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Ed. Fraternitas/Emecé, año 1996. Tamaño 23 x 16 cm. Estado: Usado muy bueno (presenta marcas de resaltador en 4 páginas). Cantidad de páginas: 180
El libro que el lector acoge en sus manos y, esperamos, por su frecuentación, en el corazón es un libro de formación. En efecto, «la formación tiene como fin la totalidad» y «la formación concierne a todo el hombre en cuanto que éste es capax universi, es decir: alguien que como hombre reconoce y expresa el orden de lo real desde el acto propio de sus sentidos y su inteligencia. Ahora bien, la formación la proporcionan los maestros, aquellos hombres espcíficamente cualificados para iniciarnos en la percepción y el discernimiento del orden como un todo o totalidad inteligibles. Este es el caso en la persona y la obra de Emilio Komar. Fiel a su maestro Santo Tomás, propone aquella formación filosófica que consiste en que el hombre descubra la esencia de su propio espíritu humano, a saber: tomar contacto con todo lo que es. Hemos dicho todo y, entonces, se trata de «Dios y el mundo» o, en otros términos: del orden y el Misterio.
Este libro está lleno de medida, y esta virtud -en el sentido de fuerza sosegada- debe ser subrayada particularmente hoy, cuando en casi todas partes se respira una atmósfera de agitación y de crispación, de fuerzas contradictorias que configuran el rostro multiforme del desorden. Desorden que es ante todo metafísico y, por esto mismo, también ético. Pero aquí el término medida debe ser bien entendido. No se trata simplemente de un libro en el que la expresión sea mesurada. Se trata del hecho de una medida que opera como una especie de causa o determinación en tres relaciones de la realidad: en la relación entre Dios y sus criaturas; en la relación del artesano con su obra y, por último, en la relación entre el mundo del ser de las cosas y el conocimiento humano. La relación que existe entre el ser objetivo y la inteligencia del hombre hace que -a favor del carácter determinante del ser- nuestro acto de conocimiento no sea creativo sino receptivo. Esta receptividad no le quita espontaneidad alguna al hombre como sujeto sino que, por el contrario, consagra su feliz iniciativa: acoger y expresar de manera inteligible la verdad de las cosas y, en su conjunto, la verdad del universum u orden que constituye la totalidad de lo que es. Esta es una dignidad preciosa e irrenunciable en el hombre. Santo Tomás resume admirablemente lo que aquí sequiere decir: «Las cosas naturales, de las cuales nuestro entendimiento recibe ciencia, miden nuestro entendimiento. Pero ellas son medidas por el entendimiento divino, en el cual están todas las cosas creadas, así como todas las obras artificiales están en el entendimiento del artífice. Así, entonces, el entendimiento divino mide y no es medido; pero las cosas naturales miden y son medidas; y nuestro entendimiento es medido y no mide a las cosas naturales, sino que mide sólo las cosas artificiales». En suma: en el conocimiento del ser objetivo de las cosas y su verdad, el hombre no es un demiurgo, ni crea ni fabrica nada. Mucho más modestamente -como quería Goethe- «el hombre sólo se conoce a sí mismo cuando conoce el mundo».
