Ed. Cuenco de Plata, año 2012. Tamaño 21,5 x 13,5 cm. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 304
«Confiar un secreto pone en riesgo sobre todo a aquel a quien se lo ha confiado. Si no fuese así, no tendría yo temor en hablar claramente de la podredumbre que he heredado de mis antepasados.» (carta a Franco Farolfi del 22 de agosto de 1945).
La editorial El cuenco de plata acaba de lanzar una segunda edición aumentada de la correspondencia de Pier Paolo Pasolini desde 1940 hasta 1975, año de su asesinato. Titulado Pasiones heréticas, este volumen incluye además tres entrevistas y un muy buen prólogo de Daniel Link, en el que nos dice:
«Para nosotros lo sagrado (en cualquiera de sus formas: Dios, el sexo, el amor, la vida, la amistad, la naturaleza o la Razón) no juega ya ningún papel porque repugna a las relaciones de intercambio. Nos hemos convertido en meros epifenómenos del mercado (o de ‘los mercados’, como está hoy de moda decir: así como hay un mercado de la vida y de la muerte, hay también un mercado de Dios y del deseo). Para Pasolini, esa pérdida de lo sagrado era el fin. Y si murió como una víctima sacrificial es justo que así haya sido.»
La traducción de esta edición está al cuidado de Diego Bentivegna, quien presenta las cartas en orden cronólogico, pero agrega un índice con un ordenamiento en diversas series que permite una lectura transversal en el Eros, la lengua, la famila, la rabia, la escritura, la escucha, el cine, la pedagogía, el cine y la religiosidad. En la nota filológica que antecede a las cartas, Bentivegna afirma:
«Las cartas de Pasolini, como toda su escritura, instalan una presencia corporal. El escritor de cartas, el epistolier, ese
‘monstruo de la literatura’ que situado en el umbral que escinde institución e inscripción, cuerpo y escritura, lengua y estilo, pasión e ideología, transhumanización y organización, puede ser pensado como una posición enunciativa encarnada (un texto, pero también una voz y un cuerpo) que entra en serie con la irrupción disruptiva que cada acto de escritura pasoliniano es. La disrupción, la monstruosidad, es su modo de intervención política.»
No terminé de leer aún todas las cartas de este libro. Hay una temporalidad propia de los envíos que no conviene forzar desde todos los lugares a la vez. Otra cosa que no se debe hacer con las cartas es cercenar, abstraer, cortajear los «contenidos» y olvidar los encabezados y los finales. Ellos son su alma, allí se cifra el todo de las tonalidades. «Te abrazo con afecto.Tuyo.» o «Piénsalo. Te saludo afectuosamente» o también «Lo saludo con una mezcla de ira y simpatía. Suyo».
Siempre la encomendación al otro, la entrega de sí que incluye la violencia y la delicadeza. Por supuesto tampoco hay que olvidar las cartas ausentes, no las cartas muertas de las que se ocupaba Bartleby, sino las cartas que anteceden a las respuestas del propio Pasolini, esa incompletitud en la pieza. Tenemos que recordarlo, cada carta forma parte de una «correspondencia» que puede tener años de intercambio o que puede componerse de una pieza singular y no correspondida. Así, las cartas son un corte en el continuum del juego del corresponder.
«Queridísima Silvana:
Jamás habría pensado retomar nuestra correspondencia con esta prosaica misiva: sobre todo, porque considero que implica un atroz contraste con todos tus intereses actuales: es un pedido, una forma de mendicidad…»
Diego Singer