Precio y stock a confirmar
DVD Original
Estado: Nuevo
Origen: Estados Unidos
Color
Formato: Widescreen
Idioma: Inglés
Subtítulos: Castellano
Duración: 112′
Director: Wayne Wang
Actores: William Hurt, Harvey Keitel, Carrasco Emmanuel Arturo, Federico Pulice, Victor Argo, Stockard Channing,
Harold Perrineau, Forest Whitaker, Esteban Tur Llacer
Todo comenzó con una historia de navidad. El novelista norteamericano Paul Auster había publicado para ese entonces una buena cantidad de novelas (La Trilogía de Nueva York, El Palacio de la luna), pero nunca había escrito un cuento. Fue entonces cuando recibió el encargo. Un editor del New York Times quería un breve relato navideño para la edición del 25 de diciembre de 1990. Con paciencia y un singular arte de la persuasión, logró arrancarle al escritor la promesa de que, al menos, lo intentaría.
Como le ocurre muchas veces a los escritores con sus textos -a los periodistas con sus artículos, a los estudiantes con sus monografías- la idea de un argumento se le ocurrió sólo en el último instante, al borde la capitulación. Fue en ese momento de desconcierto y frustración que abrió la caja de cigarritos holandeses que gusta fumar y se le cruzó la imagen del hombre que se los vendía en Brooklyn, el barrio neoyorquino donde vive desde hace veinte años.
«Todo eso me llevó a pensar -recuerda, una vez terminado el montaje de Smoke, película de la que fue guionista y tuvo su germen en ese relato obligado- en las clases de encuentros que uno tiene en Nueva York con gente que ve todos los días y en realidad no conoce. La historia surgió literalmente de esa caja de cigarros.»
«La historia de Auggie Wrenn», nombre de un imaginario vendedor del estanco que le cuenta sus experiencias al propio Auster, fue escrita de un tirón y contra reloj. Y como subraya el escritor, lejos está de ser un típico cuento dulzón y lacrimógeno del género. No al menos en la tradición victoriana de Charles Dickens. En sus escasas páginas, las ideas más convencionales (la de pertenencia y robo, de mentira y verdad, la de la identidad) son tratadas sin ortodoxias. Párrafo a párrafo, como sucede en muchas de sus novelas, una nueva vuelta de tuerca espera a los lectores.
Sin saberlo, al poner el punto final de ese cuento, el autor de Leviatán estaba dando su primer paso hacia el mundo del cine, un terreno que había sido esquivo a sus obras a pesar de la fácil inclinación de la industria norteamericana a deglutir todo tipo de productos literarios.
El resultado serían dos películas independientes, la ya nombrada Smoke y Blue in the Face -aún sin fecha de estreno en Buenos Aires-, que llevan la firma del propio autor neoyorquino. La primera, como guionista y mano derecha del director; la segunda, su bautismo de fuego detrás de las cámaras.
Pero el camino estaría lleno de obstáculos: para ese final feliz, fueron necesarios cuatro años, por lo menos seis borradores distintos los unos a los otros y la continua impresión de que, por falta de presupuesto, el primer film nunca llegara a realizarse.
Publicada la historia, todo continuó con un cineasta nacido en Hong Kong, pero afincado en San Francisco (Wayne Wang) que ese día de navidad no recibió en su domiciio, como acostumbraba todas las mañanas, la edición del New York Times. Molesto, fue a una tienda y se hizo del último ejemplar que quedaba. Después de hojear el diario, se topó con el cuento firmado por un tal Paul Auster. Apenas terminó de leerlo supo que de allí -de esa historia que apenas prometía un cortometraje- saldría su próxima película.
«Alternativamente fui llevado de las lágrimas a la risa. Me volvieron a la memoria muchas de mis propias experiencias. Al final, sentí que alguien a quien me sentía muy cercano me había hecho un hermoso regalo de navidad. Apenas terminé el cuento le pregunté a mi esposa: ¿Quién es Paul Auster?» A partir de esas dos secuencias -el escritor que logra dar con su argumento, el cineasta que apenas lee el relato puede visualizar un film futuro- irá tomando forma, esbozo tras esbozo, Smoke, que además de ser la primera experiencia como guionista profesional de Auster, es la película más original y menos standard de Wang.
En Smoke (Humo), los personajes no dejan pasar un instante sin encender un cigarrillo y cada toma parece regodearse en ese silencioso rito que éstos llevan adelante. Es, indirectamente, un cross a la mandíbula del puritanismo norteamericano, comprometido en el cada vez más poderoso lobby antitabáquico.
Pero ese humo concreto -el de los cigarrillos que crepitan una y otra vez al son de los fósforos- es apenas la superficie de la película, su barniz. La conversación que mantienen los personajes se convierte también con el correr de la película en un humo de palabras, discursos enfrentados que impiden el diálogo verdadero y artimañas para que los protagonistas no muestren su verdadero rostro.
«Diría que la palabra humo dice muchas cosas al mismo tiempo -razona Auster-. Se refiere por supuesto a la tienda de tabaco, pero también a la forma en que el humo puede oscurecer las cosas y hacerlas ilegibles. El humo es algo que no está nunca fijo, que está siempre cambiando su forma. Del mismo modo los personajes siguen cambiando mientras sus vidas entran en contacto… de algún modo cada personaje cambia según la persona que tiene al lado.»
El escenario principal es la tienda de Auggie, pero aquel cuento original explotó ahora en distintas historias que parecen autónomas y a la deriva hasta que, en el último tercio de la cinta, se amalgaman para conformar un engranaje cerrado y sin fisuras.