La obra que el lector va a recorrer está atravesada por el peso y entonces la fuerza de una cuestión central: la aceptación y el ejercicio renovado, hoy, de la metafísica o su abolición. En efecto, para la inteligencia de la tradición que ha dejado de lado el nominalismo, se trata de reconocer y discernir de manera filosófica un orden dado en el cosmos y en la persona humana. Este hecho no contradice ni disminuye la natural autonomía del hombre como sujeto del conocimiento, sino que, más bien, lo sitúa dentro de un orden y, por lo mismo, lo releva de la imposible tarea de recrearlo cada vez que piensa o conoce. Es precisamente a partir de la recia exigencia del conocimiento metafísico como es posible proponer -con verdad- el conocimiento del ente particular en su propiedad intransferible sin que -por ninguna causa- quede subsumido en algún torbellino del Espíritu o de la Idea que, como quería Hegel, celebran el triunfo de todo, del género, de la universalidad, del Espíritu, a expensas de la capitulación sin condiciones de lo particular como tal. Dentro de los límites severos que le pertenecen, la metafísica creacionista de Santo Tomás propone una sabiduría de las cosas en cuanto que, precisamente, atiende al estatuto del ser particular de las criaturas y, de este modo, hace inteligible el orden en el cosmos y en la historia. Más allá de la grandeza del pensamiento de Hegel que Komar reconoce y celebra, el mismo estudioso señala que en Hegel es inútil tratar de buscar la noción de orden del mundo, allí todo es dialéctica y subraya: «es imposible apoyar la simple mirada contemplativa sobre nada». Poco importa en orden al resultado si Hegel, y otros antes que él, quisieron hacer metafísica -una nueva metafísica contrapuesta a la que ostenta la tradición helénico medieval- lo que cuenta, en definitiva, es si dentro de las condiciones que ellos mismos fijaron rigurosamente pudieron hacerla o no. Según indica Komar, en la epopeya de la dialéctica sólo hay lugar para el aparecer y el desaparecer, no para algo propio ni en Dios ni en el ente.
Hasta aquí -y de manera muy puntual- uno de los aspectos fundamentales de la cuestión del orden que, necesariamente, hacen a la identidad de la filosofía hoy.
En cuanto al Misterio este libro propone al lector una experiencia muy valiosa, ya que destaca continuamente que lo propio del Misterio no es tanto su ser incógnito, cuanto su ser próximo. En realidad, que el Misterio sea ante todo próximo es, precisamente, lo que los Padres griegos y latinos de la Iglesia comprendieron tan bien. El ser de un Dios viviente había penetrado y asumido la totalidad del roden de lo real y, además, el de su transfiguración escatológica. Es la experiencia personal del Misterio, que remansada en la piedad y la inteligencia del Doctor Común, le hace orar con estas palabras que son las del santo y las del maestro: «Haz que mi mente viva de Ti». El hombre centrado en Dios y, por tanto, descentrado respecto de la pretensión soberbia del propio yo. El hombre inmerso en el Misterio y, por eso mismo, el hombre que discierne con una profundidad cualitativa siempre mayor el orden de la realidad. El hombre que descubre la necesidad y la posibilidad de la contemplación natural y sobrenatural sin confusión y sin separación. El hombre que, verdaderamente, realiza en sí mismo la plenitud de una vida mental como correlato de una vida real.
Pero el Misterio es de manera principal, para Komar, el ejercicio del corazón en cuanto que órgano de la persona -como quiere la Escritura- y, entonces, como espacio objetivo de la mayor interioridad y el más delicado acogimiento.
Nietzsche profetizaba: el desierto avanza, pero ante todo el desierto interior. Este despojo y vaciamiento del corazón que hace que éste se endurezca de tal modo que -como quiere el Salmista- nos sea imposible oír y ver. Cómo no celebrar y agradecer -en el corazón- un libro que nos recuerda, precisamente hoy, la virtud de la afabilidad como el fruto no de la mera cortesía sino de la alegría ontológica y genuina que nace y crece en el encuentro con el otro, ya que etimológicamente afable es aquel que oye, aquel que escucha, aquel al que se le puede confiar la vida toda en un instante, aquel que calla y por eso mismo, aquel que puede hablar-nos, comprendernos, acompañarnos. Y este es, ciertamente, el Misterio del encuentro con el otro que es nuestro prójimo y con el Otro que es Dios, Misterio de proximidad entrañable.
El Misterio, nos advierte Komar, no sólo tiene necesidad de ser contemplado sino, también, de ser experimentado. Y esto último a través de ciertas virtudes del corazón: la dulzura, la bondad, la docilidad en las que sería precioso e imposible insistir aquí. Quede para nuestra reflexión lo que implica el acogimiento como gesto de nuestro corazón frente al Misterio: una capacidad y un poder, el poder de recibir y de transmitir a otros su substancia y su promesa inacabables.
