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Ed. Nueva Visión, año 1987. Tamaño 20 x 13,5 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 532
La concepción del proceso psicodiagnóstico, tal como lo postulamos en esta obra, es relativamente nueva.
Tradicionalmente se lo ha considerado «desde afuera» como una situación en la que el psicólogo le toma un test a alguien y en esos términos se formula la derivación. En algunos casos incluso se le ha especificado qué test o tests debe administrar. Entonces la derivación se ha formulado como «hacer un Rorschach» o «tomar un Desiderativo» a alguien.
Desde otro punto de vista, «desde adentro», el psicólogo ha sentido tradicionalmente su tarea como el cumplimiento de un pedido que tiene las características de una demanda que hay que satisfacer siguiendo los pasos y utilizando los instrumentos indicados por otro (psiquiatra, psicoanalista, pediatra, neurólogo, etcétera). El objetivo fundamental de su contacto con el paciente era entonces la investigación de lo que éste hace frente a los estímulos presentados. De este modo, el psicólogo ha funcionado como alguien que aprendió lo mejor que pudo a administrar un test. El paciente, por su parte, ha representado a alguien cuya presencia es imprescindible; alguien de quien se espera que colabore dócilmente pero que sólo interesa como objeto parcial, es decir, como «el que debe hacer el Rorschach o la Pareja». Todo lo que se desvíe de este propósito o interfiera su logro, ha sido considerado una perturbación que molesta y complica el trabajo.
Terminada la administración del último test, se procedía por lo general a despedir al paciente y enviar al remitente un informe
confeccionado con un enfoque molecular, es decir, test por test y con amplio lujo de detalles, hasta el punto de incluir en algunos casos el protocolo de registro de los tests administrados, sin tener en cuenta que el profesional remitente no tiene conocimientos específicos suficientes como para extraer información útil de todo ese material. Este tipo de informe psicológico funciona como una rendición de cuentas por parte del psicólogo al otro profesional, a quien se siente como un Superyó exigente e inquisidor. Detrás de ese deseo de mostrar detalladamente lo ocurrido entre su paciente y él se oculta una gran inseguridad, fruto de su débil identidad profesional. Surge entonces una imperiosa necesidad de justificarse y probar (y probarse) que procedió correctamente, detallando en exceso lo acontecido por temor a no mostrar nada esencial y clínicamente útil. Estos informes psicológicos resultan, a la luz de nuestros conocimientos actuales, una fría enumeración de datos, rasgos, fórmulas, etcétera, a menudo no integrados en una Gestalt que dé cuenta de lo esencial de la personalidad del paciente y permita evidenciarlo.
El psicólogo ha trabajado durante mucho tiempo con un modelo similar al del médico clínico, quien, para proceder con eficiencia y objetividad, toma la mayor distancia posible respecto de su paciente a los fines de establecer un vínculo afectivo que no le impida trabajar con la tranquilidad y objetividad necesarias.
En nuestra opinión, a menudo el psicólogo ha procedido y procede aún así por carecer de una sólida identidad que le permita saber quién es y cuál es su auténtica labor dentro del quehacer referido a la salud mental. Por eso tomó prestado pasivamente el modelo de trabajo del médico clínico (pediatra, neurólogo, etcétera), lo cual le procuraba un seudo alivio desde una doble perspectiva. Por un lado tomó prestado una seudo identidad, negando las diferencias y no pensando para no discriminar y volver a quedar desprotegido. El precio de este alivio, además de la imposición externa, fue el sometimiento interno que lo empobrecía desde todo punto de vista, si bien le evitaba cuestionarse quién era y cómo debía trabajar. El no indagar todo lo referente al sistema comunicacional dinámico aumentaba la distancia entre el psicólogo y el paciente y disminuía la posibilidad de vivenciar la angustia que dicha relación puede despertar. Así, se utilizaban los tests como si constituyeran en sí mismos el objetivo del psicodiagnóstico y como un escudo entre el profesional y el paciente para evitar pensamientos y sentimientos que movilizaran afectos (pena, rechazo, lástima, miedo, etcétera).
