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Ed. Taurus, año 2011. Tamaño 24 x 15 cm. Traducción de Horacio Pons. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 504

El crepúsculo de un ídolo, Michel Onfray051Por Michel Onfray

Ingresé en la Universidad de Caen en octubre de 1976, a los diecisiete años. Tuve un flechazo filosófico durante el curso de mi viejo maestro Lucien Jerphagnon consagrado a Lucrecio: descubría con él un mundo entero, la filosofía antigua, y una obra en particular, De la naturaleza de las cosas, que proponía una ética rigurosa, una moral austera, una ascesis hedonista, virtudes sin Dios, un pensamiento materialista y sensualista, una visión del mundo indiferente a los dioses, una sabiduría práctica, una salvación existencial sin muletas teológicas, trascendentes. La virtud sin el diablo y la amenaza de los infiernos o la promesa de un paraíso.

El sistema de unidades de valores (UV) no permitía inscribirse sólo en filosofía. Seguí entonces cursos de historia del arte y arqueología antigua y luego de historia antigua, y ello para profundizar más en el mundo de la Antigüedad, que me fascinaba. En el Instituto de Filosofía, un joven docente marxista leninista vituperaba el psicoanálisis ciencia burguesa. Asistí a sus clases durante un año. Luego de las vacaciones de verano, volvió convertido al lacanismo. El año fue duro para los izquierdistas zurrados con la fusta lacaniana, a lo cual el joven profesor agregaba una cucharada de Sade y una pizca de Bataille, esos subversivos de confesionario…Hoy, pasado al bando de san Pablo, el reciente convertido pondera los méritos de su nueva secta y la acompaña con una salsa fenomenológica…El Lucrecio que invita a su lector a no temer a los dioses me había vacunado contra las genuflexiones lacanianas.

En 1979 me inscribí en una UV de psicoanálisis. El salón estaba lleno hasta el tope. El profesor dictaba dos horas por semana, antes de llegar a un arreglo con un viejo estalinista, miembro del Comité Central del Partido Comunista Francés, para alternarse con él y no ir más que una vez cada quince días, cuando daba clase durante cuatro horas seguidas: ¡uno enseñaba los grandes conceptos del psicoanálisis, y otro, el genio de Marx y la indigencia de Proudhon! El comunista se olvidaba cada dos por tres de ir a dar la clase, y cuando iba, dedicaba parte de su tiempo a hacer fotocopias y otra a las pausas para fumar, y luego se marchaba antes de hora porque no quería perder el último tren…

La clase de psicoanálisis estaba bien organizada: se proponían los conceptos esenciales de la disciplina y se examinaba su funcionamiento en los análisis presentados por Freud en sus cinco casos más célebres, reunidos en un volumen titulado Cinq psychanalyses. En consecuencia, pasamos el año con Dora, el pequeño Hans, el Hombre de los Lobos, el Hombre de las Ratas y el presidente Schreber, otros tantos personajes conceptuales útiles para abordar la histeria, la fobia, la neurosis infantil, la neurosis obsesiva y la paranoia. Freud afirmaba haber atendido y curado a esas personas ocultas detrás de nombres de fantasía; la cosa estaba dicha, escrita, publicada por editoriales respetables, se enseñaba en todos los cursos de filosofía de Francia y Navarra, servía como verdad revelada para aprobar el bachillerato e incluso se profesaba en el marco oficial de la universidad; con ella se podían conseguir diplomas, en este caso una licenciatura en filosofía…

En esa época, además de los análisis de los cinco casos en cuestión, leí El malestar en la cultura, Psicopatología de la vida cotidiana y El porvenir de una ilusión. Luego, El autoanálisis de Freud, el monumental trabajo de tesis de Didier Anzieu. De modo que había explorado más o menos dos mil quinientas páginas de Freud cuando, ya profesor de filosofía en un liceo técnico, yo también comencé a enseñar el programa de la disciplina que seguía incluyéndolo. En veinte años de docencia, me tocó corregir más de una vez comentarios de textos de Freud en el examen final del bachillerato.

