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Ed. Cátedra, año 1996. Tamaño 18,5 x 11,5 cm. Edición y traducción de José Vara. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 124

“La muerte es una quimera, pues, cuando yo estoy, no está ella; y cuando está ella, no estoy yo”
Epicuro

Nacido en Samos (Grecia) en 341 a. C., Epicuro fundó, como también hicieron Platón y Aristóteles, su propia escuela, El Jardín. Este espacio, dentro de su propio hogar, fue el lugar escogido para desarrollar su filosofía, en las reuniones y charlas que mantenía con sus seguidores y amigos. A diferencia de lo que ocurría con otros filósofos y sus escuelas, estos amigos y seguidores eran de toda condición: hombres, mujeres, ricos, pobres, esclavos, y más.

Tanto la filosofía de Epicuro como su escuela fueron objeto de numerosas críticas, principalmente por su defensa del placer como llave de la felicidad en la vida. Esto no deja de ser curioso, pues algunos de los mayores enemigos del epicureísmo se encontraban entre los estoicos (seguidores de la escuela de Zenon de Citio, la Stoa, que defendía una filosofía basada en el determinismo y una ética estricta en favor de la virtud y el alejamiento de las pasiones), pese a que ambos, como veremos, defendían una manera de vivir bastante similar, a pesar de hacerlo partiendo de ideas muy diferentes. La filosofía de Epicuro, no obstante, ha sido profundamente malinterpretada y sólo en los últimos años ha recuperado el esplendor que merece.

Según los historiadores, Epicuro dejó a su muerte una enorme producción literaria de más de 300 obras y tratados, pero, tristemente, apenas ha llegado nada hasta nosotros. Hoy, tres cartas (a Heródoto, sobre gnoseología –o epistemología, teoría del conocimiento– y física; a Pitocles, sobre cosmología y astrología; y a Meneceo, la más famosa, sobre ética) nos permiten conocer sus tesis fundamentales, así como apuntes diversos sobre él, principalmente del poeta latino Lucrecio y de Diógenes Laercio, gran historiador griego que dedicó a Epicuro en exclusiva el último capítulo de su imprescindible obra Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres.

Pese a que la filosofía de Epicuro engloba las principales ramas de la filosofía, se centra en la ética, y de esta, en un aspecto concreto: la felicidad. Cuestión básica según Epicuro, pues es la principal motivación que persigue todo ser humano en su vida.

Existen dos factores que determinan nuestro grado de felicidad: el placer y el dolor. El primero nos acerca a ella, mientras que el segundo nos aleja de la misma. De este modo, Epicuro determina que la clave de una vida feliz es conseguir acumular la mayor cantidad de placer mientras reducimos al máximo el dolor. De hecho, esta segunda parte de la fórmula es más importante que la primera. El requisito indispensable para una buena vida es la erradicación del dolor.

Epicuro es, por tanto, un hedonista, sí, pero no de la manera de otros filósofos, como por ejemplo Aristipo (que es lo que se entiende normalmente por hedonista: un amante de los placeres corporales). Para Epicuro, los principales placeres que hemos de perseguir no son los corporales, pues, pese a su intensidad, son efímeros y desaparecen enseguida. Hemos de buscar antes los placeres espirituales. Ahora bien, para escoger y saciar cualquier deseo placentero, es necesario hacer uso de una virtud, la prudencia, pues sólo con ella podremos disfrutar de un modo inteligente. Es gracias a la prudencia que somos capaces de rechazar un placer que más tarde podría provocarnos dolor (como ocurre con las adicciones).

Es ahí donde se producen los grandes malentendidos en la filosofía de Epicuro. No apuesta, en absoluto, por una existencia lasciva y descontrolada; al contrario, apuesta por una existencia moderada y basada en el autocontrol, pues considera que, de esa manera, se maximiza el placer y se evita, en lo posible, el dolor. Es por ello por lo que centra su búsqueda en los placeres espirituales, pues estos son seguros y a largo plazo, cosa que no ocurre con los físicos.

¿En qué se traduce entonces su idea de una vida feliz? En una vida sencilla, con sólidas amistades, pequeños placeres y alejada de tensiones innecesarias. Una vida tranquila, sin excesos. Independiente. Autónoma. Autárquica. Una vida basada en el mismo principio de la filosofía estoica: la ataraxia. La tranquilidad de ánimo. La paz de espíritu. Y toda su filosofía está enfocada a ello. Para Epicuro, el conocimiento no sirve para nada si no ayuda al hombre a ser feliz.

