Ed. Jorge Alvarez, año 1969. Tamaño 18 x 10 cm. Traducción de Bernabé Vargas. Usado excelente, 160 págs. Precio y stock a confirmar.

John Reed, el periodista norteamericano universalmente conocido por su obra Diez días que conmovieron al mundo, había nacido en Portland, Oregón, el 22 de octubre de 1887, y murió tres días antes de cumplir los treinta y tres años en la Unión Soviética.

Reed contrajo el tifus en el Cáucaso y su organismo, agotado por el trabajo incesante en condiciones difíciles, no lo pudo resistir. Su amigo y colega Albert Rhys Williams, que lo acompañó en la recorrida del frente de guerra en el Este, las vísperas de la revolución bolchevique, ha recordado que fue justamente en Portland donde por primera vez los estibadores norteamericanos se negaron a cargar materiales de guerra para el ejército blanco de Kolchak, que combatía contra la revolución.

Reed, sin embargo, no pertenecía a la clase obrera, sino a una familia en pleno ascenso económico, y su padre poseía en común con tantos norteamericanos una fe profunda en la democracia política y en la igualdad social. Se sintió siempre un pionero del Oeste, rudo y franco, confiado en su fuerza y en su trabajo. Para su hijo John, eligió una enseñanza superior y de este modo el futuro cronista de la revolución mexicana y de la revolución rusa cursó sus estudios en la Universidad de Harvard. John Reed maduró en aquella casa de estudios que era una ciudadela de la oligarquía financiera norteamericana.

Al graduarse, su exitosa carrera de periodista estaba perfilada, porque al talento natural unía una cualidad poco común entonces: la de ser justamente un egresado de Harvard. La huelga de los obreros textiles en Peterson, que más tarde llevaría al teatro, tuvo en Reed un magnífico cronista. Poco después, fue la sublevación de los obreros de Rockefeller, en Colorado, que se alzaron contra la policía interna de la empresa, los que contaron con el periodista a su lado.

Pero fue en 1911 cuando Reed acometió una gran empresa, la de cabalgar junto a Pancho Villa por el México Insurgente que luego relataría magistralmente, con sus peones rurales en armas, su heroísmo ejemplar, sus canciones junto a las fogatas de los campamentos y sus hombres descalzos capaces de luchar hasta morir por su tierra y su libertad.

El extenso reportaje a la revolución mexicana, publicado primero en la revista Metropolitan y más tarde en forma de libro, convirtió a Reed en uno de los periodistas más sobresalientes y populares de Estados Unidos. Reed no cedió, sin embargo, a la tentación de la fama y la riqueza fácil; por el contrario, aprovechó del prestigio de su firma para denunciar en campañas de prensa espectaculares la rapiña de Rockefeller y de la Standard Oil dentro de los Estados Unidos.

Al estallar la Primera Guerra Mundial, Reed fue enviado a Europa, y desde allí cubrió los frentes de Francia, Alemania, Italia, Turquía, los Balcanes y, finalmente, Rusia. El corresponsal de guerra Reed hizo lo que su conciencia le ordenaba: denunció por igual los crímenes de ambos bandos, y la hipocresía de quienes afirmaban luchar por la democracia, la crueldad de los militaristas de la Europa Central, la responsabilidad de unos y otros en la masacre.

En 1916, el gobierno zarista lo encarceló algún tiempo, descontento con los artículos donde Reed revelaba la corrupción del ejército ruso y la organización de los progroms.

“¡Qué vivo resucita en mi memoria —escribe Albert Rhys Williams— mi viaje con John Reed y Boris Reinstein al frente de Riga en setiembre de 1917. Nuestro automóvil se dirigía hacia el sur, a la zona de Venden, cuando la artillería alemana empezó a cañonear una aldea del lado oriental. ¡De pronto esta aldea se convirtió para Reed en el lugar más interesante del mundo! Insistió en que fuéramos allá. Avanzábamos cautelosamente cuando de pronto un poderoso proyectil explotó detrás de nosotros, y el sector, de la carretera que acabábamos de recorrer voló por el aire dejando una negra columna de humo y polvo. Asustados, nos abrazamos febrilmente unos con otros, pero al cabo de un instante John Reed resplandecía ya de júbilo. Sin duda, habla satisfecho un reclamo de su naturaleza interior”.

El temerario corresponsal de guerra, sin embargo, advirtió las causas profundas de la guerra mundial, y durante una corta etapa de regreso en los Estados Unidos, participó de la campaña neutralista contra la entrada de su país en la conflagración. Explicó a los norteamericanos que hacían bien de horrorizarse con los campos de prisioneros zaristas, pero que harían todavía mejor si volvían la mirada hacia su propia tierra, y reparaban en lo que se estaba haciendo en nombra de la Democracia.

La represión contra los mineros, en Ludlow, Colorado, le pareció más sangrienta que los fusilamientos del Lena, en Siberia. Reed describió detalladamente de qué modo los campamentos de mineros sin trabajo, que habitaban con sus familias en carpas de lona, habían sido atacados con armas de fuego, rociados con nafta e incendiadas las tiendas y asesinados al huir hombres, mujeres y niños. La indignación de Reed vibró: «Es usted, Rockefeller, es. usted, son sus minas, son sus bandidos a sueldo, son sus soldados. Ustedes son unos asesinos».

Los relatos que figuran en este volumen fueron escritos por John Reed entre 1912 y 1916. Tienen la aureola romántica de su autor en esa época, que por lo demás no había terminado de decidir su definitivo enrolamiento en la literatura o en la política activa. Algunos de estos cuentos breves preanuncian las dos obras mayores de Reed, son viñetas del México Insurgente o de la revolución rusa, y una buena parte retratan la miseria de las grandes ciudades norteamericanas.

Indice:

Noticia de John Reed.

I. Hija de la revolución.
II. El mundo bien perdido.
III. Noche de Broadway.
IV. Mac, el norteamericano.
V. Endymion, o en la frontera.
VI. Estampas mejicanas:
1. Soldados de fortuna.
2. Peones.
VII. Los derechos de las pequeñas naciones.
VIII. Lo que el deber impone.
IX. El jefe de la familia.
X.El capitalista.
XI. Donde está el corazón.
XII. Probando la justicia.
XIII. Ver para creer.
XIV. Otro caso de ingratitud.
XV.Estampas revolucionarias:
1. Vísperas.
2. El proceso de los I. W. W. en Chicago.