En el centro del relato, encontramos a un escritor bloqueado tras la muerte accidental de su mujer, a un adolescente negro que busca a su padre (tópico por antonomasia de la literatura norteamericana y de Auster en particular), al padre que no conoce a ese hijo y todavía se siente culpable por la muerte accidental de su ex esposa, y a una serie de personajes que se mueven alrededor de la trama como el coro de una tragedia griega (aunque lejos está Smoke de una tragedia).
Sin olvidarnos, por supuesto, de Auggie Wrenn. Detestable y adorable al mismo tiempo, malhablado y ventajero, siempre mostrando una cara distinta, es el eje y el alma del film. Un ejemplo: con la pasión de un artista de barrio saca desde hace años todos los días a la misma hora (como un discípulo proletario de Andy Warhol) una foto de la tabaquería donde trabaja. Al confiarle su hobbie al personaje más intelectual de la obra se convierte inesperadamente de vendedor rudimentario en pensador zen. «Nunca lo vas a entender si no vas más despacio -le dice Auggie a Paul, el escritor, que hojea el album de fotos con perplejidad-. Son todas iguales, pero cada una es diferente de la otra». Será con él y con el cuento que le relata al escritor -lo único que quedó de aquel texto original- que se cierra la película. Otra clase de humo: diez minutos de relato en pantalla que logran que Auggie conquiste definitivamente al espectador.
La versión final de Smoke fue trabajosa. Auster escribió por lo menos seis versiones del guión, cada uno mas ajustado que el anterior, cada uno con nuevas ideas. El principal problema, sin embargo, era presupuestario. Gracias a los buenos oficios de Wang se logró reunir finalmente un elenco de primer nivel que trabajó más por amor al arte que por el dinero con que podía recompensarlo la modesta producción: entre otros Harvey Keitel (como Auggie), William Hurt, Forest Whitaker, Harold Perrineau y Ashley Judd.
Una película complementaria
Un día, mientras algunos actores se entrenaban improvisando, Auster y Wang tuvieron la idea de realizar una segunda película. Así surgió Blue in the Face, que se filmó en apenas tres días, fue el debut del escritor como director (junto a Wang) y tuvo como única guía notas que el propio novelista improvisaba en el set entre descanso y descanso.
Complemento casi necesario de la primera y concebida como un divertimento, Blue in the Face es una película fresca y celebratoria.
Vuelve a tener como escenario la tabaquería, por el que ahora transitan distintos personajes que filosofan sobre el valor del tabaco y homenajean a «la gran república de Brooklyn».
Auggie, por supuesto, vuelve a estar entre ellos, aunque esta vez es acompañado, en una suerte de guiño al espectador, por gente de la talla de Lou Reed, el cineasta Jim Jarmusch, Lily Tomlin, Michael J.Fox, o Madonna.
La experiencia de Auster en el cine podría haber sido -como ocurre con otros colegas suyos como Alain Robbe Grillet, JP Toussaint o el propio Normal Mailer- una continuación de su obra narrativa por otros medios. Prefiró, sin embargo, ahondar otros caminos. Algunos críticos lamentaron que como guionista se despojara de algunas de sus principales marcas como narrador (sobre todo el fatídico pesimismo de sus primeros textos) para rezumar un humanismo ligeramente naif. No supieron ver en cambio la honestidad y la humildad, difícil de hallar en el arte de hoy, de no repetirse a sí mismo.
«Las películas tienen dos dimensiones. La gente las ve como si fueran «reales», pero no lo son. Son imágenes proyectadas en una pantalla… y tendemos a verlas pasivamente… Nos cautivan, intrigan y deleitan durante un par de horas, pero cuando salimos apenas recordamos lo que vimos. Las novelas son totalmente distintas. Para leer un libro hay que estar activamente comprometido con lo que dicen las palabras. Hay que trabajar, hay que usar la imaginación. Una vez despierta la imaginación uno entra en un libro como si se tratara de su propia vida… se entra en un mundo tridimensional».
Escritor a fin de cuentas, Auster defiende su métier ante el cine y el imperio de la imagen. Pero que el narrador escribiera guiones no es, como hacen creer sus declaraciones, sólo producto del azar. Parece ser en cambio una ambición postergada.
Devoto del séptimo arte, declara su predilección por directores como Jean Renoir, Yashujiro Ozu, Satyajit Ray o Robert Bresson.
De hecho en su juventud consideró seriamente dedicarse al cine. Cuando vivía en París intentó sin éxito ingresar en el Idhec, la escuela de cinematografía francesa, y realizó esporádicamente trabajos para algún productor. Años antes, todavía estudiante, había escrito también sin fines comerciales un par de guiones de películas mudas al mejor estilo Buster Keaton.
«Eran largas y detalladas descripciones, setenta u ochenta páginas muy elaboradas y meticulosas. Cada gesto estaba expresado en palabras», describe con nostalgia esos manuscritos extraviados.
Otros datos: en 1990, poco antes del decisivo llamado de Wayne Wang, estuvo a punto de escribir un guión para el alemán Wim Wenders, que finalmente fracasó por falta de dinero. Ese mismo año Philip Hass, documentalista pasado a la ficción, adaptó libremente su novela La música del azar. En esa versión -que tiene un final distinto al de la novela- el propio Auster hace un cameo de 30 segundos como actor. Paradójicamente, en el celuloide es el encargado de salvar al personaje que en las páginas por él escritas tenía un destino menos feliz.
A pesar de su grata experiencia como guionista y co-director, no ve su futuro relacionado con el cine.
«No creo que vuelva a dirigir -aseguró poco después de terminar con Blue in the Face-. Fue una experiencia increíble y estoy feliz de haberla tenido, estoy contento de haberme metido de lleno en el asunto. Pero es suficiente. Es hora de que vuelva a mi agujero a escribir. Hay una nueva novela que me reclama y no veo la hora de encerrarme en mi habitación para empezarla». .
Pedro B. Rey, 1997