En cuanto a epistemología, es decir, la teoría de conocimiento, Epicuro comparte ideas con los ya citados estoicos y con Aristóteles, entre otros. Determina qué fuente de nuestro conocimiento son las sensaciones. Ante éstas, nos vemos sometidos a diferentes respuestas emocionales, entre ellas, las que moldean la moral: el placer y el dolor. Estas sensaciones, repetidas una y otra vez por la experiencia, acaban formando en nuestra mente lo que Epicuro denomina “ideas generales”, que serían el principio a partir del cual empezamos a conocer la realidad que nos rodea.

Esta realidad, dice el filósofo griego, está compuesta por dos elementos: átomos y vacío, que es el espacio en el que se mueven los átomos. Estos elementos forman la realidad, el universo en el que vivimos. Un universo que, dice Epicuro, es eterno, lo que supone un gran golpe de efecto en cuanto a las opciones metafísicas aportadas antes y después de él. Olvidémonos de motores inmóviles, de Dioses y de primeros principios. La existencia, sencillamente, existe. Desde siempre y para siempre. No tiene principio ni fin. La existencia es infinita.

Como vemos, las ideas de Epicuro beben directamente de la filosofía atomista de Demócrito (Demócrito de Abdera, “el filósofo que ríe”, Tracia, 460-370 a.C.), si bien nuestro protagonista opta por no seguirla al pie de la letra. Niega, por ejemplo, el determinismo de su colega e introduce el concepto del azar como elemento que afecta a los átomos y su movimiento en el espacio. Esta teoría permite que existan ciertas desviaciones en las sucesiones de causas y efectos, y sería una explicación plausible para fenómenos descubiertos muchos siglos después, como por ejemplo, la evolución.

Epicuro no cree ni deja de creer. Es, por tanto, agnóstico, pero con un fuerte sentido deísta. Es decir, que cree que podría haber dioses, pero que no interfieren en los acontecimientos del mundo.

Si hacemos caso a nuestra experiencia, debemos concluir que a los dioses (si es que existen) no les importa absolutamente nada el curso del mundo, ni prestan ninguna atención a la vida de los hombres. Ante esto, Epicuro cree que lo mejor es que nosotros hagamos lo mismo y vivamos sin preocuparnos de ellos. De hecho, para él los dioses no tienen más que una función educativa, como ejemplo de la virtud y excelencia a la que hemos de tender los seres humanos.

A este respecto, la existencia y el poder de los dioses, ha pasado a la historia una reflexión conocida como “la paradoja de Epicuro” en la que aborda los temas de la naturaleza de los dioses a través de la certeza de la existencia del mal y el sufrimiento en el mundo. ¿Cómo conciliar la idea de que existen estos (el bien y el mal) con la existencia de unos seres omniscientes (todo lo saben), omnipresentes (están en todas partes), omnipotentes (todo lo pueden) y omnibenevolentes (son todo bondad)?

Sobre todo ello dice Epicuro:

¿Es que los dioses quieren prevenir la maldad, pero no son capaces de hacerlo? Entonces hemos de concluir que no son omnipotentes.
¿Puede ser que sean capaces, pero que no deseen prevenir el mal? Entonces no son benévolos.
¿Son capaces y desean hacerlo? Entonces no tiene sentido que exista la maldad en el mundo.
¿Es que no son capaces ni desean hacerlo? Si este es el caso, ¿por qué los llamamos dioses?

INDICE
INTRODUCCION
Biografía de Epicuro
Contexto histórico de Epicuro
Intentos varios de solucionar esta problemática
Obras de Epicuro
Estructura de la obra y contenido
Teoría del conocimiento
Aplicación de la gnoseología epicúrea al conocimiento de las cosas
El conocimiento de las cosas vía para la felicidad
Favorable acogida del mensaje evangélico de Epicuro
Sobre el texto de la Epístola a Heródoto
BIBLIOGRAFIA
OBRAS COMPLETAS
Epístola de Epicuro a Heródoto
Epístola de Epicuro a Pítocles
Epístola de Epicuro a Meneceo
Máximas Capitales
Fragmentos
-Sentencias Vaticanas
-Fragmentos precedidos del título de la obra a que pertenecen
-Restos de Cartas
-Fragmentos cuyo propio lugar se ignora