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Ed. Emecé, año 1997. Tamaño 22 x 14 cm. Incluye 32 reproducciones en blanco y negro sobre papel ilustración. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 210

La primera edición de Equitación gaucha en la Pampa y Mesopotamia apareció en noviembre de 1942, en Ediciones Peuser, Buenos Aires, con ilustraciones y dibujos a pluma de Enrique Amadeo Artayeta, Jorge D. Campos y Eleodoro Marenco. Fue editado también en Publicaciones del Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras, serie A IV, 1940-1942. El libro fue distinguido con el Primer Premio de Literatura y Folklore Regional otorgado por la Comisión Nacional de Cultura.

Para la presente edición se ha tomado la cuarta y última edición de Peuser, de 1959, que tiene leves alteraciones en su texto y notas con respecto a la tercera.

A fin de presentar una edición más manuable y accesible, se han mantenido aquí sólo los dibujos que juzgamos indispensables para la comprensión del texto. En el vocabulario ilustrado que cierra el libro se han suprimido también algunos dibujos siguiendo el mismo criterio.

Se han seleccionado e incluido, además, dieciséis páginas de ilustraciones, tomadas de entre las treinta y siete que conforman el apéndice gráfico documental de la cuarta edición.

LIMINAR, Por Justo P. Sáenz (h.)

Poco interesa en estos años del motor a nafta, el caballo de silla y, aunque es posible que por mucho tiempo nos sean imprescindibles sus servicios para la guerra o los trabajos ganaderos, no hay duda de que su época pasó ya y que las industrias y artes originadas por su uso han entrado en un franco período de postración y olvido.

A pesar, pues, de la extemporaneidad del tema que me propongo tratar, confío en interesar a algunos y, tal vez…, ¿por qué no?… en ilustrar a otros que, fuertes en su prestigio de entendidos en “cosas criollas”, creen no ignorar nada de estos asuntos, siendo que en realidad su saber se limita, las más de las veces, al dominio de las prácticas hípicas peculiares a determinada zona o región.

El desconocer nuestros propios méritos, así sean estos tan relativos como los relacionados con lo que nos ocupa, ha sido y es condición muy argentina. Siempre hemos tenido necesidad de que alguien de afuera los señalase para que sólo entonces cayéramos en su cuenta. Tal ha ocurrido con el manejo y empleo del caballo. Durante años, docenas de técnicos en equitación, tanto nacionales como extranjeros, nos han estado presentando como carentes de toda habilidad al respecto. Que no sabemos “tomar el asiento” en la silla, ni cuidar a quien nos lleva, ni aprovechar sus naturales fuerzas e inteligencia. El conjunto de prendas a que llamamos “recado ”, ha sido para los mismos otro blanco de los más acerbos ataques por lo inadecuado y bárbaro que siempre les ha parecido. Y uno se pregunta, antes de sentar juicios tan generales y concluyentes: ¿habrán visto estos señores a nuestros jinetes arribeños y examinado los animales adiestrados por ellos? ¿Será posible que no se hayan detenido a pensar un solo instante, que tanto el medio físico de actuación como la índole de la aplicación del ganado yeguarizo, la faena del lazo, el tiro a la cincha y las necesidades y recursos personales de nuestros hombres de campo justifican plenamente el “recado”?

Por cierto que mucho tenemos que aprender en la materia: bastantes errores que corregir y no pocos métodos racionales que adoptar, pero negarle a un pueblo tan ecuestre como el que más, la autoridad adquirida en una experiencia de tres siglos, es sencillamente ridículo.

Muéveme a semejantes consideraciones, el hecho de que las opiniones de estos “europeístas”, han influido de tal manera en nuestro ejército, que el recluta que ingresa a caballería, no importa si nació entre o fue criado sobre los caballos, es enseñado a montar de acuerdo con el sistema A o B, exactamente tal como podría verificarse con el ciudadano que pasó su infancia y adolescencia tras el mostrador de una tienda o en el puente de un pailebote. Es más: hemos oído expresar a oficiales de dicha arma (muy pocos por suerte) que preferirían que sus subordinados no hubiesen puesto nunca el pie en un estribo, porque de ese modo aprenderían mejor a “andar a caballo”, y que los conscriptos domadores, aficionados o de profesión, eran los que costaba más convertirlos en eficaces soldados de caballería.

Fue a raíz de los partidos internacionales de polo de 1922, en que una vez más se repitió el caso de que los ojos de los
extraños advirtieran algo que los de los de casa no habían podido distinguir…

—¡Los argentinos son dueños de una verdadera escuela de equitación! —se pronunciaron los peritos.

—¿Cómo así? —se dijeron muchos—. ¿No se cabalga aquí como en cualquier otra parte del mundo? ¿Qué tiene de particular el modo de montar de nuestros compatriotas?

Pues bien, en Europa no estaban equivocados. Ante sus hipólogos asombrados, cuatro hijos de las llanuras rioplatenses, casi sin arraigo visible en la silla, flotantes las riendas en aparente falta de dominio, apenas en contacto la bota con el estribo, corrieron, pecharon y evolucionaron en una magnífica demostración del mas puro estilo de equitación pampeana.