¿Cómo no abordar cuestiones como «la Conciencia», noción incluida en el programa, sin pasar por el psicoanálisis y exponer en clase el inconsciente freudiano? ¿O bien «la Razón», «la Naturaleza», «la Historia» y otros ídolos mayúsculos constitutivos del programa oficial y silenciar las tesis psicoanalíticas? ¿Qué podría haber justificado que yo quitara del medio a Freud, el freudismo, el psicoanálisis, en un curso de filosofía que me pedían hacer y por el cual el Estado me pagaba? El mundo de la edición seria, el Ministerio de Educación Nacional y su programa oficial del último año de secundaria, la enseñanza de la disciplina en la universidad, la prescripción freudiana en el bachillerato: nada permitía dudar de la validez científica del psicoanálisis.

Durante veinte años, por consiguiente, enseñé en mis clases de Filosofía lo que había aprendido concienzudamente: la evolución sexual de los niños del estadio oral al estadio genital, a través del estado sádico anal; las fijaciones y traumas capaces de aparecer a lo largo de ese desarrollo; el inevitable complejo de Edipo; la etiología sexual de las neurosis; las dos tópicas del aparato psíquico y las relaciones entre represión y sublimación. Pero también: la técnica del diván; la toma de conciencia sobre la represión y la desaparición de los síntomas, y las modalidades de la cura. Daba mis clases de la misma manera que cuando enseñaba la naturaleza naturada y la naturaleza naturante de Spinoza o la famosa alegoría de la caverna en Platón…

Ahora bien, mis alumnos no lo entendían así, porque una clase sobre el imperativo categórico kantiano o el superhombre nietzscheano jamás producía tantos efectos como las consagradas al psicoanálisis. Cuando yo abordaba la constitución de la identidad homosexual o las modalidades de la relación edípica, la conexión entre trauma infantil y perturbación de la libido, la necesidad del paso de la zona clitoridiana a la zona vaginal para hacer posible una sexualidad femenina digna de ese nombre, la cuestión de las llamadas perversiones, la resistencia al discurso psicoanalítico como signo de la necesidad de tenderse en un diván, no impartía una lección sobre las nociones vagas de un corpus doctrinal aconsejado por el ministerio, sino sobre los fragmentos biográficos y existenciales de cada uno de mis alumnos. El psicoanálisis enseñado en la teoría terminaba por ser en concreto su psicoanálisis, el análisis de su psique de jóvenes, tanto hombres como mujeres. Yo sabía que en ese pensamiento había una suerte de hechicería que era menester manejar con infinitas precauciones. La posibilidad de convertirse en terapeuta y por lo tanto mago, y por lo tanto hechicero, y por lo tanto gurú, me hacía correr frío por la espalda: se nos pedía que enseñáramos una materia eminentemente combustible a almas inflamables. Con esa experiencia llegué a tocar en parte el peligroso poder de los psicoanalistas. Desarrollé entontes una desconfianza instintiva y visceral con respecto a su casta sacerdotal y su poder de prestes…

Con la ayuda del programa, encontrábamos espacios filosóficos menos mágicos, menos perturbadores, más serenos: la articulación entre el estado de naturaleza y la necesidad de un contrato social en Rousseau, y la diferencia entre los deseos naturales y necesarios y los deseos naturales y no necesarios en Epicuro, generaban menos turbulencias…Freud había aparecido en la vida de mis alumnos, desaparecía, reaparecía bajo la forma de texto a comentar, volvía a desaparecer una vez el título de bachiller en el bolsillo; seguía siendo lo que había sublevado, rozado, tocado su alma frágil. Nunca abordé esas tierras ocultas sin el temor a arrojar a identidades en proceso de formación al lado sombrío de un mundo mágico, bastante irracional, perturbador y muy tentador para temperamentos en vías de construcción…

