Precio y stock a confirmar
Ed. Corregidor, año 1980. Tamaño 27 x 20 cm. Incluye 53 fotografías en blanco y negro. Estado: Usado muy bueno. Cantidad de páginas: 168

Los films de Leopoldo Torre Nilsson044«Mi padre, Leopoldo Torres Ríos, había decidido de un modo bastante determinante que mi carrera tenía que ser la cinematografía. Y yo acepté. Acepté sin amor, pensando que iba a ser un oficio, una técnica. Y así lo viví durante algunos años, casi dolorosa y amargamente, como poemas escritos debajo de un taburete, o leyendo a escondidas a Proust y a Valéry. Pero de pronto descubrí que el cine podía llegar a ser también vehículo para la imaginación que latía en mí»

Leopoldo Torre Nilsson, agosto de 1977

«Señores, en homenaje al cine argentino…un minuto de silencio»

Alfredo Alcón ante la tumba de Leopoldo Torre Nilsson en el Cementerio Británico, 9 de septiembre de 1978

Por Beatriz Guido

A mediados de abril de 1951, Ernesto Sábato me presentó a Leopoldo Torre Nilsson. La cita era para las cinco de la tarde, pero él llegó a las cinco menos cuarto. Cuando abrí la puerta, supe que el hombre que ocupaba todo el vano y yo, estaríamos ligados para siempre a la vida y a la muerte. Su mano no deja ni dejará de apoyarse en la mía.
Mi primer encuentro fue una mentira. Dije, mentí que había visto «El crimen de Oribe» en portugués. El se sorprendió. Yo regresaba de Roma, después de dos años y había publicado un libro de cuentos. Se trataba de una fantasía que se haría realidad. Y Torre Nilsson creyó en ella. Los dos buscamos que ese primer encuentro, que esa primera fantasía se hiciera realidad con todos sus films.

«Ciudadano y cineasta genial, amó a sus amigos, a los suyos y a su país por encima de todas las cosas». Creo que en esas palabras que escribieron sus amigos sobre su tumba, está resumida toda su obra y toda su personalidad.
Pienso que alguna vez voy a poder escribir, casi como una necesidad de sobrevivirme o de sobrevivirnos, paso a paso su biografía. Hoy, cuando a las cinco de la tarde siento que en mi casa comienza a sonar el timbre y los cineastas jóvenes vienen en busca de resolver la incógnita de la imagen, la búsqueda de una expresión cinematográfica sin censura, con absoluta libertad de expresión, comprendo que debo salir otra vez de mi misma, de nuestra propia biografía, para contar, para expresar su lucha, su trabajo y, como reza el título de este libro «Los Films de Leopoldo Torre Nilsson», tratar de marcar en cada libreto cinematográfico cómo fueron gestados y cómo se escribían. Leopoldo era un lector de cuatro a cinco horas diarias: A las cinco y media o seis de la mañana ya estaba despierto y al lado de su mesa de luz tenía varios libros, muchos en inglés, sobre literatura norteamericana. El era un apasionado de las biografías cinematográficas. Sus dos pasiones eran el cine y la literatura. Inseparables.

Yo soy una escritora con visera, no sé hacer otra cosa que escribir. Y él tenía también esa pasión tan definida por el cine y el oficio de escribir que muchísimas veces no sabíamos donde terminaba uno y donde empezaba el otro. Leopoldo era un buceador de librerías. A él le gustaba ir, revisar, descubrir. En nuestros viajes —recuerdo Nueva York- se pasaba las horas en «Brentano», tratando de desentrañar y descubrir los últimos libros, los últimos relatos, la penetración anímica que después iba a infundir a sus personajes.