Pero no es solamente de este sistema propio de la provincia de Buenos Aires, sur de Santa Fe y Córdoba, La Pampa y Río Negro, por muchas razones el más original y típico, de que me voy a ocupar, sino del litoralense o mesopotámico.

Su estudio me ha costado doce años de búsquedas y observaciones. Fuera de duda, es el primero en su género que se publica en el país. Me corresponde, por consiguiente, la iniciativa en esta clase de investigaciones y no desconozco que mucho le falta a la mía para llegar a la perfección que se merecería en una patria como la nuestra, hecha a lomo de caballo…Porque a caballo fuese expandiendo la civilización argentina desde el seno de las ciudades y a caballo también se nos vino la barbarie desde el fondo de los campos. ¿Y no fue a caballo que atendía sus enfermos el viejo médico urbano y más de un comerciante sus negocios? ¿Y muchos vendedores ambulantes, carteros y repartidores de diarios no recorrían a caballo su clientela? ¿Y en qué parte del mundo anduvieron a caballo los mendigos y en cuál otra utilizan todavía este medio de transporte miles de niños para ir a la escuela?

Es por estas razones que no puedo menos de extrañarme, que nadie hasta este momento se haya ocupado en forma ilustrada y orgánica de escribir sobre algo tan auténticamente criollo, como es todo lo concerniente al manejo del caballo y sus diversas clases de arreos. En lo que a mí se refiere, diré que desde mi adolescencia me interesaron estos asuntos y que numerosas andanzas por la provincia de Buenos Aires, amén de once años de contacto directo con la campaña mesopotámica, me autorizan para tratarlos con conocimiento de causa. Pienso —como ya lo he expresado— historiar más adelante la equitación norteña y la de la región cuyana y veré en nuevos viajes, complementarios de los que ya he efectuado por Salta, Jujuy, Santa Fe, Tucumán, Córdoba, Corrientes, La Rioja, Catamarca, Formosa, Chaco, Río Negro y Neuquén, acopiar mayores antecedentes que me sirvan al efecto.

El primer capítulo que integra la presente obra apareció el 10 de enero de 1929 en La Nación de esta capital y algunos más a partir de mediados del año 1933, en el diario La Prensa, al cual agradezco en esta oportunidad la cesión que me hizo de todas las láminas que los ilustraron. No obstante, es más que posible, que largo tiempo tardara en decidirme a copilar en libro dichos artículos con el complemento de otros, que le dieran estructura y aportaran un mayor caudal informativo si no hubiese sido por la Dirección del Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras, que apercibida de la originalidad del tema, me proporcionó la grata sorpresa de solicitármelos para publicarlos en sus anales.

Me resta ahora agradecer también y en la forma más expresiva, a Eleodoro E. Marenar por sus bellos y documentados dibujos; a don Carlos G. Daws, que puso a mi disposición su valioso acervo de prendas gauchas, una mínima parte de la cual he reproducido; a Jorge Llobet Cullen, que igualmente me facilitó el suyo; a Enrique Amadeo Artaveta, que completó la ilustración gráfica de Jorge Campos Almagro, difundida por La Prensa; a Darío H. Anasagasti, quien obtuvo personalmente algunas de las fotografías que aquí figuran, proporcionándome, asimismo, raros arneses de su propiedad, y a Alberto del Castillo Posse, que dirigió los dibujos de Campos Almagro, referentes a las maneas. No olvido tampoco la colaboración que en diversos sentidos me prestaron: Alejo González Garaño, Emilio Solanet, Angel Cabrera, Horacio V. Díaz, Francisco Cejas, Miguel Ballester y las talabarterías de Marcone, Mattaldi y Casimiro Gómez, todo lo cual ha hecho factible la aparición de este mi modesto aporte al conocimiento de nuestro folklore hípico.

INDICE
LIMINAR
ORIGENES DE LA EQUITACION ARGENTINA
EQUITACION PAMPEANA
EL RECADO
Probable origen del basto actual
El lomillo porteño antiguo
ARREOS Y ACCESORIOS
Las bajeras
La carona de vaca
La carona de suela
El cojinillo o pellón
El sobrepuesto o sobrepellón
La cincha
La encimera
El cinchón y la sobrecincha
Los estribos
Las estriberas
El freno
La cabezada y las riendas
El fiador y el bozal
El atador
El maneador
La traba
Maneas
El prendedor
La collera
El cabestro
Las espuelas
El rebenque
EQUITACION MESOPOTÁMICA
La equitación mesopotámica
Sus características
RECADO Y ACCESORIOS
El pretal
La baticola
El balador
Los estribos
La cincha v la encimera
La sobrecincha
El cinchón
El freno
La cabezada
Las riendas
El fiador
El bozal
La manea
El rebenque
El arreador
Las caronas
Las bajeras
El cojinillo
El sobrepuesto
Las espuelas
Platería entrerriana
JUEGOS HIPICOS CRIOLLOS
Juego de cañas
La Corrida de Toros
El juego del Pato
La Cogoteada
La Corrida de Sortija
Las Carreras de Caballos
MODOS DE PORTAR AVÏOS DE VIAJE, ARMAS E IMPLEMENTOS DE TRABAJO O CACERIA
Las maletas
El poncho
El chifle
Armas blancas
Armas de fuego
El lazo
Las boleadoras
Conclusión
VOCABULARIO