Precio y stock a confirmar
Ed. Folio, año 1999. Tapa dura. Tamaño 20,5 x 13 cm. Traducción de Andrés Sánchez Pascual. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 286 págs.

Más allá del bien y del mal Nietzsche475Más allá del bien y del mal es el primer libro publicado por Nietzsche tras la edición privada, en cuarenta ejemplares, de la cuarta parte de Así habló Zaratustra en 1885. Sin embargo, las ideas expresadas en la obra que el lector tiene en sus manos no nacieron únicamente tras la conclusión del Zaratustra, sino que, como no podía ser menos, dada la manera de trabajar de Nietzsche, se remontan a varios años atrás. Ha podido demostrarse que algunos de los apuntes que luego se integraron en las páginas de Más allá del bien y del mal fueron escritos ya durante el verano de 1881. También en algunos cuadernos del invierno de 1882-83, estrechamente relacionados con la composición del primer Zaratustra, se encuentran esquemas y fragmentos que, reelaborados, pasarán a formar parte de esta obra. Pero es el mismo Nietzsche el que, en un esbozo de prólogo para Más allá del bien y del mal redactado en la primavera de 1886, y luego descartado, nos indica la génesis y el significado de su libro.

Dice asi ese fragmentario prólogo:

«Este libro está compuesto de anotaciones que hice durante la génesis de Así habló Zaratustra, o, más exactamente, durante los entreactos de esa génesis, ya para recrearme, ya para interrogarme y justificarme a mi mismo en medio de una empresa ilimitadamente osada y responsable. Si alguna vez algo ha brotado de sí mismo o, como antes se decía —ha sido inspirado—, sin modelo, ejemplo, miradas retrospectivas, propósitos, ese algo es Zaratustra. Sírvanse de este libro nacido de él para una finalidad similar, o también como de un sendero laberíntico que una y otra vez conduce de manera imperceptible hacia aquel peligroso y salvaje terreno del que surgió el recién mencionado ‘Libro para todos y para nadie’. Suponiendo que este ‘Preludio de una filosofía del futuro’ no sea ni quiera ser un comentario a la doctrina dé Zaratustra, acaso sí sea, sin embargo, una especie de glosario en el que las más importantes innovaciones conceptuales de aquel libro aparecen todas de algún modo y son llamadas por su nombre».

La vinculación de esta obra con los temas de Asi habló Zaratustra está, pues, atestiguada por el propio autor. Ahora bien, su tratamiento es distinto. O como dice el mismo Nietzsche en una carta de 22 de septiembre de 1886 dirigida a Jacob Burckhardt al anunciarle el envío de Más allá del bien y del mal: «Lea usted, por favor, este libro (aunque dice las mismas cosas que mi Zaratustra, bien que de manera distinta, de manera muy distinta)». En efecto, entre la luminosidad solar y el tono lírico, profético y simbólico de Así habló Zaratustra, por un lado, y la sombría seriedad y el nada jovial tono sarcástico y exasperado de esta obra, por otro, las diferencias son inmensas.

«Si se tiene en cuenta que este libro viene después del Zaratustra, se adivinará también quizá el régimen dietético a que debe su nacimiento. El ojo, malacostumbrado por una enorme coerción a mirar lejos —Zaratustra ve más lejos aún que el zar—, es aquí forzado a captar con agudeza lo más cercano, la época, lo que nos rodea. Se encontrará en todo el libro, sobre todo también en la forma, idéntico alejamiento voluntario de los instintos que hicieron posible un Zaratustra» (Ecce homo).

La óptica del libro es, pues, la de la proximidad, la del microscopio, la de unos ojos que casi chocan con su objeto. Y, por tanto, es una óptica que conduce a la negación, motivada por unas miserias que ahora son contempladas desde cerca, sin aquella lejanía del Zaratustra que permitía pasar por alto y olvidar momentáneamente los defectos. En el Zaratustra Nietzsche había realizado la parte afirmativa de su tarea. Ahora le llegaba su momento a la parte negativa y destructora.