Los films de Leopoldo Torre Nilsson045¿Cómo gestaba un film?. A la mañana, él escribía en papelitos con su membrete, la línea de aquel film que deseaba hacer. Lo escribía en forma de cuento. Después la leíamos y a las ocho de la mañana ya estaba en su oficina. Allí citaba a sus colaboradores más inmediatos. En los últimos tiempos, sus hijos, Mórtola, e inmediatamente llamaba al equipo. Anteriormente, los colaboradores más cercanos fueron Grossi, Eichelbaum, Mabel Itzcovich, Luis Pico Estrada, Becher, Luna, hermanados por idéntica pasión. Creía firmemente en la realización de sus proyectos y se entregaba en desesperadas luchas palaciegas.

Reescribía sus films todo el tiempo; pero sin embargo, cuando la película se terminaba ya estaba casi compaginada. El veía un film como si viera un cuento o un poema. Es decir, cuando él la entregaba, la película estaba casi armada. En el set, todo era un ballet, pero no un ballet de ensayo, sino una suerte de realización en estado de vigilia. No se escuchaba un grito, no había una contraorden. Leopoldo decía que prefería equivocarse, antes que darle a su equipo la sensación de duda. El llegaba absolutamente seguro de aquello que tenía que hacer, aunque estuviera dudando y muriéndose por dentro.

El momento más placentero era la hora de ir a los laboratorios Alex, a ver los «campeones». En el extranjero sufrió porque no tenía a su gente, aunque se llevó a muchos. Casi la mitad del equipo en Puerto Rico, eran argentinos.
Yo recuerdo cuando filmó «La chica del lunes» y «Los traidores de San Angel». Tenía un camino abierto sensacional. Vivíamos en un hotelito atrás del Plaza, en Nueva York, en un hotel muy barato, una habitación que nosotros habíamos arreglado con un Cristo colonial que habíamos comprado en México. Pero para recibir a los productores, porque él quería a todo trance conseguir un productor norteamericano, que al final lo consiguió, para producir «Martín Fierro», que era una de sus grandes, entonces nos vestíamos elegantísimos, como podíamos, y de este hotelito, que estaba al lado de una funeraria, él se cruzaba por la puerta de atrás del Plaza y citábamos allí a los productores, a tomar un cóctel, para convencerlos de que en la Argentina se podían hacer películas, que no éramos aquella gente que él tenía en la idea de que en las latas mandaban tierra y papeles, en vez de negativo. Y así, en esa lucha constante, sin desfallecer, casi diría sin caídas, hacía antesalas.

Después de la Revolución Libertadora, Leopoldo comprendió que no había otra salida para el cine argentino, que fuera darle una ley de cine. El sabía que la oferta y la demanda es una cosa imposible para el cine de cualquier lugar del mundo y sobre todo en este país, con la imposibilidad de conquistar a todo este tipo de público, sobre todo para el tipo de cine que él quería que se hiciera. Recuerdo exactamente que durante un año y medio, viviendo ayudados por May Nilsson de Torre, Polo Torres Ríos y Leopoldo, junto a Carlos Hugo Christensen, hacía antesalas con Aramburu, para tratar de sacar esa maravillosa ley que produjo la «Generación del ’60». Leopoldo fundó una sociedad, la A.D.P., en la cual estaban Demare, Soffici y, sobre todo, el amigo que lo acompañó durante todo ese tiempo, junto con Christensen, que fue Tinayre. Extrañamente, Tinayre era el que hacía las antesalas con él y que les gritaba para decirles lo que significaba que no tuviéramos una ley de cine.

Leopoldo fue un luchador, un denodado luchador, que quería a sus amigos y decía que había una sola forma de amistad. Era gran amigo de los críticos. Era hijo adoptivo de Calki; adoraba a Grossi, a Eichelbaum, a Ferreira, a Sammaritano, a Couselo, adoraba a todo ese núcleo que tanto había estado tan cerca de Terra. Tenía una pasión muy intensa por sus hijos. Los iba a recoger dos o tres veces por semana, los llenaba de libros, los tenía muy junto a él y por sobre todas las cosas era un hombre que no tenía pudor con sus sentimientos. Con su imagen adusta, que a veces producía temor y daba la sensación de que no había acercamiento, era un hombre que no tenía ningún pudor en adorar a su padre, en salir con su madre, en llevarlos con él, en viajar con ellos. Fue un sindicalista en el amplio sentido de la palabra. Un hombre que luchó por sobre todas las cosas por tener un cine industrial, pero a su vez era un gran demócrata. Todos conocen su ideología política, que era una ideología con defensa absoluta del individuo. Creía en la libertad absoluta del individuo.

