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Ed. Ultramar, año 1986. Tamaño 18,5 x 12,5 cm. Incluye 29 fotografías en blanco y negro sobre papel ilustración. Traducción de Ana Abad y Julia Goytisolo. Estado: Usado muy bueno. Cantidad de páginas: 294

luchino-iscont-servadio248Por Gaia Servadio

Nunca he sentido tan fuertemente como algunos escritores el tema de las biografías; algunos consideran que este tipo de libros son un fraude vergonzoso porque, de alguna forma, explotan la muerte. Por otra parte, los trabajos de ficción son también explotaciones parciales: el novelista usa uno o más modelos para sus personajes y la fuente de ficción es frecuentemente una mezcla de sus propias experiencias y de las de los demás.

En general, no soy una gran lectora de biografías, pero siempre he pensado que son necesariamente una interpretación, especialmente cuando tratan de una persona que murió hace mucho tiempo. Por eso, cuando me pidieron que escribiera una biografía de Luchino Visconti, un hombre al que conocí y que había muerto hacía pocos años, me detuve y pensé en mi personaje: ya no era un hombre sino un «tema» que había que desarrollar en palabras. Había mucha gente con la que podía hablar, que podía atestiguar sobre las etapas en un camino que empezó en un Milán muy distinto al de ahora, y que pasó por el París de los treinta, por la Resistencia italiana durante la guerra y por los años de autocracia cultural en Roma. Cuando mi «tema» abandonó la política, cuando estaba sólo marginalmente interesado por los acontecimientos contemporáneos, yo decidí ignorarlos también.

Contaba con material escrito o grabado por el propio Visconti y con entrevistas que le habían hecho, así como con los testimonios de amigos, enemigos y parientes. Por esta razón, decidí que ya que tenía que escribir la biografía de alguien que era casi contemperáneo, dejaría hablar a las diferentes voces, incluyendo asimismo al protagonista. Siempre que fuera posible, decidí presentar la historia o los episodios a través de las explicaciones que me facilitaba la gente.

Cuando se trata de alguien que ha muerto recientemente, sus contemporáneos temen contar episodios negativos, pues no quieren ofender la memoria del difunto ni aparecer como personas duras. La verdad resulta a menudo engañosa, o hay varias verdades, en cuyo caso las he intentado reproducir. Las fechas son una pesadilla: la gente —a medida que se hace mayor— olvida; otros cambian las fechas para aparecer más jóvenes. Alguna gente inventa, y lleva mucho tiempo descubrir la mentira. Otros revelan sólo una parte de la historia, y el resto emerge lentamente de otras fuentes, hasta que se consigue completar el rompecabezas.

Algunas veces la gente se abre completamente, más de lo que uno podría esperar. En cambio, hay otros que tienen miedo: algunos me recibieron acompañados de otros amigos para que lo que dijeran o dejaran de decir quedara registrado. Algunas veces me convertí en la receptora de confesiones que no tenían nada que ver con el tema.

luchino-iscont-servadio249Sin embargo, puedo decir que fui afortunada, y gracias a las muchas conversaciones que sostuve pude recomponer el camino que siguió mi «tema». Visconti no habló sobre sus sentimientos y experiencias personales: pertenecía a aquella generación y a aquella clase de personas para las que la discreción y el aislamiento eran parte de su buena educación. El hecho de que haya desenterrado ciertos detalles de su vida privada puede juzgarse como vergonzoso; no he utilizado todo lo que llegué a saber, porque algunos elementos eran innecesarios, pero sí he incluido lo que me parece importante para explicar la personalidad del protagonista.

No creo que las críticas negativas le causen ningún perjuicio; más bien al contrario: Luchino Visconti era un personaje contradictorio, un hombre atormentado. En realidad, la necesidad de expresarse siempre tiene su origen en traumas y dudas; la creatividad raramente es un proceso feliz.