El mencionado reajuste de la mirada puede ser explicado también diciendo que consiste en un paso del símbolo al concepto. Lo que en el Zaratustra queda anegado bajo un torrente de altísima poesía, pletórica de símbolos prodigados sin reserva y a manos llenas, aquí, en cambio, es reducido a una psicología nada generosa. La nueva psicología que Nietzsche reclama repetidas veces («al psicólogo le será lícito aspirar al menos a que la psicología vuelva a ser reconocida como señora de las ciencias, para cuyo servicio y preparación existen todas las otras ciencias. Pues a partir de ahora vuelve a ser la psicología el camino que conduce a los problemas fundamentales») es una psicología de la insidia, cuya principal virtud está en hacer sospechosos todos los objetos en que su mirada se clava. Nada queda a salvo de la sospecha, sobre todo lo denominado «bueno», tras cuya engañosa máscara se oculta, según Nietzsche, el resentimiento, o sea el cristianismo, o sea el platonismo, o sea las «ideas modernas».

Nietzsche mantiene constantemente presente en su alma la imagen del superhombre que yace prisionera de modo lastimoso en la humanidad actual. Y por ello su mano se impacienta y lanza el martillo contra el bloque de piedra del que trata de liberar aquella imagen. Mas, en contraste con la exasperación mental, el lector podrá observar en la escritura de esta obra un ritmo lento, sosegado, una sorprendente, por inesperada, capacidad de ser violento sin perder las buenas formas. La compostura de Nietzsche en sus ataques resvita a veces irritante, precisamente por el tono moderado de éstos; se adivina que no es sólo rabia o náusea lo que mueve su pluma, sino ante todo menosprecio y a veces hasta un amor engañado que aún no ha perdido las últimas esperanzas. Por todos ha sido reconocido que la prosa de Más allá del bien y del mal es una de las más límpidas de toda la literatura alemana. Y en ella pretende Nietzsche volver al «gran período» antiguo, un período al que, según sus palabras, no se tiene ya derecho.

En este libro Nietzsche pasa revista a temas que, ciertamente, no eran desconocidos en sus obras anteriores. Más aún, comparando los simples índices de Humano, demasiado humano, I, y de Más allá del bien y del mal, se advierte que son casi idénticos. Pero, como queda dicho, el modo de verlos es distinto. La mirada «ilustrada» de la época anterior a Así habló Zaratustra ha sufrido ahora un cambio: el que procede de haber contemplado la figura del superhombre. El «espíritu libre», concepto capital en toda la filosofía de Nietzsche, es el lazo que une aquella primera época con esta otra posterior al Zaratustra. Mas ahora ese «espíritu libre» no es el mero «librepensador», sino un espíritu que está más allá del bien y del mal. Y ese estar más allá del bien y del mal deja sentir su influencia sobre todos y cada uno de los temas tratados.

Comienza el libro con una crítica de «los prejuicios de los filósofos». La «voluntad de verdad», aparentemente desinteresada y contemplativa, queda desenmascarada como voluntad de poder; lo que nos mueve a risa en los filósofos es su falta de honestidad, dice Nietzsche, pues llaman «la verdad» a lo que no constituye más que su «fe», a la cual ellos le han añadido, con posterioridad, unas razones justificadoras. Los filósofos son meros abogados de su creencia y, por tanto, gentes dispuestas a utilizar cualquier ardid con tal de que su «convicción» salga triunfante. La contraposición entre el mundo real y el aparente, la creencia en el atomismo (sobre todo en el atomismo anímico), la creencia en el instinto de autoconservación como instinto capital de lo viviente, la creencia en los conocimientos inmediatos, en el sujeto, en la voluntad libre, son temas analizados en esta primera sección, cuya cima se encuentra sin duda en el aforismo 19.

