Ed. Edhasa, año 1978. Tapa dura con sobrecubierta. Traducción de José Bianco. Usado excelente, 492 págs. Precio y stock a confirmar.

Malraux inició su actividad literaria en 1926 al mismo tiempo que mostraba su apasionado interés por las grandes transformaciones políticas de su época, sumándose a la revolución china de 1926. La novela presente fue publicada en 1937 y Malraux la escribió durante la Guerra Civil Española a partir de sus experiencias en el transcurso del primer año del conflicto. Llegó a España en mayo de 1936 como delegado de la Asociación Internacional de Defensa de la Cultura, en medio de un clima de gran efervescencia política y social.

A partir del estallido de la guerra, el 19 de Julio de 1936, se dedicó de lleno a la organización de una escuadrilla aérea en apoyo de la República que luego llevaría su nombre. Si bien estaría casi confirmado que Malraux no participó de ningún vuelo, su labor al frente de la escuadrilla fue sumamente importante. El se encargó, entre otras cosas, del reclutamiento de pilotos, la obtención de aparatos, casi siempre vetustos, dado el bloqueo impuesto por las principales potencias europeas, la recolección de fondos y las tareas de propaganda.

Su destino quedó atado al de la República hasta casi la finalización de la guerra, cuando unos días antes de la caída de Barcelona en manos de los nacionalistas, se vio obligado a abandonar España para no regresar jamás. El francés nunca verá con buenos ojos el “desorden organizado” alentado por los anarquistas sobre todo. Donde muchos veían una revolución social, él verá improvisación, luchas estériles entre partidos y heroísmo sin sentido. Para tratar de comprender su actitud, debemos tener en cuenta un hecho fundamental: el escritor será, a lo largo de todo el conflicto, uno de los principales portavoces del Partido Comunista Español y de la III Internacional controlada por el Kremlin.

Cualquier persona que lea esta novela de Malraux puede tener la sensación de que su visión sobre la guerra y los hombres es fría y despiadada, y seguramente no le faltarán razones para pensar de esa forma.

Sus apelaciones en favor de los métodos de organización y encuadramiento del PCE, expresadas por medio de su alter ego Manuel García, son bien elocuentes: no duda en proclamar la necesidad de eliminar a todos aquellos que se opusieran a las directivas emanadas desde el Kremlin y puestas en práctica por sus personeros españoles. Sin embargo, la solidaridad y el compañerismo que unía a los combatientes comunistas aflora en repetidas ocasiones. Episodios como la reorganización de los milicianos derrotados en Toledo, la defensa de Madrid o la batalla de Guadalajara, son momentos en los cuales dichos sentimientos alcanzan enormes proporciones.

La propaganda comunista durante la guerra se ocupó de resaltar el valor en combate y el alto grado de organización de las brigadas internacionales, las cuales permitieron frenar el avance de Franco en las mismas puertas de la capital española. La mayor particularidad del planteo de Malraux reside en que la solidaridad y el valor en estado puro, exaltados por los anarquistas casi como un fin en sí mismo, le abrirían paso a la ineficacia, y con ello, a la derrota.

Por esta razón, disciplina y eficacia vendrían a constituir algo así como poleas de transmisión, a través de las cuales la solidaridad y el compañerismo pueden conducir a la consecución de logros concretos. De no existir esta mediación, la revolución y todo los sentimientos asociados a la misma se transformarían en una simple quimera.