Suscribí, pues, lo que llamaré tarjetas postales freudianas. ¿Qué es una tarjeta postal en filosofía? Un clisé obtenido por simplificación a ultranza, un ícono emparentado con una imagen piadosa, una fotografía simple, eficaz, que se propone decir la verdad de un lugar o un momento a partir de una puesta en escena, un recorte, un encuadre arbitrariamente efectuado en una totalidad viva mutilada. Una tarjeta postal es el fragmento seco de una realidad húmeda, una representación escenográfica que disimula los bastidores, un pedazo del mundo liofilizado y presentado con sus mejores galas, un animal disecado, un simulacro.

La tarjeta postal reúne todo un mundo complejo en una viñeta simple: ¿qué hace en filosofía? Propone atajos, resúmenes, compendios, sea mediante una forma anecdótica —la crátera de la cicuta socrática, el ánfora cínica, el índice platónico alzado hacia el cielo, el dedo aristotélico que señala el suelo, si no Cristo en la cruz—, sea
mediante una forma teórica: el «conócete a ti mismo» de Sócrates, la vida según la naturaleza de Diógenes, el mundo inteligible de Platón, etc. Freud no escapa al exhibidor filosófico.

Son muchas las personas para quienes la tarjeta postal freudiana es suficiente. Contadas, las que procuran aprehender el movimiento de conjunto de ese pensamiento leyendo la obra completa para descubrir en ella la dialéctica de una visión del mundo global. El curso de filosofía en el último año del bachillerato y el anfiteatro de la universidad actúan como máquinas de fabricar tarjetas postales: ponen la mira en algunos clisés fáciles de enseñar, simples de comentar, elementales para la difusión de un «pensamiento». La glosa y la entreglosa universitarias producen tarjetas postales de tarjetas postales, reproducen los clisés en cantidad considerable y gran escala y a lo largo de mucho tiempo.

¿Cuáles son esas tarjetas postales freudianas? Selecciono diez ejemplares para este exhibidor, pero podría hacer una lista más grande.

TARJETA POSTAL Nº 1
Freud descubrió el inconsciente por sí solo con la ayuda de un autoanálisis extremadamente audaz y valeroso
TARJETA POSTAL Nº 2
El lapsus, el acto fallido, el chiste, el olvido de nombres propios y la equivocación dan testimonio de una psicopatología por medio de la cual se accede al inconsciente
TARJETA POSTAL Nº 3
El sueño es interpretable: en cuanto expresión disfrazada de un deseo reprimido, es la vía regia que lleva al inconsciente
TARJETA POSTAL Nº 4
El psicoanálisis procede de observaciones clínicas: pertenece al ámbito de la ciencia
TARJETA POSTAL Nº 5
Freud descubrió una técnica que, a través de la cura y el diván, permite atender y curar las psicopatologías
TARJETA POSTAL Nº 6
La toma de conciencia de una represión, alcanzada durante el análisis, acarrea la desaparición del síntoma
TARJETA POSTAL Nº 7
El complejo de Edipo, en virtud del cual el niño siente deseos sexuales por el progenitor del sexo opuesto y considera al progenitor de su mismo sexo como un rival a quien es preciso matar simbólicamente, es universal
TARJETA POSTAL Nº 8
La resistencia al psicoanálisis demuestra la existencia de una neurosis en el sujeto reacio
TARJETA POSTAL Nº 9
El psicoanálisis es una disciplina emancipadora
TARJETA POSTAL Nº 10
Freud encarna la permanencia de la racionalidad crítica emblemática de la filosofía de la Ilustración

Estas son, pues, las tarjetas postales con las que se conforma el corpus enseñado por los profesores en el liceo o las universidades. Estos clisés son repetidos a coro por la mayor parte de las elites intelectuales, relevadas por la maquinaria ideológica que, con trazo cada vez más grueso a medida que se desciende hacia el gran público, termina por constituir una vulgata que cabe en la mano de un niño, del tipo: «Con el psicoanálisis como teoría, Freud accede definitivamente a los mecanismos de la psique humana en la cual la libido es ley en general, y el complejo de Edipo lo es en particular…Con el psicoanálisis como práctica, Freud perfeccionó una técnica que atiende y cura las psicopatologías». Ahora bien, estas tarjetas postales reproducen clisés en el segundo sentido del término, a saber: errores convertidos en verdades a fuerza de repeticiones, reiteraciones, redundancias de esos ritornelos ensordecedores.