«El espíritu libre» se estudia en la sección segunda, y su comparación con el «espíritu libre» anterior a Así habló Zaratustra muestra con claridad que la «repetición» del tema es una repetición desde una perspectiva muy distinta. La defensa de la verdad a toda costa, tan ensalzada en aquella primera época, queda aquí sometida a burla. Y la importante distinción entre una época premoral, una segunda moral y otra tercera extramoral de la humanidad (véase aforismo 32) servirá a Nietzsche para ulteriores planteamientos.

También la sección tercera es una repetición (Humano, demasiado humano, tiene, en efecto, una sección titulada «La vida religiosa»). El descubrimiento de la rebelión de los esclavos en la moral es posiblemente la fórmula que más se ha divulgado. Pero hay otros análisis que revelan una extremada penetración psicológica; así, por ejemplo, los de las distintas clases de pasión por Dios (aforismo 50), los de las relaciones entre filosofía moderna y religión (aforismo 54), los de los distintos tipos de crueldad religiosa (aforismo 55) y los de la incredulidad (aforismo 58).

La sección cuarta, titulada «Sentencias e interludios», es una vuelta al aforismo breve y punzante, de larga tradición en Nietzsche. Y la quinta, asimismo una repetición («Para la historia natural de la moral» es aquí el título; «Para la historia de los sentimientos morales» lo era en Humano, demasiado humano), señala las tareas de una nueva «ciencia de la moral», a la que Nietzsche dedicará el libro siguiente a éste, La genealogía de la moral.

El examen del «intelectual europeo», se diría hoy, llena la sección sexta. En ella Nietzsche señala los peligros que al surgimiento del verdadero filósofo opone el modo moderno de trabajar en la ciencia. En general, el hombre docto aparece nada más que como un animal de tiro (véase Así habló Zaratustra, «De los sabios famosos», edición citada), nada más que como un espejo que se reduce a reflejar lo que a su lado pasa, para poder eludir el enfrentarse a sí mismo.

«Nuestras virtudes» reza el título de la sección séptima. Y más que nuestras virtudes, nuestra virtud: la honestidad. En esta sección encontramos, de manera imprevista, un largo tratado (aforismos 231 a 239) sobre la mujer, donde Nietzsche expone una serie de pensamientos que ridiculizan ante todo la «emancipación femenina» falsamente entendida. «Para un hombre profundo y ateo una mujer sin piedad resulta algo completamente repugnante o ridículo».

La sección octava es una de las más cercanas a la época en que fue escrita y constituye una crítica implacable de la política de aquel tiempo y, ante todo, del Reich. La irónica conversación de dos viejos «patriotas» sobre Bismarck (aforismo 241), así como los aforismos dedicados a los judíos (250-251) y los referentes a Francia, Inglaterra, Rusia, contienen, por un lado, análisis retrospectivos y, por otro, profecías que, leídas ahora, asombran por su agudeza.

La sección novena y última tiene como tema básico el del surgimiento de una nueva casta que pudiera sacar a Europa de su postración y su empequeñecimiento. Al europeo de aquella época contrapone Nietzsche el «buen europeo», en el cual se encarna ahora él «espíritu libre». El es uno de los escalones por los que poder ascender hacia el superhombre. Como lo son también esos nuevos filósofos que están apareciendo en el horizonte y a los que Nietzsche alude desde el principio hasta el final. El largo aforismo 295, dedicado al «genio del corazón», esto es, a Dioniso, enlaza Más allá del bien y del mal con la primera obra de Nietzsche (aludida en ese mismo aforismo), El nacimiento de la tragedia. Pero mientras que en esta obra Dioniso era ante todo un símbolo estético, ahora se presenta como un dios-filósofo, como un dios del conocimiento que otorga su saber a sus discípulos, enriqueciéndolos y llenándolos de tesoros. Y lo que ese dios quiere es hacer al hombre «más fuerte, más malvado y más profundo, también más hermoso».

Por lo apuntado aquí brevemente, podrá observar el lector que este libro constituye en verdad, como el mismo Nietzsche dice, «una crítica de la modernidad» en todos sus aspectos. Y en esa crítica «la psicología es manejada con una dureza y una crueldad declaradas». «Este libro —dice también Nietzsche— carece de toda palabra benévola» (Véase Ecce homo).

