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Ed. El Yunque, año 1972. Tamaño 17 x 12 cm. Estado: Usado muy bueno. Cantidad de páginas: 158

Algunas voces exclaman: «Si continuamos reconociendo a la U.R.S.S. como Estado obrero, debemos establecer una nueva categoría: el Estado Obrero Contrarrevolucionario». Este argumento trata de impresionar nuestra imaginación mediante la oposición de una buena norma programática a una realidad miserable, ruin y hasta repugnante. ¿Pero no hemos venido observando día a día desde 1923, cómo el Estado soviético ha jugado un rol cada vez más contrarrevolucionario en el campo internacional? ¿Hemos olvidado la experiencia de la revolución china, de la huelga general de 1926 en Inglaterra y finalmente la muy reciente experiencia de la revolución española? Hay dos internacionales obreras completamente contrarrevolucionarias. Estos críticos aparentemente olvidan esta «categoría». Los sindicatos de Francia, Inglaterra, EE. UU. y otros países, apoyan completamente la política contrarrevolucionaria de sus burguesías.

Esto no nos impide llamarlos sindicatos, apoyar sus pasos progresivos y defenderlos contra la burguesía. ¿Por qué es imposible emplear el mismo método con el Estado obrero contrarrevolucionario? En último análisis, un Estado obrero es un sindicato que ha conquistado el poder. La actitud distinta ante uno y otro casi se explica por el sencillo hecho de que los sindicatos tienen una larga historia y nos hemos acostumbrado a considerarlos como realidades y no simplemente coma «categorías» de nuestro programa. Pero en lo que se refiere al Estado obrero, se ha demostrado que existe incapacidad de aprender a acercarse a él considerándolo como un hecho histórico real que no está subordinado a nuestro programa.

¿Puede calificarse de imperialista a la actual experiencia del Kremlin? En primer lugar debemos establecer cuál es el contenido social incluido en este término. La historia ha conocido el «imperialismo» del Estado romano basado sobre el trabajo de los esclavos, el imperialismo de la propiedad feudal de la tierra, el imperialismo del capitalismo industrial y comercial, el imperialismo de la monarquía zarista, etc.

La fuerza propulsora de la burocracia de Moscú es indudablemente la tendencia a expandir su poder, su prestigio, sus ingresos. Este es el elemento de «imperialismo» en el más amplio sentido de la palabra, que era propio, en el pasado, de todas las monarquías, castas dirigentes, clases y capas medioevales. Sin embargo, en la literatura contemporánea, al menos en la literatura marxista, se entiende por imperialista la política expansionista del capital financiero, que tiene un contenido económico perfectamente definido. Usar la palabra «imperialista» para la política exterior del Kremlin -sin aclarar exactamente qué significa- equivale sencillamente a identificar la política de la burocracia bonapartista con la política del capitalismo monopolista, sobre la base de que tanto uno como otro utilizan la fuerza militar para su expansión. Semejante identificación,
capaz de sembrar únicamente la confusión, es mucho más propia de demócratas pequeños burgueses que de marxistas.

El Kremlin participa en una nueva división de Polonia, el Kremlin se apodera de los Estados bálticos, el Kremlin se orienta hacia los Balcanes, Persia y Afganistán; en otras palabras, el Kremlin continúa la política del imperio zarista. ¿También en este caso no tenemos derecho de calificar de imperialista la política del Kremlin? Este argumento histórico-geográfico no es más convincente que cualquiera de los otros. La revolución proletaria que se produjo en el territorio del imperio zarista, intentó desde el comienzo mismo conquistar (y durante un tiempo conquistó) los países bálticos ; intentó penetrar en Rumania y Persia y en cierto momento dirigió sus ejércitos hacia Varsovia (1920). Las líneas de la expansión revolucionaria fueron semejantes a las del zarismo, dado que la revolución no cambia las condiciones geográficas. De ahí que ya en aquella época hablaran los mencheviques de imperialismo bolchevique, calcado de las tradiciones de la diplomacia zarista. La democracia pequeño burguesa recurre todavía hoy de buena gana a este argumento. No tenemos motivos, repito, para imitarla.

