Precio y stock a confirmar
Ed. Epifanía, año 2004. Tamaño 20 x 14 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 208
En lenguaje bíblico, manto es el equivalente de legado, herencia. Al ser Elías arrebatado al cielo, su manto cayó sobre Eliseo, quien recibió doblemente su espíritu tal como lo había pedido en la oración. Ambos sirvieron a sus culturas como voces proféticas, recordándoles a Dios y lo que se esperaba de ellos.
Esta obra incluye más de cuarenta libros de Henri J. M. Nouwen con el fin de ayudarnos a cultivar nuestra vida espiritual, escuchando «la voz interior del amor». Este sacerdote católico holandés escribió estos libros durante los años en que enseñó en Notre Dame, Yale, y Harvard, así como durante su ministerio junto a los pobres en América Latina y las personas con capacidades diferentes de la comunidad de El Arca, en Toronto. Desde su muerte en 1996, su legado ha pasado a todos los que leyeron su obra y viven sus enseñanzas en la vida cotidiana, sean católicos, protestantes, ortodoxos, o no pertenezcan a ninguna iglesia. Su espíritu se multiplica en los millones de lectores que reciben sus palabras sobre el Dios que ama de corazón. Es lo que Henri llamó la «fructificación», que sólo será cosechada después de nuestra breve vida útil.
Primero fui alumno y luego amigo de Henri durante más de un cuarto de un siglo. Su muerte, a la edad relativamente temprana de sesenta y cuatro años, causó un fuerte impacto en la comunidad. Muchos de nosotros expresamos nuestro dolor no sólo participando de la misa celebrada en su memoria, sino también reflexionado extensamente sobre su legado. Comencé a dirigir retiros sobre la vida y los escritos de Henri, no tanto para analizar su obra sino para prolongarla tanto en la vida de los que la conocían como en la de los que nunca habían tenido la oportunidad de hacerlo.
Aunque la espiritualidad de Jesús fue el fundamento de la obra de Henri, la piedra angular fue su propia vulnerabilidad, la buena voluntad de compartir íntimamente su propia lucha espiritual. Estaba convencido de que el cristiano está llamado a ser para los demás el sanador herido, que es el nombre del más trascendente de sus primeros trabajos.
Cuando reuní a diferentes personas para estudiar el legado de Henri descubrí algo muy notable: casi desde el comienzo del taller o retiro, los participantes, que no se conocían, enseguida empezaban a compartir sus problemas personales unos con otros. Tal vez esta sea la herencia más grande de Henri: hacer que los que no se conocen lleguen a amarse rompiendo la barreras de la desconfianza y las distracciones superficiales, poniendo al descubierto sus corazones heridos y benditos, deseosos de amar y ser amados. El paso de ser seres extraños a ser seres que se aman, creo, es la tarea propia de la espiritualidad.
Aunque el punto de referencia de Henri fue la espiritualidad y la comunidad cristiana, su mensaje y comprensión tuvieron en cuenta a quienes siguen caminos espirituales diferentes. Según mi punto de vista, esto refleja la profundidad de la verdadera espiritualidad que reconoce que las diferencias religiosas nos distraen y alejan del bien y de Dios, cuyo llamado a la unidad descarta toda diferenciación, incluso la división religiosa.
Me refiero a él como Henri porque así quería ser conocido, como Vincent van Gogh, su compatriota holandés y uno de sus artistas favoritos, que firmaba sus pinturas simplemente con su nombre «Vincent». En uno de sus libros, entre su primer nombre y su apellido se permite escribir las iniciales «J. M.», lo que podría significar «sólo yo» (Just me).
Me siento un tanto presuntuoso al escribir este libro, ya que hay muchos que conocieron a Henri y transmiten sus enseñanzas mejor que yo. Pero, con el mismo espíritu con el que doy los retiros, ofrezco también estas meditaciones sobre sus palabras y su vida con la esperanza de que su ministerio siga dando frutos. Así como los panes y los peces bendecidos por Jesús alimentaron a una multitud, las palabras de Henri, bendecidas por Jesús y el Espíritu, también pueden encontrar una tierra fértil dentro de nuestros corazones liara producir frutos que alimentarán a las multitudes que buscan el alimento espiritual.
Ese es su mayor legado, una porción abundante de su espíritu.
Chris Glaser
Atlanta, Estados Unidos