Pero no todos los psicólogos ‘actuaron conforme a esta descripción. Muchos experimentaron el deseo de un auténtico acercamiento al paciente. Para ponerlo en práctica debieron abandonar el modelo médico, afrontando por un lado la desprotección y por otro la sobrecarga afectiva por las depositaciones de que eran objeto sin «Mar preparados para ello. Podía ocurrir entonces que actuasen
de acuerdo con los roles inducidos por el paciente: que se dejasen invadir, seducir, que lo sobreprotegieran, lo abandonaran, etc. El resultado era una contraidentificación proyectiva con el paciente, desde ya no conveniente porque interfería su labor. Debemos tener en cuenta que es escasa la confiabilidad que podemos otorgar a un diagnóstico en el que ha operado ese mecanismo sin posibilidades de corrección posterior. A causa de la creciente difusión del psicoanálisis en el ámbito universitario y su adopción como marco de referencia, los psicólogos optaron por aceptarlo como modelo de trabajo ante la necesidad de hallar una imagen de identificación que les permitiera crecer y fortalecerse.
Esta adquisición significó un progreso de inestimable valor, pero al mismo tiempo provocó una nueva crisis de identidad en el psicólogo. Intentó trasladar la dinámica del proceso psicoanalítico al proceso psicodiagnóstico, sin tener en cuenta las características pacíficas de éste. Esto trajo aparejado una distorsión y empobrecimiento de distinta índole respecto de la línea anterior. Se enriqueció la comprensión dinámica del caso, pero se desvalorizaron los instrumentos que el psicoanalista no utilizaba. Sobrevaloró la técnica de la entrevista libre y relegó a un segundo plano el valor de los tests, a pesar de que era para aquello para lo que estaba mejor preparado. Su actitud hacia el paciente estaba condicionada por su versión del modelo analítico y su encuadre específico: permitir a su paciente poner en marcha el tipo de conducta que surge espontáneamente en cada sesión, interpretar sobre la base de ello contando con un tiempo prolongado para lograr su objetivo, pudiendo y debiendo ser continente de ciertas conductas del paciente tales como negativas a hablar o jugar (en niños), silencios prolongados, faltas reiteradas, tardanzas, etcétera.
Si lo que el psicólogo debe hacer es un psicodiagnóstico, el encuadre no puede ser ése: dispone de un tiempo limitado; la excesiva duración del proceso resulta perjudicial; si no se pone límites a los rechazos, bloqueos y tardanzas, fracasa la labor y ésta se debe salvaguardar por todos los medios. Con respecto a la técnica de entrevista libre o totalmente abierta, si adoptamos el modelo del psicoanalista (que tampoco es el de todos ellos), habremos de dejar al paciente que hable lo que quiera y cuanto quiera, es decir respetaremos su timing. Pero con esto caeremos en una confusión: no disponemos de tiempo ilimitado. En nuestro contrato con el paciente hemos hablado de «algunas entrevistas» y a veces hasta se especifica más aún aclarando que se trata de tres o cuatro. Por lo tanto aceptar silencios muy prolongados, lagunas totales en temas fundamentales, perseveración en un mismo, tema, etc., «porque es lo que el paciente dio», es funcionar con una identidad ajena (la del terapeuta) y romper el propio encuadre.
Pondremos un ejemplo: si un paciente llega muy tarde a su sesión el terapeuta interpretará en función del material con que cuenta y esa misma tardanza puede constituir para él una conducta saludable en cierto momento de la terapia, como, por ejemplo, en el caso de ser el primer atisbo de transferencia negativa en un paciente muy predispuesto a idealizar su vínculo con él. En el caso del psicólogo que debe efectuar un diagnóstico, esos pocos minutos no le sirven para nada, puesto que a lo sumo j podrá administrar algún test gráfico pero sin garantía de que] pueda ser concluido en el momento preciso. Entonces puede ocurrir que prolongue la entrevista, con lo cual rompe su encuadre o interrumpe el test; todo esto perturba al paciente y anula su labor, ya que un test inconcluso carece de validez. Esa misma tardanza significa, pues, en este segundo caso, un ataque más serio al vínculo con el profesional porque ataca directamente al encuadre previamente establecido.
No cabe la menor duda de que la teoría y la técnica psicoanalíticas brindaron al psicólogo un marco de referencia imprescindible que le ayudó a entender correctamente lo acontecido en su contacto con el paciente. Pero así como una vez tuvo que revelarse contra su propia tendencia a ser un auxiliar-testista sometido a un modelo de trabajo frío, deshumanizado, molecular y sobredetallista, también llegó un momento (y diríamos que estamos viviendo ese momento) en que debió discriminar conscientemente sus similitudes y diferencias respecto del terapeuta psicoanalista. Todo este proceso ocurrió, entre otras razones, por la juventud de la carrera, la formación recibida (pro o antipsicoanalítica) y factores personales. Desde nuestro punto de vista, hasta la inclusión de la teoría y la técnica psicoanalíticas, la tarea psicodiagnóstica carecía de un marco de referencia que le diera consistencia y utilidad clínica, especialmente cuando el diagnóstico y pronóstico debían realizarse en función de una posible terapia.