Sin embargo, aparte de la manera de apreciar la cuestión de la ayuda que Moscú proporciona a la política imperialista de Berlín, la política expansionista de la U.R.S.S. misma queda en pie. Ante todo es necesario establecer aquí que en determinadas condiciones -en un grado determinado y en forma determinada- el apoyo a éste o aquél imperialismo sería inevitable aun para un Estado obrero completamente sano, en virtud de la imposibilidad de romper la cadena de las relaciones con el imperialismo mundial. La paz de Brest-Litovsk, sin duda, fortaleció al imperialismo alemán contra Francia e Inglaterra. Un Estado obrero aislado no puede dejar de maniobrar entre los campos imperialistas hostiles. Maniobrar significa apoyar temporalmente a uno de ellos contra el otro. Saber exactamente cuál de los dos campos es más ventajoso o memos peligroso apoyar en determinado momento, no es una cuestión de principios sino de cálculos y propósitos prácticos. La inevitable desventaja que se engendra como consecuencia de este apoyo limitado a un Estado burgués contra otro está más que compensada por el hecho de que de este modo el Estado obrero tiene la posibilidad de continuar existiendo.

Pero hay maniobras y maniobras. En Brest-Litovsk el gobierno soviético sacrificó la independencia nacional de Ucrania a fin de salvar al Estado obrero. Nadie podía hablar de traición hacia Ucrania, pues todo obrero con conciencia de clase entendió el carácter obligado de este sacrificio. Completamente distinto es el caso de Polonia. El Kremlin nunca ni en ninguna parte ha presentado la cuestión como si se hubiese visto obligado a sacrificar Polonia. Por el contrario, se vanagloria cínicamente de su combinación, afrentando así los sentimientos democráticos más elementales de las clases y pueblos oprimidos de todo el mundo y debilitando extremadamente la situación internacional de la U.R.S.S. ¡Las transformaciones económicas de las provincias ocupadas no compensan esto ni en una décima parte!

Toda la política exterior del Kremlin está basada en general en una canallezca idealización del imperialismo «amigo» sacrificando así los intereses fundamentales del movimiento obrero mundial a ventajas inestables y secundarias. Después de engañar durante cinco años a los trabajadores con consignas por la «defensa de las democracias» Moscú está ocupado ahora en justificar la política de pillaje de Hitler. Esto por sí mismo no basta para transformar a la U.R.S.S. en un Estado imperialista. Pero no cabe duda que Stalin y su Internacional Comunista son actualmente la agencia más valiosa del imperialismo.

Si queremos definir la política exterior del Kremlin con exactitud, debemos decir que es la política de la burocracia bonapartista de un Estado obrero degenerado, rodeado de un cerco imperialista. Esta definición no es tan breve y sonora como la de «política imperialista», pero en cambio es más precisa.

La ocupación de Polonia oriental por el Ejército Rojo es, por supuesto, un «mal menor» en comparación con la ocupación del mismo territorio por las tropas nazis. Pero este mal menor se obtuvo porque se aseguró a Hitler la conquista de un mal mayor. Si alguien incendia o ayuda a incendiar una casa y después salva a cinco de los diez ocupantes a fin de convertirlos en sus propios semi-esclavos, naturalmente que será un mal menor si se queman los diez. Pero es dudoso que este incendiario merezca una medalla por el salvamento. Si a pesar de todo se lo condecora con una medalla habría que fusilarlo inmediatamente después, como en el caso del héroe de una de las novelas de Víctor Hugo.

Robespierre dijo una vez que al pueblo no le agradan los misioneros con bayonetas. Con esto quería decir que es imposible importar ideas e instituciones revolucionarias en otros países empleando la violencia militar.

Tal intervención -como parte de una política internacional revolucionaria- debe ser entendida por el proletariado internacional y debe corresponder a los deseos de las masas trabajadoras de los territorios donde entran las tropas revolucionarias.

La teoría del socialismo en un solo país no puede, naturalmente, crear esa activa solidaridad internacional que es la única capaz de preparar y justificar la intervención armada. El Kremlin plantea y resuelve el problema de la intervención militar, como todas las demás cuestiones de su política, independizándola en absoluto de las ideas y sentimientos del proletariado internacional. Por esa razón, los recientes «éxitos» diplomáticos del Kremlin comprometen monstruosamente a la U.R.S.S. e introducen una extrema confusión en las filas del proletariado mundial…

INDICE
1- Nuevamente y una vez más sobre la naturaleza de la U.R.S.S.
2- Una oposición pequeño-burguesa en el partido de los obreros socialistas
3- Carta abierta al camarada Burnham
4- De un rasguño al peligro de gangrena
5- Los moralistas pequeño-burgueses y el partido proletario
6- Balance de los acontecimientos fineses