Emilio Komar nació en Ljubljana, capital de Eslovenia, el 4 de junio de 1921, sus padres fueron Ludovico Komar, militar retirado del ejército de los Habsburgo, y Cecilia Blazic. Cursó estudios primarios en Škofja Loka y luego en Ljubljana. En esta ciudad completó estudios secundarios con orientación clásica y, a partir de 1939, universitarios en Ciencias jurídicas. Continuó estos estudios en Italia, en la Universidad de Turín, donde recibió el título de Doctor en Derecho en 1943. Tuvo grandes maestros filosóficos en ambas universidades: En Ljubljana Josip Turky y Eugen Spectorsky, en Turín Fran Waland, Giuseppe Gemmelaro y Carlo Mazzantini. Fue un destacado dirigente estudiantil católico colaborando además con escritos en diversas publicaciones, obteniendo un premio por un trabajo académico.
En los comienzos de la segunda guerra mundial combatió como oficial del ejército real de su patria. Se transformó más tarde en colaborador inmediato del gran líder esloveno J. Kralj. Participó entonces en arriesgadas tareas de la heroica resistencia civil contra la dominación nazista primero, y comunista después. En medio de estas vicisitudes contrajo matrimonio en 1944 con Majda Ahacic, su compañera y mentora de toda la vida, con quién tuvo dos hijas en Europa (María Ana y Catalina) y cuatro hijos más, dos varones (Jorge y Antonio) y dos mujeres (Isabel y Cecilia), en la Argentina. La evolución de los acontecimientos políticos lo llevo a emigrar a Italia en 1945. Definitivamente anexado su país al bloque comunista decidió, luego de considerar diversas opciones (Suiza y Estados Unidos entre otras), venir a establecerse en la Argentina con su mujer y sus hijas en 1948.
Las lecciones de Komar jamás son aburridas. Están llenas de entusiasmo, de alegría, de enojo, de ternura y de ironía, de buen humor y de oportunidad y fulgurantes vituperios. Toda la realidad, presente y pretérita, geográfica, histórica, filosófica, teológica, literaria, filológica, política, es traída a colación para iluminar un aspecto central de lo que quiere comunicarnos. Pero este despliegue incesante de asombrosa memoria y erudición se hace accesible y humano porque termina siempre en un ejemplo de la vida cotidiana. Komar es un maestro de la conversio as phantasmata, de la conversión o, mejor, de la encarnación del conocimiento universal que quiere transmitir en imágenes de lo concreto singular viviente más próximo. Estas ideas-visiones vueltas ejemplos son comunicadas con palabras y gestos, con entonación y mímica inolvidables. Para quien las recibe con disponibilidad, las lecciones de Komar quedan incorporadas a su persona de manera entrañable, espiritual y visceral a un tiempo.
La severa enfermedad crónica de Komar (una diabetes insulino-dependiente), fue hiriendo gradualmente su salud mientras mantenía inalterable su intenso ritmo de trabajo. Las descompensaciones se fueron haciendo mas frecuentes y profundas en los últimos años, en particular luego de su retiro de la Universidad Católica, a la que se vio obligado a renunciar en todos sus cargos frente a conflictos derivados de miserias humanas que dolorosamente sobrevienen en la vida de las instituciones. La gravedad de su cuadro hizo temer, con fundadas razones, por su vida. Este hecho dio lugar a un extraordinario movimiento de solidaridad y de toma de conciencia que puso de manifiesto la magnitud del alcance de su magisterio y la profundidad de su penetración en los corazones.
Emilio Komar falleció el 20 de Enero de 2006 a los 84 años. Cabe referirse a la última y definitiva lección de esta vida: la manera ejemplar con que aceptó su enfermedad con sus dolorosas limitaciones y el espíritu indomable con que siguió sirviendo a su misión de maestro hasta el último aliento.
INDICE
Presentación
Nota del autor
Emilio Komar
Ordo et Mysterium
Almus Thomas
Juliette o Iluminismo y moral
Apuntes filosóficos I
Apuntes filosóficos II
Apuntes filosóficos III
Apuntes filosóficos IV
Fe y Cultura
Para una filosofía de la filiación
Encarnación de los valores
El progreso ilimitado y su posible filosofía
Indice temático
Indice de autores citados