En 2006 reflexioné sobre el lugar de Freud en mi Contrahistoria de la filosofía. Desde 2002, acompañado por algunos amigos, enseño, en ese ámbito alternativo creado por mi iniciativa que es la Universidad Popular [UP] , una historia de la filosofía olvidada, dominada por la historiografía dominante que es idealista, espiritualista, dualista y, en unidas cuentas, cristiana por compartir muchas de sus premisas con la religión dominante en Europa. Es imposible escribir la historia de veinticinco siglos de filosofía marginal, minoritaria, sin considerar la cuestión del freudismo.

En ese lugar, no enseño lo que otros profesan —muy bien, por lo demás-, porque consagro seminarios sea a pensadores olvidados (de Antifonte de Atenas a Robert Owen, a través de Carpócrates o Bentivenga de Gubbio, entre otros), sea a pensadores conocidos, pero con un ángulo de ataque inédito (la comunidad política hedonista de Epicuro en el Jardín, la dicción de los Ensayos que Montaigne no escribió sino habló, la propuesta de una sabiduría existencial nietzscheana por medio de la construcción del superhombre, etc.). En el caso de Freud, nos encontramos desde luego en el segundo en el segundo caso. A priori, sobre la sola base de mis lecturas pasadas, me proponía leerlo como un filósofo vitalista que elabora su teoría en el linaje di Schopenhauer y Nietzsche, pensadores que lo marcaron a tal punto que él negaba toda influencia con una vehemencia sospechosa. Una relectura de los trabajos de metapsicología y de Más allá del principio de placer me confirmó en esta hipótesis de un Freud pensador vitalista.

Para preparar mis cursos en la UP, recurro a un método muy simple: lectura de la obra completa in extenso, pues la mayoría de las tarjetas postales proceden de cierta holgazanería intelectual. ¿Por qué trabajar la obra íntegra si podemos conformarnos, para asegurar nuestro salario de funcionarios o cumplir con el contrato editorial -si no garantizarnos la existencia en el pequeño coto privado intelectual—, con repetir todo el tiempo la vulgata? ¿Cómo se justificaría una cantidad considerable de esfuerzo si se puede alcanzar el pequeño efecto buscado con muy poco trabajo?

En consecuencia, compré la edición de las obras completas de Freud publicada por las Presses universitaires de France y las leí concienzudamente en orden cronológico. Exploré la correspondencia, esencial para presenciar el trabajo entre bastidores. Agregué las biografías, útiles para ordenar y ligar el conjunto, así como para contextualizar las producciones intelectuales en la vida de la persona, de su familia, de su época, de su tiempo. Jamás adherí a la lectura estructuralista que celebra la religión del texto sin contexto y aborda la página a la manera de un pergamino redactado por un puro espíritu.

Escribo una historia nietzscheana de la filosofía con la preocupación siempre puesta en el discurso del método que constituye a mi juicio el prefacio de La gaya ciencia. Lo he citado a menudo; permítaseme remitir otra vez a él, al menos a estas frases extraídas de una larga y magnífica exposición: «El disfraz inconsciente de las necesidades fisiológicas, bajo el pretexto de la objetividad, de la idea, de la pura intelectualidad, es capaz de tomar proporciones pavorosas, y más de una vez me he preguntado si, a fin de cuentas, la filosofía no habrá consistido decididamente en una exégesis del cuerpo y un malentendido del cuerpo».

