Ed. Saturnino Calleja, año 1900. Tapa dura. Tamaño 19 x 13 cm. Traducción del francés de Luis Fernández Ramos. Usado muy bueno, 414 págs. Precio y stock a confirmar.

“La historia de la esclavitud, desde la Era Cristiana, puede dividirse en tres períodos. El primero empieza en los albores de la predicación evangélica y termina con el establecimiento de los Bárbaros sobre las ruinas del Imperio Romano. El segundo abarca desde esa fecha hasta aquella otra (algo indeterminada porque no aparece uniforme en todas partes) en que la esclavitud desapareció de las principales comarcas de la Europa civilizada. El tercero se inicia en el lamentable renacimiento de la servidumbre, que proyecta una sombra siniestra sobre el descubrimiento del nuevo mundo, coinicide con la época en que empezaron a debilitarse los hábitos, las creencias y la constitución social de la edad media católica, y apenas si terminó ayer.

En todos estos períodos apareció la Iglesia como el más resuelto enemigo de la esclavitud y como el agente más activo y más poderoso de su destrucción. Pero si siempre luchó contra ella, nunca estuvo aislada en la empresa.

Después de establecidos los Bárbaros en el Imperio, las nuevas formas políticas impuestas a los pueblos vencidos por los conquistadores germanos, las costumbres de éstos, las tradiciones que trajeron consigo, resultan, a juicio do algunos historiadores, poco favorables al mantenimiento de la esclavitud personal, tal como la practicaron Grecia y Roma, contribuyendo en gran parte todo ello á transformarla en una servidumbre real, verdadera transición entre la esclavitud y la libertad.

A la Iglesia corresponde la dirección de este movimiento y, por tanto, el honor de su resultado, que sólo ella predijo y buscó; pero al prepararlo apoyó su mano sobre instrumentos más ó menos dóciles y manejables. Lo mismo sucedió con los esfuerzos largos y laboriosos realizados hasta lograr al fin, en la segunda mitad del siglo XIX, la libertad de los últimos esclavos poseídos por amos bautizados. Las diversas comuniones cristianas y, a su cabeza, la Iglesia católica, tomaron parte principal en el movimiento de ideas que preparó esta solución. Los reyes de Francia, de España, de Portugal, así como la Corona protestante de Inglaterra, vendían a compañías el monopolio de la trata de negros, y se asociaban a sus beneficios. Los filósofos callaban. Voltaire cobraba emolumentos de una compañía colonial, Montesquieu sólo se permitía reprobar la esclavitud envolviendo su pensamiento en velos de ironía, mientras que, de luengo tiempo atrás, los Papas elevaban su voz en favor de los indios y de los negros, lanzando sin temor excomuniones contra quienes los reducían a servidumbre.

No obstante, la abolición de la esclavitud moderna no fue en su totalidad debida á las influencias eclesiásticas. Cuando, en los comienzos de este siglo, la conciencia pública despertó a hombres políticos, a hombres de Estado, cristianos en su mayoría, justo es reconocerlo, saturados todos de las ideas católicas que en la atmósfera moral flotan hace diez y ocho siglos, fue reservada la gloria de su completa desaparición. Leyes votadas por asambleas parlamentarias desataron, en las colonias europeas, los lazos de servidumbre que una guerra civil rompió violentamente en los Estados Unidos. Durante la Edad Media, y sobre todo en la época moderna, la acción del Cristianismo sobre la esclavitud, queda, para algunos espíritus superficiales, casi velada en la sombra por los instrumentos de que se sirvió, o por los aliados voluntarios o inconscientes con que tropezó; es meramente moral y se sustrae a los que no buscan en la Historia más que fechas y acontecimientos ruidosos. Para apreciar debidamente la naturaleza de esta acción, para medir su eficacia y reconocer su fuerza verdadera, es preciso colocarse en la época en que el Cristianismo y la esclavitud estaban solos frente á frente, sin tener el primero aliados que lo secundaran o protegiesen. Tal es, precisamente, el período anterior al establecimiento definitivo de los bárbaros en Occidente. La civilización pagana de un lado, la nueva religión de otro, se encontraron entonces cara a cara.