Era un hombre que atacaba a la censura como a un roedor que invade el cuerpo del hombre. No era un demagogo, tenía un enorme desprecio por los demagogos. Fue muy combatido por todos aquéllos que no vieron en él a un hombre al que por sobre todas las cosas amaba las libertades individuales, pero que también tenía un profundo sentido de la justicia universal. Era un librepensador, es indudable, pero también tenía un enorme respeto sobre el misterio y las profundidades de lo sobrenatural. Venía de un hogar protestante-católico. El estaba marginado pero era respetuoso. Tenía grandes amigos religiosos con los cuales no discutía, sino que los admiraba, como el padre Quiles, el padre Harpa y el rabino Ackermann y sus parientes pastores de Lomas de Zamora. Era un hombre al cual la justicia individual, la problemática, lo apasionaba. Leopoldo trabajó completamente ligado a la producción, por eso no dejó nunca de filmar, porque él no podía jamás traicionar al productor, porque decía que hermanándose la dirección y la producción era la única forma de seguir expresándose.

Los films de Leopoldo Torre Nilsson046El decía que su película más completa era «La mano en la trampa». Decía que no podía decir cuál era la que más le gustaba totalmente. A él le gustaban escenas de cada uno de sus films. Poseía una enorme compenetración con Alfredo Alcón. Y decía que si tenía que hacer la vida de un gigante, la hacía con Alfredo y si tenía que hacer la vida de un enano, también la hacía con Alfredo. La relación entre ellos era más que una hermandad, era una suerte de conductos sanguíneos en la cual la amistad, la ternura, el roce, les bastaba. Una mirada era suficiente para saber el sentido de la voz y el gesto.

Era un hombre que no tenía el mal humor gratuito. Recuerdo un día en que estabamos muy tristes: regresábamos de Berlín, en que «La caída» estuvo a punto de ganar el primer premio y no lo ganó. Nosotros necesitábamos terriblemente de ese premio en el exterior para su estreno en Buenos Aires. Al llegar a Londres fue a un quiosco de diarios y compró todos los diarios franceses. Y en uno de esos diarios, en la primera página, decía «Equivocación del jurado de Berlín. Obra maestra «La caída».

Hubo gente que no le perdonó a Leopoldo su antiperonismo que, hay que dejarlo bien sentado, era un antiperonismo muy respetuoso. El lo que odiaba era todo aquello que significó el ostracismo de su padre y de toda una generación. Pero era respetuoso del talento, se inclinaba ante el talento, aunque fuera de un opositor…

INDICE
1- Biografía, de Jorge Abel Martin, y testimonios de Leopoldo Torre Nilsson
2- Testimonios

Prólogo de Beatriz Guido a su libro «¿Quién le teme a mis temas?, 1977
Conversaciones accidentales con Beatriz Guido en la confitería Del Molino, septiembre de 1979
Elsa Daniel
Graciela Borges
Alfredo Alcón
Manuel Antín
Jorge Miguel Couselo
3- Filmografía completa
-Ayudante de dirección, guionista, montajista
-Supervisor y productor de films de otros realizadores
-Cortometrajes
-Largometrajes
El crimen de Oribe
El hijo del crack
Días de odio
La tigra
Para vestir santos
Graciela
El protegido
La casa del ángel
El secuestrador
La caída
Fin de fiesta
Un guapo del 900
La mano en la trampa
Piel de verano
Setenta veces siete
Homenaje a la hora de la siesta
La terraza
El ojo que espía
La chica del lunes
Los traidores de San Angel
Martín Fierro
El santo de la espada
Güemes, la tierra en armas
La maffia
Los siete locos
Boquitas pintadas
El pibe Cabeza
La guerra del cerdo
Piedra libre