Propongo aquí, pues, una historia nietzscheana de Freud, del freudismo y del psicoanálisis: la historia del disfraz freudiano de ese inconsciente (la pluma de Nietzsche escribe la palabra…) como doctrina; la transformación de los instintos y las necesidades fisiológicas de un hombre en doctrina que sedujo a una civilización; los mecanismos de la fabulación que permitieron a Freud presentar objetiva, científicamente, el contenido muy subjetivo de su propia autobiografía: en pocas palabras, propongo aquí el esbozo de una exégesis del cuerpo freudiano…

El público de la UP, a veces más de mil personas, está constituido por individuos a menudo muy sagaces. Cada clase es de dos horas, una primera en cuyo transcurso hago una exposición —que me exige más o menos unas treinta horas de trabajo—, y la segunda durante la cual respondo a las preguntas, a todas las preguntas, y lo hago en directo, sin red. Como es obvio, algunas de ellas son preparadas, enteradas y especializadas, a veces al extremo de parecer una trampa, lo cual me regocija: uno no se expone filosóficamente en escena sin haber trabajado, y, si ha realizado la faena necesaria, no hay nada que temer.

Es preciso por tanto haber trabajado todos los expedientes, y en detalle. Ésa es la razón por la cual, en previsión de la intervención de adversarios del psicoanálisis, he leído las obras de los historiadores críticos. Me aplicaba a la tarea con ideas falsas en la cabeza, originadas en la lectura de historiadores del psicoanálisis presuntamente honestos y que, en algunas revistas dignas de fe —eso suponía—, habían publicado reseñas que yo imaginaba serias. Esos guardianes de la leyenda descartaban de un plumazo toda la literatura crítica, que consideraban «revisionista», antisemita, reaccionaria y con olor a camaradería con la extrema derecha. En la época, yo no había leído pues esos libros presentados como el producto de gente intelectualmente infrecuentable.

Ahora puedo decir que los he leído: dicen la verdad… Este descubrimiento suscitó en mí una estupefacción sin cuenta: ¡ante todo, esos autores no tenían nada de antisemitas, la calificación de «revisionistas» que se les endilgaba era falsa, sus posiciones políticas, si podían (tal vez) no ser de izquierda, no hacían de ellos, empero, militantes de la causa extremista de derecha! La designación de «revisionista» se expresa siempre en el cuerpo del texto. A pie de página, una nota señala que, como es obvio, la palabra no tiene nada que ver con los revisionistas que, camaradas de los negacionistas, niegan la existencia de las cámaras de gas…Es cierto. Pero entonces, ¿qué necesidad de utilizar una palabra que, por lo menos, alimenta la ambigüedad o, mucho peor, da a entender que el hecho de oponerse a Freud con argumentos históricos verificables pone a los historiadores críticos del psicoanálisis al lado de quienes niegan la solución final?

Descubría entonces al histérico combatiendo lo histórico en una guerra en la cual, sin lugar a dudas, las armas racionales del historiador tienen poco peso frente a la fe irracional del histérico que no vacila en recurrir a los más graves insultos (¡la insinuación de complicidad con Hitler!) para desacreditar al adversario, y por ende para evitar un verdadero debate de ideas, un auténtico intercambio de puntos de vista, una confrontación intelectual digna, una discusión calmosamente argumentada: otros tantos procedimientos que suponen la intersubjetividad cultural más elemental…