Más allá del bien y del mal tiene una continuación y un desarrollo en La genealogía de la moral. En la contraportada de esta obra, Nietzscbe hizo imprimir, en efecto, las siguientes palabras: «Añadido a Más allá del bien y del mal, recientemente publicado, como complemento y aclaración». Algunos temas que aquí son tocados de manera rapsódica y sin detenerse demasiado son allí tratados en una forma amplia y sistemática. Así se estudia en primer término, de manera microscópica, en el «tratado primero», titulado «‘Bueno y malvado’, ‘bueno y malo’», lo que será a partir de ese momento el eje de las consideraciones histórico-morales de Nietzsche: la aclaración de las distintas morales por el pathos de que brotan. Lo cual nos lleva a tratar del título del libro y de la manera de traducir ese título.

De tal manera se ha impuesto la expresión Más allá del bien y del mal, por otra parte sólo parcialmente equívoca, que hoy resulta casi imposible traducir ese título de manera distinta. Sin embargo, lo que el titulo quiere decir es propiamente: Más allá de las designaciones, o de los sentimientos, o de las palabras que contraponen lo «bueno* (gut) a lo «malvado» (böse), en lugar de contraponer lo bueno (gut) a lo malo (schlecht). Las morales basadas en la primera antítesis son, dice Nietzscbe, morales basadas propiamente en el odio a la vida, en el resentimiento de los débiles. Las morales basadas en la segunda antítesis son, en cambio, las morales brotadas del sentimiento aristocrático, las morales nacidas del amor a la existencia.

Por otra parte, la expresión «más allá» fluctúa en Nietzscbe entre dos direcciones. Representa, de un lado, una superación hacia delante, en él sentido de dejar atrás, tanto cronológica como intelectual y afectivamente, las morales decadentes, hasta arribar a una época «extra-moral». Mas, de otro, puede significar una superación hacia atrás, en el sentido de regresar a una época «premoral», en la cual aún no había sido envenenada la humanidad por los presuntos ideales metafísicos desvinculadores de «este» mundo.

Como se ve, pues, Más allá del bien y del mal ocupa un puesto clave en la obra de su autor, primero como glosario conceptual de Así habló Zaratustra, y luego como inicio de la última etapa de Nietzsche, en que éste hubiera querido construir la gran obra filosófica que quedó trunca.

Andrés Sánchez Pascual
«Kiet ut», octubre de 1971

Prólogo de Más allá del bien y del mal

«Suponiendo que la verdad sea una mujer —, ¿cómo?, ¿no está justificada la sospecha de que todos los filósofos, en la medida en que han sido dogmáticos, han entendido poco de mujeres?, ¿de que la estremecedora seriedad, la torpe insistencia con que hasta ahora han solido acercarse a la verdad eran medios inhábiles e ineptos para conquistar los favores precisamente de una mujer?

Lo cierto es que ella no se ha dejado conquistar: —y hoy toda especie de dogmática está ahí en pie, con una actitud de aflicción y desánimo. ¡Si es que en absoluto permanece en pie! Pues burlones hay que afirman que ha caído, que toda dogmática yace por el suelo, más aún, que toda dogmática se encuentra en las últimas. Hablando en serio, hay buenas razones que abonan la esperanza de que todo dogmatizar en filosofía, aunque se haya presentado como algo muy solemne, muy definitivo y válido, acaso no haya sido más que una noble puerilidad y cosa de principiantes; y tal vez esté muy cercano el tiempo en que se comprenderá cada vez más qué es lo que propiamente ha bastado para poner la primera piedra de esos sublimes e incondicionales edificios de filósofos que los dogmáticos han venido levantando hasta ahora, —una superstición popular cualquiera procedente de una época inmemorial (como la superstición del alma, la cual, en cuanto superstición del sujeto y superstición del yo, aún hoy no ha dejado de causar daño), acaso un juego cualquiera de palabras, una seducción de parte de la gramática o una temeraria generalización de hechos muy reducidos, muy personales, muy humanos, demasiado humanos.