Si durante los cinco o seis primeros siglos de nuestra Era la suerte de los esclavos mejoró, su condición fue transformada, su alma ennoblecida y su libertad futura preparada, este resultado conseguido palmo a palmo, por así decirlo, contra las potencias todas de la sociedad antigua, no puede atribuirse más que a la infuencia cristiana, que no recurrió para lograrlo a ningún auxilio ajeno ni a ninguna alianza extraña. Se la ve luchar a ella sola, y el estudio de los documentos contemporáneos nos dan el regalo de este espectáculo grandioso. Estos documentos nos presentan a la Iglesia, durante los cinco primeros siglos, trabajando sin descanso y sólo con sus propias fuerzas, por la destrucción de la esclavitud. Aún aparece robusta y potente en la mitad del siglo VI; pero esta robustez y esta potencia son las de un árbol cuyas raíces fueron cortadas, y que, por tanto, en día más ó menos próximo, sin necesidad de violenta sacudida, caerá por sí solo.

La Edad Media presenció su caída y a ella contribuyó; pero los primeros siglos la habían preparado, haciéndola inevitable, aunque también dulcificándola de antemano. Ya queda expuesto, pues, el objeto de este libro. En su primera parte, La esclavitud romana, procuro presentar a los ojos del lector la llaga viva con que el Cristianismo se encontró el día que se puso en contacto con la sociedad pagana. En el siglo primero de nuestra Era, la esclavitud se esparcía por doquier y todas las fuerzas sociales parecían heridas de muerte. Había causado enormes perturbaciones en la esfera de las leyes que presiden a la producción y a la distribución de la riqueza; su aliento envenenado había detenido el vuelo de la industria, arruinando la agricultura y, penetrando hasta en las más íntimas profundidades del mundo económico, había alterado la noción misma del trabajo, haciéndolo objeto de escarnio y menosprecio.

Como consecuencia de este prejuicio, los hombres libres se precipitaron en la ociosidad, y un considerable número de ellos constituyó una nueva carga del Estado. En el orden moral, la influencia deletérea de la esclavitud trajo consigo lesiones no menos profundas; la corrupción descendió de los amos a los esclavos, y subió luego, agravada, de éstos a aquéllos, la facultad de exigirlo todo en los unos y la necesidad de sufrirlo todo en los otros, habían acabado por destruir radicalmente la conciencia moral. En este lamentable cambio de vicios, los lazos de la familia se debilitaron, casi se rompieron por completo, y la mirada inquieta de los políticos midió más de una vez la ruina que amenazaría a la sociedad el día que la poderosa institución de la familia romana dejara de actuar de sostén.

Trastorno político, descomposición moral: tal era la situación del mundo servido por los esclavos y sojuzgado por la esclavitud. Era preciso que ésta se aboliera para que la obra de curación social y de resurrección moral emprendida por el Cristianismo tuviera término feliz. Intento yo analizar los procedimientos empleados por la Iglesia para desarraigar, para descuajar la esclavitud, cerrando al mismo tiempo las heridas por él abiertas, proclamar la igualdad de todos los hombres en Jesucristo, demostrando con ejemplos patentes que a sus ojos no era esto una fórmula hueca, sino una realidad viva; tal fue el primer paso dado por la Iglesia en el camino cuyo término había de encontrar un día la liberación de los esclavos.

La segunda parte de este libro está consagrada a estudiar el gran principio de la Igualdad cristiana, y a seguir su aplicación en los hechos. La nueva religión no pidió a la sociedad civil la brusca manumisión de los esclavos, ni pretendió agitar con generosas pero imprudentes palabras una civilización enferma; más circunspecta y más audaz, a la vez, se movió desde el primer día en su esfera propia, como si, en realidad, no existiera la esclavitud. Se la vio abrir por igual al amo y al esclavo la puerta de sus templos y darles acceso á sus sacramentos; indiferentemente concedió a uno y otro el honor del sacerdocio y del episcopado y hasta entregó a manos serviles las llaves de San Pedro; se la vio llamar sin distinción a esclavos y a hombres libres para combatir por Cristo, ciñendo la frente victoriosa de los unos y de los otros con la santa corona del martirio; ella reveló al sorprendido esclavo que él también había recibido de Dios el derecho, que le negaba la ley pagana, de fundar una familia y de contratar con la esposa elegida alianza honrada; hizo comprender a todos los cristianos el valor de las almas redimidas por la sangre de Jesucristo y ofreció al mundo el espectáculo novísimo de esclavos llevando a bautizar a sus amos por ellos convertidos y de amos entregando al sacerdote a los esclavos en quienes ellos inculcaron la fe.