Sin entrar en el pormenor de los dichos de los historiadores críticos, ¿qué tesis se leen en su pluma? Que Freud mintió mucho, disfrazó, trabajó en su propia leyenda; que destruyó correspondencia, una actividad ardorosamente practicada en vida con sus discípulos y su hija y luego retomada y desarrollada con mayor amplitud por los suyos hasta el día de hoy; que procuró hacer desaparecer cartas, en especial las de su intercambio con Fliess, que muestran a un Freud adepto a teorías extravagantes, de la numerología al ocultismo pasando por la telepatía; que esos intercambios epistolares fueron expurgados, reescritos de conformidad con la leyenda y difundidos durante años sólo en su versión hagiográfica (una reciente primera edición íntegra, de octubre de 2006, permite en efecto apreciar la extensión de los estragos); que con desprecio de la historia y los historiadores, los turiferarios mantienen un implacable embargo sobre una gran cantidad de archivos, inaccesibles por ello al público y vedados a los investigadores hasta fechas extravagantes, 2057 en ciertos casos, y para terminar, que algunos de esos documentos, no obstante, pueden ser consultados por investigadores de cuyo celo hagiográfico se ha asegurado el comité…

En esos historiadores críticos se constata asimismo que Freud falsifica resultados, inventa pacientes, pretende apoyar sus descubrimientos en casos clínicos inhallables y destruye las pruebas de sus falsificaciones; que sus teorías sobre la cocaína, defendidas con vehemencia, son invalidadas públicamente por científicos, y él termina por negarlas, renegar de ellas y luego silenciarlas, o presentarlas en una versión fraguada por sí mismo para mayor gloria del héroe.

Agreguemos a esto que el psicoanálisis jamás curó a Anna O., en contra de las afirmaciones constantemente repetidas por Freud durante toda su vida, y que tampoco salieron bien librados los cinco casos presentados como arquetípicos del psicoanálisis. En algunos de ellos, el tratamiento psicoanalítico incluso agravó las cosas…Leamos para convencernos las confidencias de un Serguéi Pankejeff, el famoso Hombre de los Lobos, presuntamente curado por Freud, muerto en 1979 a los noventa y dos años, luego de haber sido psicoanalizado durante siete décadas por un total de diez analistas…

Al leer a los historiadores críticos, se comprueba por último que Freud organiza el mito de la invención genial y solitaria del psicoanálisis, cuando en realidad fue un gran lector, un prestatario oportunista de muchas tesis de autores hoy desconocidos que hizo pasar por suyos esos descubrimientos de oscuros científicos; que, en contraste con la versión legendaria y hagiográfica, hay una genealogía histórica y libresca del pensamiento de Sigmund Freud, pero que durante su vida, y hasta el día de hoy, se hizo todo lo posible para evitar una lectura histórica de la génesis de su obra, de la producción de sus conceptos, de la genealogía de su disciplina.

¿Qué hacer luego de descubrir esas informaciones históricas que pulverizan la leyenda? ¿Destruirlo todo, no conservar nada, abandonar en los sótanos la obra completa de Freud? ¿Mantener todo y recurrir al insulto, a la renegación de la historia y al rechazo del debate en presencia del trabajo crítico? Frente a los hechos comprobados, a las certezas históricas innegables y verificables, en presencia de archivos indiscutibles y, paralelamente, ante esa proscripción de archivos que induce a imaginar la existencia de cosas que no sería bueno saber, puesto que se las oculta, ¿se podrá hacer durante mucho tiempo como si nada pasara e insultar a los historiadores, tachándolos con medias palabras de devotos de Hitler porque se conforman con aportar pruebas que los partidarios de la leyenda dorada se niegan a examinar?

Remitamos a los freudianos a Freud, que se ofuscaba en su Presentación autobiográfica ante el hecho de que hubiese adversarios capaces de oponerse a sus tesis, manifestar resistencias, no creer en sus teorías, proponer la idea sacrílega de que el psicoanálisis sería «un producto de [su] fantasía especulativa», en tanto que él reivindicaba un prolongado y paciente trabajo de científico. Al dirigirse a sus adversarios, Freud llegaba a la conclusión de que reactivaban «la clásica maniobra de la resistencia: no mirar por el microscopio a fin de no ver lo que habían impugnado». La metáfora era de Cremonini, que se negaba a observar por el anteojo de Galileo y, de tal modo, se vedaba la posibilidad de acceder a la prueba de la validez de la tesis heliocéntrica. Hoy, son los freudianos quienes se niegan a observar por el telescopio histórico, y en este aspecto se asemejan a los sacerdotes del Vaticano, desvelados en la época por no someter el texto sagrado a la prueba científica.