La filosofía de los dogmáticos ha sido, esperémoslo, tan sólo un hacer promesas durante milenios: como lo fue, en una época más antigua aún, la astrología, en cuyo servicio es posible que se hayan invertido más trabajo, dinero, perspicacia, paciencia que los invertidos hasta ahora en favor de cualquiera de las verdaderas ciencias: — a ella y a sus pretensiones «sobreterrenales» se debe en Asia y en Egipto el estilo grandioso de la arquitectura. Parece que todas las cosas grandes, para inscribirse en el corazón de la humanidad con sus exigencias eternas, tienen que vagar antes sobre la tierra cual monstruosas y tremebundas figuras grotescas: una de esas figuras grotescas fue la filosofía dogmática, por ejemplo la doctrina del Vedanta en Asia y en Europa el platonismo.

No seamos ingratos con ellas, aunque también tengamos que admitir que el peor, el más duradero y peligroso de todos los errores ha sido hasta ahora un error de dogmáticos, a saber, la invención por Platón del espíritu puro y del bien en sí. Sin embargo, ahora que ese error ha sido superado, ahora que Europa respira aliviada de su pesadilla y que al menos le es lícito disfrutar de un mejor — sueño, somos nosotros, cuya tarea es el estar despiertos, los herederos de toda la fuerza que la lucha contra ese error ha desarrollado y hecho crecer.

En todo caso, hablar del espíritu y del bien como lo hizo Platón significaría poner la verdad cabeza abajo y negar el perspectivismo, el cual es condición fundamental de toda vida; más aún, en cuanto médicos nos es lícito preguntar: «¿de dónde procede esa enfermedad que aparece en la más bella planta de la Antigüedad, en Platón?, ¿es que la corrompió el malvado Sócrates?, ¿habría sido Sócrates, por tanto, el corruptor de la juventud?, ¿y habría merecido su cicuta?» — Pero la lucha contra Platón o, para decirlo de una manera más inteligible para el «pueblo», la lucha contra la opresión cristiano-eclesiástica durante siglos —pues el cristianismo es platonismo para el «pueblo»— ha creado en Europa una magnífica tensión del espíritu, cual no la había ha¬bido antes en la tierra: con un arco tan tenso nosotros podemos tomar ahora como blanco las metas más lejanas.

Es cierto que el hombre europeo siente esa tensión como un estado penoso; y ya por dos veces se ha hecho, con gran estilo, el intento de aflojar el arco, la primera, por el jesuitismo, y la segunda, por la ilustración democrática: — ¡a la cual le fue dado de hecho conseguir, con ayuda de la libertad de prensa y de la lectura de periódicos, que el espíritu no se sintiese ya tan fácilmente a sí mismo como «penosidad»! (Los alemanes inventaron la pólvora —¡todos mis respetos por ello!, pero volvieron a repararlo—, inventaron la prensa.) Mas nosotros que no somos ni jesuitas, ni demócratas, y ni siquiera suficientemente alemanes; nosotros los buenos europeos y espíritus libres, muy libres — ¡nosotros la tenemos todavía, tenemos la penosidad toda del espíritu y la entera tensión de su arco! Y acaso también la flecha, la tarea y, ¿quién sabe?, incluso el blanco…».

Friedrich Nitezsche
Sils-Maria, Alta Engadina, junio de 1885

INDICE
Introducción
Prólogo
Sección primera: De los prejuicios de los filósofos
Sección segunda: El espíritu libre
Sección tercera: El ser religioso
Sección cuarta: Sentencias e interludios
Sección quinta: Para la historia natural de la moral
Sección sexta: Nosotros los doctos
Sección séptima: Nuestras virtudes
Sección octava: Pueblos y patrias
Sección novena: ¿Qué es aristocrático?
-Desde altas montañas
Notas del traductor