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Ed. Bajo la Luna, año 2012. Tamaño 20 x 13 cm. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 512
La poesía de Jorge Aulicino explora un entrecruzamiento de planos –realidad, arte, historia y religión– en cada ocasión a través de una escena elegida en la que un personaje asumido como observador imparcial se hace cargo de la narración de un modo preferentemente ascético y paradójico. El lector tal vez quede perplejo al enfrentarse con un resto enigmático inasimilable que el autor prefiere que no se asimile. El poeta es poco complaciente y le exige al lector el mismo grado de compromiso que el escritor asumió. La ampliación de la visión de la realidad dispara por momentos una fuga irreal, que es más real que la realidad misma: aquello destinado a ser sustraído de la mirada se hace presente, despojado de ornamentos, en la escena.
La obra reunida de Jorge Aulicino permite dimensionar la magnitud de una obra conocida y valorada, pero que ha circulado en forma demasiado discreta teniendo en cuenta lo excepcional de su producción.
Refiriéndose a Joaquín Giannuzzi, Aulicino ha escrito: “La poesía de Giannuzzi despliega un pesimismo demoledor unido al amor pudoroso por el trabajo en la construcción ornamental, ficcional, con referencia a la ciudad como lugar o metáfora del fracaso existencial”. Esto que él refiere respecto de Giannuzzi no le es del todo ajeno. Aulicino es un trabajador incansable en su aventura con la lengua y siempre se pronunció desde un punto de vista estético. En el poema “Cézanne” escribe:
“Sólo con inclinarme de derecha a izquierda,/ de izquierda a derecha, me basta,/ escribía Cézanne./ Podría pasarme la vida aquí/ inclinándome de derecha a izquierda,/ de izquierda a derecha/ y no agotaría la realidad, explicaba./ Espacios en blanco en las últimas telas de Cézanne/ indican a los expertos/ que había llevado su teoría hasta el último extremo.”
Y a partir de ahí surgen las preguntas, lo que se infiere del porqué de resistirse a pintar lo que no se ve. El espacio en blanco es sustancial para la poesía, así como lo es en la tela aquello que el artista decide no pintar. Lo que parece inagotable en la mirada del artista acerca de la realidad se va a topar con aquello que no se ve, el no ver inevitablemente va a reubicar lo visto. El otro poema es “La poesía era un bello país”:
“lo que no lleva el agua lo que queda en la pileta/ dando vueltas negándose girando resistiendo/ cáscaras de un huevo peladuras de papas/ lo que insiste en quedarse lo que no entra/ basuras restos lavados resistiendo/ lo que se pega y despega/ lo lavado no chupado girando/ las cáscaras lo exterior resistiendo”.
Allí condensa en pocos versos, a través de una imagen, mucho de la historia de un país, pero en ese resto que se resiste a ser chupado reside algo fundamental: la posición de la escritura. Del tercer poema, titulado “Paisaje con autor” recurriré a su final:
“El mundo se rinde de esta manera y uno sonríe/ sin entender en qué consiste el triunfo,/ mientras el sol brilla sobre una botella en los techos/ o escucha los trenes o la lluvia/ que vuelve a caer donde había caído y agrega/ hongos, óxido, humedad, ciertos olores/ a un paisaje que sin embargo no termina de explicarse”.
Lo que no termina de explicarse está en los orígenes del texto, pero lo más interesante es que persiste una vez logrado el poema, como el blanco de la tela, para hacernos saber la imposibilidad de colmar el enigma que encierra ese paisaje.
Después del libro Almas en movimiento (1995), su poesía se vuelve aún más compleja. Trabaja poemas largos en fragmentos que obedecen a un plan general, un ejemplo de esto es Cierta dureza en la sintaxis (2008), atravesado por la historia y sus cadáveres:
“Sabemos adónde van los muertos,/ pero ¿adónde van las voces?/ Esta ciudad no deja de hacer ruido,/ es el sonido/ el que muele el pavimento”.
Con el gran abanico de lecturas que ofrece Jorge Aulicino elige titular Estación Finlandia al libro de su obra reunida, título de uno de los poemas del libro inédito El Capital. La elocuente elección toma a la revolución bolchevique y al personaje de Lenin como eje:
“¿Alguno vio que ese momento sagrado de la historia/–lo que va del ayer al mañana– era cimbreante vértigo?”
Del mismo modo en el que Aulicino ubica tan bien en Giannuzzi la reflexión del fracaso personal como parte de un fracaso ante la historia, en él también nosotros podemos vislumbrar esta temática.
Sara Cohen