Por mi parte, utilicé el anteojo freudiano con el objeto, a priori, de descubrir lo que Freud afirma encontrar por su intermedio. Ya se habrá advertido que no me movía un prejuicio desfavorable: adherí durante bastante tiempo a la palabra performativa de Freud…En cambio, vi por el borde del ocular la cantidad suficiente de cosas para permitirme romper las tarjetas postales clavadas durante tanto tiempo a mi pared. Propongo, pues, una serie de contratarjetas postales:

CONTRATARJETA POSTAL Nº 1
Freud formuló su hipótesis del inconsciente en una inmersión histórica decimonónica y en respuesta a numerosas lecturas, sobre todo filosóficas (Schopenhauer y Nietzsche entre las más importantes), pero también científicas
CONTRATARJETA POSTAL Nº 2
Es posible, en efecto, atribuir un sentido a los diferentes accidentes de la psicopatología de la vida cotidiana, pero de ninguna manera en la perspectiva de una represión estrictamente libidinal y menos aún edípica
CONTRATARJETA POSTAL Nº 3
El sueño tiene sin duda un sentido, pero en la misma perspectiva que la proposición precedente: debe descartarse por completo que lo haga en una configuración específicamente libidinal o edípica
CONTRATARJETA POSTAL Nº 4
El psicoanálisis es una disciplina que pertenece al ámbito de la psicología literaria, procede de la autobiografía de su inventor y funciona a las mil maravillas para comprenderlo a él, y sólo a él
CONTRATARJETA POSTAL Nº 5
La terapia analítica es la ilustración de una rama del pensamiento mágico: como tratamiento funciona en el estricto límite del efecto placebo
CONTRATARJETA POSTAL Nº 6
La toma de conciencia de una represión jamás provocó mecánicamente la desaparición de los síntomas, y menos aún la curación
CONTRATARJETA POSTAL Nº 7
Lejos de ser universal, el complejo de Edipo manifiesta el deseo infantil de Sigmund Freud, y sólo de él
CONTRATARJETA POSTAL Nº 8
El rechazo del pensamiento mágico no obliga en modo alguno a poner el propio destino en manos del hechicero
CONTRATARJETA POSTAL Nº 9
So capa de emancipación, el psicoanálisis ha desplazado los interdictos constitutivos del psicologismo, esa religión secular posterior a la religión
CONTRATARJETA POSTAL Nº
Freud encarna lo que en la época de la Ilustración histórica se denominaba antifilosofía: una fórmula filosófica de la negación de la filosofía racionalista

Freud detestaba la filosofía y a los filósofos. Como buen nietzscheano que negaba serlo, proponía poner al descubierto las razones inconscientes de los pensadores a fin de leer sus producciones intelectuales como otras tantas exégesis de su cuerpo. Intentemos entonces, con él, esa «psicografia» a la que invita en «El interés por el psicoanálisis». ¿La meta? No destruir a Freud, ni superarlo, ni invalidarlo, ni juzgarlo, ni despreciarlo, ni ridiculizarlo, sino comprender que su disciplina fue ante todo una aventura existencial autobiográfica, estrictamente personal: un modo de uso para uso de uno solo, una fórmula ontológica para vivir con los muchos tormentos de su ser…