Como tantos otros italianos, me siento en deuda con él. Ninguna persona de mi generación que de alguna forma esté relacionada con las artes pudo escapar al fuerte impacto que Visconti produjo en el período de la posguerra italiana, poniendo en escena obras contemporáneas italianas y extranjeras.

En conjunto, no me es posible juzgar lo que siento por este personaje ahora que lo conozco mejor, porque mis sentimientos para con él se desarrollaron con este libro, y el «antes» y el «después» se funden: quizás lo que siempre había imaginado se convirtió en realidad; lo cierto es que lo respeto más ahora que sé tanto sobre su vida.

Luchino Visconti proyectaba un halo de autoridad, incluso si simplemente le sonreía a uno o le daba la mano; poseía aquella extraña áurea real que le hacía a uno sentirse agradecido por una mirada, por una sonrisa o por un momento de afecto. Resulta difícil, para aquellos que no lo conocieron, imaginarse la extraña ascendencia que tenía sobre la gente —extraña e irritante. Esta es la razón por la cual un amplio sector de Italia estaba en contra de Visconti. Recuerdo haberme sentido irritada también por la gran cantidad de gente que hablaba de «Luchino», demostrando una intimidad de la que probablemente disfrutaron. Pero me sentía tan fascinada como la mayoría, y de hecho crecí bajo su sombra, en el sentido de que veía a muchos de sus amigos y de que me aferré al tipo de cultura que él sembró.

Una noche de invierno, en la Piazza del Popolo, en Roma, cuando yo estaba con algunos de sus amigos que lo eran también míos, de repente surgió él de la oscuridad, con una larga corbata y un enorme y oscuro abrigo, y se unió a nosotros. El hecho de que nos encontrara en la oscuridad, en seguida, y la inmediata fuerza de su presencia que precipitó un cambio total en nuestra conversación y actitud, me recordó inmediatamente un episodio de la Ilíada cuando los humanos reciben la repentina visita de un dios disfrazado que, naturalmente, los encuentra estén donde estén, que se une a ellos y les habla, pero que no es como ninguno de ellos.

En aquella ocasión me preguntó por mi trabajo; había leído algunos de mis artículos, me alabó, y aunque yo me sentía complacida, no podía creer lo que decía. ¿Cómo podía el dios del Olimpo perder el tiempo leyendo mis artículos, detallándomelos a mí, un simple ser humano?

Con los dioses del Olimpo tenía mucho en común: era caprichoso y generoso, cruel y humanitario. A veces podía ser el deus ex machina que precipitaba una situación, ya fuera para mejor o para peor.

La última vez que vi a Visconti, estaba sentado ante una pequeña mesa, se lo veía extremadamente pálido y delgado, y estaba muy envejecido. Me senté a su lado y me dijo que había oído hablar de mi casa de Escocia, de las flores, de los árboles, del paisaje. «Tiene que venir a visitarnos», le dije. «¿Cuándo podrá venir?» El no había estado nunca en Escocia y, probablemente, no iba a ir nunca, me dijo. «Estoy demasiado enfermo». En realidad, utilizó la palabra malandato, que podría traducirse por en mala forma. «Voy a morir muy pronto», añadió sin tristeza alguna. En aquel momento yo no podía creer que aquella fuerza, aquella presencia podía morir; pero tenía razón: murió unos meses más tarde.

Los lectores encontrarán que falta un hecho importante en este relato. ¿Dónde está enterrado Visconti? Hay varias versiones y teorías, pero no hay una respuesta clara y concreta: es un misterio.

INDICE
Prólogo
1- Belle Epoque
2- Salir del cascarón
3- El círculo dorado
4- Volando en libertad
5- Nuevas fronteras
6- Cambio de papeles
7- Clandestino
8- Contra corriente
9- Trabajando con la Callas
10- La otra familia
11- Regreso al pasado
12- Crepúsculo interior
13- Trabajar para vivir
14- Arder hasta la muerte
Bibliografía
Fuentes y notas
Trabajos de Visconti