Ed. Fondo de Cultura Económica, año 1995. Traducción de Leticia García Urriza. Tamaño 24 x 16 cm. Nuevo, 320 págs. Precio y stock a confirmar.

Estos ensayos muestran algunas formas en que los datos y conceptos médicos pueden iluminar y quizá resolver ciertos problemas literarios. Esto no implica que todo lec­tor deba hacer una lectura con ojo médico o que sea necesario consi­derar a un autor determinado como un «caso». Esto sería presuntuoso y destruiría el propósito de la literatura.

Muchos críticos literarios afirman que el texto se basta a sí mismo y que son improcedentes las consideraciones biográficas externas; yo no comparto esta opinión. No puedo disociar una afirmación o una obra literaria de su contexto. Me gusta saber quién la escribe, cuándo se escribió, por qué se escribió y a qué público está dirigida; además de esto, algunas de las circunstancias, inmediatas o dis­tantes, que dieron lugar a la obra.

Es posible que este conocimiento no sea esencial para el disfrute o la comprensión de la obra, pero me parece útil. A primera vista parece una posición razonable afirmar que la literatu­ra no debe analizarse a la luz de circunstancias no literarias. ¿Pero existe acaso la literatura como entidad completa en sí misma, independiente de otros aspectos de la vida, no tocada por alguna realidad distinta?

La literatura a menudo es una transformación de la experiencia, y puede resultar iluminador descubrir cuál fue precisa­mente la experiencia y cómo la usó el escritor. Alguien puede decir que aplicar el razonamiento médico a la literatura es un procedimiento «reductivo», término actualmente en boga para aludir a lo que en mi juventud denominábamos simplificación. Un punto de vista médico es reductivo si y sólo si se pretende que es la única lectura posible y punto.

¿Puede alguien, hoy, negar la existencia de los procesos mentales inconscientes, que los sueños y fantasías revelan ciertas cosas acerca de estos procesos, o que la psique de un escritor está presente en su obra y que el estudio de dicha obra puede ofrecernos ideas que revelan al hombre? Soy patólogo, y al igual que cualquier otro médico, tomo en cuenta tanto los datos físicos como los psicológicos.

En los últimos años, no se necesita argumentar la estrecha interrelación y los efectos recíprocos que tienen los procesos orgánicos y los mentales. La mayor parte de estos ensayos son ejemplos del problema mente-cuerpo. La frase «una larga enfermedad, mi vida», de Pope, es un excelente tema, pues sus achaques tiñeron no sólo su vida sino su obra. Lo que se nece­sita para este tipo de análisis médico es una información biográfica adecuada y un cuerpo sustancial de material literario. De preferencia, el escritor debe tener el suficiente mérito para hacer de su obra algo digno de leerse. Los diarios de un escritor (Boswell) proporcionan pistas invaluables, y si sobrevive una correspondencia abundante (como en el caso de Swinburne y Keats), se es en verdad afortunado.

El material autobio­gráfico puede ser engañoso en virtud de lo que se omite y debido a la necesidad de autojustificación. Los comentarios de fuentes contemporáneas son útiles pero debe corroborarse su precisión, las circunstan­cias en que se hacen y posibles prejuicios. Y nada mejor que la documentación de una profusión de síntomas físicos y psicológicos que alu­den directamente a la obra del escritor.

El ensayo sobre el uso del opio de Keats está muy resumido. Su primera versión con­tenía comentarios más extensos sobre el uso de narcóticos por otros escritores, incluyendo las experiencias literarias basadas en las drogas psicodélicas contemporáneas. Fue penoso seguir el consejo de un editor muy respetado y reducir su tamaño, pero creo que su opinión era válida.

Indice:
I. La infección de Boswell.
II. El masoquismo de Swinbume: neuropatología y psicopatología.
III. ¿El qué de Lady Chatterley?.
IV. Adormecido con el humo de las amapolas: el opio y John Keats. V. Locura y poesía: sobre Collins, Cowper y Smart.
VI. Chéjov entre los médicos: el dilema del doctor.
VII. William Carlos Williams: el médico como poeta.
VIII. El conde de Rochester y la eyaculación precoz.
IX. Thomas Shadwell: una nueva versión de su deceso.
X. ¿Murió Sócrates por envenenamiento de cicuta?.