El psicoanálisis —ésa es la tesis de este libro— es una disciplina verdadera y justa sólo en lo concerniente a Freud, y a nadie más. Los conceptos de la inmensa saga freudiana le sirven ante todo para pensar su propia vida, poner orden en su existencia: la criptomnesia, al autoanálisis, la interpretación del sueño, la indagación psicopatológica, el complejo de Edipo, la novela familiar, el recuerdo encubridor, la horda primordial, el asesinato del padre, la etiología sexual de las neurosis y la sublimación constituyen, entre muchos otros, otros tantos momentos teóricos directamente autobiográficos. El freudismo es en consecuencia, como el espinosismo o el nietzscheanismo, el platonismo o el cartesianismo, el agustinismo o el kantismo, una vision privada del mundo de pretensión universal. El psicoanálisis constituye la autobiografía de un hombre que se inventa un mundo para vivir con sus fantasmas, como cualquier otro filósofo…

Terminaré este análisis nietzscheano de Freud con…Nietzsche, que brinda por su parte una respuesta a la pregunta «¿qué hacer con el psicoanálisis?» con esta frase de El Anticristo. Apoyada en un enorme humor, la frase propone una fórmula útil para la resolución de nuestro problema: «En el fondo, hubo un solo cristiano, y murió en la cruz», escribe el padre de Zaratustra. Por nuestro lado podríamos pues agregar, como dichosos cómplices de la gran risa nitzscheana: «En el fondo, hubo un solo freudiano y murió en su cama en Londres el 23 de septiembre de 1939. Todo esto no habría sido demasiado grave si uno y otro, Jesús y Freud, no hubieran dado origen a discípulosy luego a una religión expandida por el planeta entero…Espero que se me haya comprendido: este libro propone reiterar el gesto de Tratado de Ateología con un material llamado psicoanálisis.

INDICE
Prefacio. El salón de tarjetas postales freudianas
PRIMERA PARTE, SINTOMATOLOGÌA. RENEGADO SEA EL QUE PIENSE MAL
Tesis 1: El psicoanálisis reniega de la filosofía, pero es en sí mismo una filosofía
1- Prender fuego a los biógrafos
2- Destruir a Nietzsche, dice
3- El freudismo, ¿un nietzscheanismo?
4- Copérnico, Darwin, si no nada
5- ¿Cómo asesinar a la filosofía?
SEGUNDA PARTE, GENEALOGÍA. EL CRÁNEO DE FREUD NIÑO
Tesis 2: El psicoanálisis no supone una ciencia, sino una autobiografía filosófica
1- Una «psiconeurosis muy grave…»
2- La madre, el oro y los intestinos de Sigmund
3- Edipo, un espejismo en un coche cama
4- La gran pasión incestuosa
5- Bautizar, nombrar, determinar…
6- Nacer bajo el signo histérico
7- Una vida edípica
8- La verdad del «mito científico»
9- Matar al padre, una vez más y siempre
10- La Antígona virgen y mártir
TERCERA PARTE, METODOLOGÍA. UN CASTILLO EN EL AIRE
Tesis 3: El psicoanálisis no es un continuo científico, sino un revoltijo existencial
1- La corte de los milagros freudianos
2- A la caza de los padres perversos
3- Un conquistador en una oscura claridad
4- La ficción performativa del inconsciente
5- ¿Cómo dar la espalda al cuerpo?
CUARTA PARTE, TAUMATURGIA. LOS RESORTES DEL DIVÁN
Tesis 4: La técnica psicoanalítica participa del pensamiento mágico
1- Sigmund en el país de las maravillas
2- El reino de las causalidades mágicas
3- El diván, una alfombra mágica de gas hilarante
4- Una abundancia de curaciones de papel
5- Freud no inventó el psicoanálisis
6- Un cerrojo sofístico
QUINTA PARTE, IDEOLOGÍA. LA REVOLUCIÓN CONSERVADORA
Tesis 5: El psicoanálisis no es liberal, sino conservador
1- Siempre hay que esperar lo peor
2- Una liberación sexual clandestina
3- La masturbación, enfermedad infantil del freudismo
4- El mutilado pene de las mujeres
5- «Saludo respetuoso» de Freud a los dictadores
6- El superhombre freudiano y la horda primordial
Conclusión. Una ilusión dialéctica
Bibliografía
Indice de nombres y conceptos