Así, sin conmover para nada la sociedad civil, sin alterar las relaciones legales existentes entre los hombres, en las cuales tan importante lugar ocupaba la esclavitud, el Cristianismo creó una sociedad nueva, otro orden de relaciones, en el que la esclavitud quedaba abolida. A medida que la sociedad civil se dejó influir por la sociedad religiosa, es decir, a medida que el mundo antiguo se convirtió al Cristianismo, estos principios y estas costumbres de igualdad pasaron de ia esfera de las ideas y de los sentimientos a la de los hechos externos, pudiéndose entrever en el porvenir el día lejano, pero cierto, en que los hombres habían de reconocer que la igualdad civil y doméstica es consecuencia necesaria de la igualdad religiosa.

Pero la Iglesia no es sólo la mano que esparce la semilla, si no también el sol que la hace fructífera. Desde los primeros siglos consagró todos sus esfuerzos a estimular en los hechos las consecuencias lógicas de los principios que había sentado. La tercera parte de este libro, la Libertad cristiana, lleva al lector a considerar las generosas impaciencias de la Iglesia. No se contentó con obtener que el amo cristiano tuviera por hermano al esclavo; había que persuadirlo de la necesidad de libertarlo. Al fervor del nuevo bautizado, al arrepentimiento del penitente, a los terrores del moribundo, a las lágrimas de los amigos doloridos, propuso la Iglesia como la más meritoria y eficaz de las buenas obras, como aquélla cuyos efectos trascienden más allá de la tumba, la limosna de la libertad. El número de los esclavos así manumitidos en los primeros siglos de nuestra Era bajo la influencia del sentimiento cristiano, es incalculable.

La autoridad que los jefes de la sociedad religiosa alcanzaron en los consejos de los príncipes después de la conversión de Constantino, dio un nuevo impulso a este movimiento, consiguiendo que el legislador multiplicase las causas y los medios de libertarse, simplificando sus formas. Al mismo tiempo que exhortaba a los fieles a difundir la libertad en su derredor, la Iglesia se esforzaba en disminuir las fuentes de la esclavitud. Bajo la influencia de una religión que devolvía a la familia su honor y su fuerza, despertando en los corazones los afectos santos, vemos poco a poco secarse la más triste de estas fuentes, la que se nutría de niños abandonados. En fin, el Cristianismo hizo desaparecer el principal obstáculo para la abolición de la esclavitud, combatiendo desde el primer día de predicación evangélica el prejuicio que llevaba al mundo pagano a menospreciar el trabajo manual como indigno del hombre libre.

La rehabilitación del trabajo fue por completo lograda a fines del siglo V; creado entonces el obrero libre, el orden económico empezó a asentarse sobre sólidas bases, pudiendo fácilmente desaparecer la esclavitud, ya que no se necesitaban más esclavos. Tal fue la obra en que trabajaba la Iglesia católica cuando los Bárbaros ocuparon el Imperio romano y tales los resultados obtenidos por sus solas fuerzas”.

Indice: Prólogo de la tercera edición. Epístola de Monseñor Nocella, Secretario de Su Santidad para las cartas latinas. Introducción. Libro Primero, La esclavitud romana: I. Las clases populares y la esclavitud. II. El trabajo industrial y doméstico. III. El trabajo agrícola. IV. Los señores. V. Los esclavos. Libro Segundo, La igualdad cristiana: I. La Iglesia primitiva y la esclavitud. II. Categoría de los esclavos en la sociedad cristiana. III. Los esclavos mártires. IV. El matrimonio religioso de los esclavos. V. El apostolado doméstico. Libro Tercero, la libertad cristiana: I. La Iglesia y las manumisiones. II. Los alumni cristianos. III. Rehabilitación del trabajo manual. IV. Disminución del número de esclavos, y progreso del trabajo libre en los siglos IV y V. V.Resumen y conclusión.