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Ed. Universidad Iberoamericana, año 1994. Tamaño 23,5 x 15,5 cm. Traducción de Jorge López Moctezuma. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 354
Este libro se presenta en nombre de una incompetencia: está desterrado de aquello que trata. La escritura que dedico a los discursos místicos de (o sobre) la presencia (de Dios) tiene por condición la de no formar parte de éstos. Se produce a partir de este duelo, pero un duelo inaceptado que se ha convertido en la enfermedad de estar separado, análoga tal vez al mal que constituía, ya en el siglo XVI, un motor secreto del pensamiento: la Melancholia. Un faltante nos obliga a escribir, que no cesa de escribirse en viajes hacia un país del que estoy alejado. Al precisar el lugar de su producción, ante todo quisiera evitar a este relato de viajes el «prestigio» (impúdico y obsceno, en su caso) de ser tenido como un discurso acreditado por una presencia, autorizado para hablar en su nombre, en fin, que supone que sabemos de qué trata.
Lo que debería estar ahí no está: sin ruido, casi sin dolor, esta afirmación se encuentra en obra. Alcanza un lugar que no sabemos localizar, como si hubiéramos sido alcanzados por la separación mucho antes de saberlo. Cuando esta situación logra decirse, puede tener todavía como lenguaje la antigua oración cristiana: «No permitas que me separe de ti». No sin ti. Pero lo necesario, convertido en improbable, es de hecho lo imposible. Así es la figura del deseo. Deseo que se vincula evidentemente a esta larga historia de lo único cuyo origen y cuyas vicisitudes, bajo su forma monoteísta, intrigaban tanto a Freud. Con uno que falte y todo falta. Este nuevo comienzo determina una serie de vagabundeos y persecuciones. Se está enfermo de la ausencia porque se está enfermo de lo único.
Lo Uno ya no está. «Se lo llevaron», dicen muchos cantos místicos que inauguran con el relato de su pérdida la historia de sus retornos a otro lugar y de otra manera, con modos que son más bien el efecto y no la refutación de su ausencia. Al no ser ya más el viviente, este «muerto» no deja sin embargo ningún reposo a la ciudad que se construye sin él. Asedia nuestros lugares. Una teología del fantasma sería sin duda capaz de analizar cómo reaparece en otra escena distinta de aquella de la que desapareció. Esta teología constituiría la teoría de esta nueva condición. Antaño el fantasma del padre de Hamlet constituía la ley del palacio en donde ya no estaba. Del mismo modo el ausente que ya no está ni en el cielo ni en la Tierra habita en la región de una extrañez tercera (ni lo uno ni lo otro). Su «muerte» lo coloca en ese lugar ambiguo. Para tener alguna idea, ésta es la región que nos describen hoy en día los autores místicos.
De hecho, estos autores antiguos introducen en nuestra actualidad el lenguaje de una «nostalgia» relativa a ese país extraño. Crean y guardan un lugar para algo así como la saudade brasileña, una añoranza, si es verdad que ese país extraño sigue siendo el nuestro pero estamos separados. Lo que ellos echan a andar no se puede reducir a un interés por el pasado, ni siquiera a un viaje por nuestra memoria. Estatuas levantadas en límites fundadores donde comienza un «otra parte» que no está en otra parte y que ellos producen y defienden a la vez. Ellos forman con sus cuerpos y sus textos una frontera que divide el espacio y transforma a su lector en habitante de campiñas o de suburbios, lejos de la atopía donde ellos alojan lo esencial. Expresan así que nuestro propio lugar es algo extraño y que está en nosotros el deseo de regresar al terruño. Por mi parte, asemejándome al «hombre del campo» de Kafka, les he pedido que me dejaran entrar. Al principio, el guardián respondía: «Es posible, pero no ahora». Veinte años de espera «frente a la puerta» me enseñaron a conocer, «a fuerza de examinarlo», al encargado del umbral hasta en los más mínimos detalles, «hasta las pulgas de la piel con que se cubría». Así eran mi guardián Jean-Joseph Surin y muchos otros ante quienes se exasperaba una paciencia erudita y cuyos textos no dejaban de vigilar mi observación. El de Kafka dice además: «Yo no soy sino el último de los guardianes. Delante de cada sala hay guardianes cada vez más poderosos, yo no puedo ni siquiera soportar el aspecto del tercero después de mí». Él también es extranjero en el país que traza al señalar un umbral. ¿Debemos decir lo mismo de los místicos?
La espera laboriosa ante esos vigilantes ¿permitirá entrever al fin «una luz gloriosa que brota eternamente de la puerta de la ley»? Esta claridad, alusión kafkiana a la Sekiná de Dios en la tradición judía, sería tal vez el resplandor mismo de un deseo venido de fuera. Pero ella no se entrega al trabajo ni a la edad. Ella es testamentaria: es un beso de la muerte. Ella no aparece sino en el momento en que la puerta se cierra ante el moribundo, es decir en el momento en que la exigencia se extingue, no por sí misma, sino por falta de fuerzas vitales para sostenerla. Entonces se realiza la separación. Entonces el guardián se inclina para gritar al extenuado cuál es la naturaleza de su espera: «Esta entrada sólo estaba hecha para ti. Ahora me voy y cierro la puerta». Esperando esta hora postrera, la escritura permanece. Su trabajo en la región ambigua opera sobre la inaceptable e insuperable división. Dura (y durará) todos los años que se extienden desde la primera solicitud que el hombre del campo dirige al guardián de su deseo, hasta el instante en que el ángel se retira dejando la palabra que pone fin a la paciencia. ¿Para qué se escribe, pues, cerca del umbral, sobre el taburete señalado por el relato de Kafka, sino para luchar contra lo inevitable?
INDICE
Lista de abreviaturas
Introducción
1- Cuadratura de la Mística
2- Una formación histórica
Primera parte, Un lugar para perderse
I- El Monasterio y la Plaza: Locuras de la multitud
1- La idiota (siglo IV)
2- Risas de locos (siglo VI)
II- El Jardín: Delirios y delicias de Jerónimo Bosco
1- Un paraíso sustraído
2- Enciclopedias creadoras de ausencias
3- Caminos hacia ninguna parte
4- Caligrafías de cuerpos
Segunda parte, Una tópica
III- La ciencia nueva
1- «Corpus Mysticum», o el cuerpo que falta
2- El adjetivo de un secreto
IV- Maneras de hablar
1- Presupuestos teóricos y prácticos
2- Las frases místicas: Diego de Jesús, introductor de Juan de la Cruz
Tercera parte, La escena de la enunciación
V- El «conversar»
1- El «diálogo»
2- Una condición previa: el volo (Del Maestro Eckhart a Madame Guyon)
VI- La institución del decir
1- ¿Desde dónde hablar?
2- El «yo», prefacio de la «ciencia experimental» (J.J. Surin)
3- La ficción del alma, fundamento de las «Moradas» (Teresa de Ávila)
Cuarta parte, Figuras del salvaje
VII- El iletrado ilustrado
1- Historias textuales (1630-1690)
2- El ángel del desierto
3- Las leyendas del pobre
VIII- Los «pequeños santos» de Aquitania
1- Los «déficits» de la Compañía (1606)
2- La cacería de las «devociones extraordinarias» (1615-1645)
3- «Una especie de iluminados»
IX- Labadie el nómada
1- Un espíritu en busca de un lugar
2- La invención de la extensión
Apertura a una poética del cuerpo