El acercamiento entre la tarea psicodiagnóstica y la teoría v técnica psicoanalíticas se ha producido por un esfuerzo mutuo. Si el psicólogo trabaja con su mismo marco de referencia, el psicoanalista deposita más confianza y esperanzas respecto del acierto y la utilidad de la información que recibe de aquél. El psicoanalista se ha abierto más a la información proporcionada por el psicólogo, y éste, a su vez, al sentirse mejor recibido ha redoblado sus esfuerzos para dar algo cada vez mejor. Hasta no hace mucho tiempo, el hecho de que el informe psicológico incluyera la enumeración de los mecanismos defensivos utilizados por paciente, constituía una información importante. En el estado actual de cosas estimamos que decir que el paciente utiliza la disociación, la identificación proyectiva y la idealización, es una información hasta cierto punto útil pero insuficiente. Posiblemente todo ser humano apela a todas las defensas conocidas según la situación interna que deba enfrentar. Por eso pensamos que lo más útil es describir qué situaciones ponen en juego esas defensas, cuál es su intensidad y qué probabilidades hay de que resulten exitosas. De un informe de esta naturaleza estimamos que el terapeuta extraerá una información más útil.
El psicólogo ha debido recorrer las mismas etapas que un individuo recorre en su crecimiento. Ha buscado figuras buenas con las cuales identificarse, ha adherido ingenua y dogmáticamente a cierta ideología y se ha identificado introyectivamente con otros profesionales que funcionaron como imágenes parentales, hasta que pudo cuestionarse, a veces con excesiva virulencia (como adolescentes en crisis), la posibilidad de no ser como ellos. Pensamos que el psicólogo ha entrado en un período de madurez al percibir que utilizaba una «seudo» identidad, la cual, sea cual fuere, distorsionaba su identidad real. Para percibir a esta última, debió tomar una cierta distancia, pensar críticamente en aquello que funcionaba como incuestionable, evaluar lo positivo y digno de ser incorporado y lo negativo o ajeno por completo a su quehacer, a lo que debió renunciar. Logró así una mayor autonomía en el pensamiento y en la práctica, con lo cual no sólo discriminará y fortalecerá la identidad propia sino que podrá pensar más y mejor en sí mismo, contribuyendo al enriquecimiento de la teoría y de la práctica psicológica inherente a su campo de acción.
INDICE
Prefacio
I- El proceso psicodiagnóstico
II- La entrevista inicial
III- Entrevistas para la administración de tests
IV- El cuestionario desiderativo
1- Fortaleza y debilidad de la identidad en el Test desiderativo
2- Fantasías de muerte en el Test desiderativo, Hebe Friedenthal y M.L.S. de Ocampo
3- Indices diagnósticos y pronósticos en el Test desiderativo a partir del estudio de las defensas, María C. de Schust y Elsa Grassano de Piccolo
4- Identificación proyectiva y mecanismos esquizoides en el Test desiderativo, Alberto Brodesky, Nidia Madanes y Diana Rabinovich
V- El Test de relaciones objetales de Herbert Phillipson
VI- El Test de apercepción infantil (CAT) de L. y S. Bellak
Pautas de interpretación del Test de apercepción infantil (CAT-A) de L. Bellak, Sara Baringoltz de Hirsch
VII- La hora de juego diagnóstica
1- La hora de juego diagnóstica
Ana María Efron, Esther Fainberg, Yolanda Kreiner, Ana María Sigal y Pola Woscoboinik
2- Hacia un modelo estructural de la hora de juego diagnóstica, Analía Kornblit
VIII- Los tests gráficos
Defensas en los tests gráficos, Elsa Grassano de Piccolo
IX- La entrevista de devolución de información
1- Devolución de información en el proceso psicodiagnóstico
2- Técnica de devolución en pareja, Norberto Mario Ferrer y Elida Esther Fernández
X- El informe psicológico
El informe psicodiagnóstico: ejemplificación a través de un caso, Renata Frank de Verthelyi
XI- Indicadores para la recomendación de terapia breve extraídos de la entrevista devolutiva
XII- Las técnicas proyectivas en el diagnóstico de las dificultades de aprendizaje, Blanca E. Edelberg de Tarnopolsky
XIII- La enseñanza del psicodiagnóstico
Una experiencia en la enseñanza del psicodiagnóstico
Técnica del role-playing
Enza M. Appiani, Esther Fainberg, María E. McGuire de Llauró y Yolanda Kleiner