la razón, o se trata de «una razón» que opera con un factor deficitario —la representación imaginaria de sus recursos posibles— y que instituye la realidad misma con un coeficiente de peligrosidad ajeno a la razón ajena? ¿Este «ser fóbico» se estructuró de la mano de un progenitor fóbico que junto al apretón afectivo «colaba» significantes de enigmático temor o el mandato que sólo de la mano del objeto protector hallaría seguridad? Identidad de fóbica/a construida sea por identificación a padres que se consideran en peligro o que identifican en el niño/a un ser siempre en peligro.

Esta asunción permanente de la imperiosa necesidad de un semejante siempre presente, de una cálida mano que acompañe el desvanecimiento nocturno, ¿dejó como consecuencia áreas del saber y del hacer sin explorar, sin dominar? ¿Se encuentran los adolescentes lanzados por la presión de la época a una sexualidad precoz con sus enormes puntos ciegos en torno del tomar decisiones, evaluar riesgos, planear por anticipado, todo ese mundo que el adulto ejerció sin enseñanza? La timidez, el «no sé qué hacer, qué pensar», el ridículo, la vergüenza, dan forma a lo que justamente no tiene forma ni sustancia, y constituyen verdaderos «agujeros negros» de la subjetividad que desembocan en fobias.

Freud nos mostró el camino de los múltiples disfraces de la angustia, y la angustia halla el camino facilitado para su trasposición a cualquiera de los demonios consagrados, antiguos, modernos y posmodernos: el diablo, las enfermedades, la sangre, los aviones, los ascensores, las multitudes, la soledad, las arrugas, el infarto. En realidad, este enmascaramiento es el más frecuente para todo tipo de angustias: de derrumbamiento del yo, persecutorias, de colapso de la autoestima, culpa, prohibición de la sexualidad. Es menos habitual que la psique invente peligros más originales: las tazas verdes que amenazan o el caballo que muerde son cada vez más raros.

El proceso por el cual un afecto —el cambio corporal generado en la relación del sujeto con el medio— encuentra un correlato de significación, es el proceso central de la estructuración del mundo subjetivo humano, el mundo simbólico. El mecanismo de trasposición de la angustia se solapa con el proceso mismo de simbolización humana y debe ser diferenciado del desplazamiento defensivo, pero ambos mecanismos pueden dar lugar a fenómenos de temor en la conciencia.

A su vez cada uno de estos componentes, que pueden ser rastreados en sus distintas génesis, rara vez actúan en solitario, quizá con la única excepción de las experiencias traumáticas en sus efectos inmediatos. Pero la investigación no se agota en la ubicación de su origen, sino que debe proseguir en los efectos de retroalimentación que ejercen uno sobre otro, en el proceso permanentemente productivo de potenciación que una inhibición ejerce en el sentimiento de impotencia del yo, en el fracaso repetido de las aspiraciones no logradas, en el desvanecimiento de la confianza y, por lo tanto, en la ratificación certera del «no puedo».

¿Es posible ante un niño tímido, ante un adulto con crisis de pánico y claustrofobia, ante una mujer apagada y desvitalizada por un sinnúmero de inhibiciones, trazar su mapa de los componentes presentes, la especificidad de su combinatoria, la severidad y rigidez de algunos de los enlaces, la prioridad en el ataque de los déficit o de los excesos que deben tenerse en cuenta para su adecuada corrección?

Creemos que no sólo es posible, sino imperioso. Una ampliación de la comprensión de los mecanismos causales contribuiría a una mayor precisión diagnóstica y terapéutica, como asimismo a rectificar uno de los malestares que amenazan seriamente al campo psicoanalítico: la falta de diálogo y debate de sus paradigmas en el concierto de las ciencias sociales.

Madrid, marzo de 1991

INDICE
Prólogo a la reimpresión
Prólogo
1- Introducción
2- Fobias por trasposición de la angustia
3- Fobias por identificación
4- Temores del desarrollo por insuficiencia o por proceso cognoscitivo
5- Fobias por insuficiencia de funciones del yo. Trastornos en la sublimación
6- Fobias traumáticas
7- Formas mixtas o articuladas
8- Síntoma y neurosis
9- Bibliografía