Ed. Siruela, año 2009. Tamaño 21,l5 x 14,5 cm. Traducción de Esther Benitez. Usado excelente, 96 págs. Precio y stock a confirmar.

La primera edición de El vizconde demediado fue publicada en febrero de 1952 por la editorial Einaudi, de Turín.

«Cuando empecé a escribir El vizconde demediado quería ante todo escribir una historia entretenida para entretenerme yo mismo, y, si acaso, para entretener a los demás; tenía la imagen de un hombre partido en dos y pensé que ese tema del hombre partido en dos, del hombre demediado, era un tema significativo, con significación contemporánea: todos nos sentimos, de algún modo, incompletos, todos realizamos una parte de nosotros mismos y no la otra. Para lograrlo procuré crear una historia congruente, una historia con simetría, con ritmo de cuento y de aventura a la vez, pero también como de ballet.

Para diferenciar las dos mitades, me pareció que con una mala y con otra buena conseguía el mayor contraste. Se trataba de una elaboración narrativa basada en los contrastes. Por lo tanto, la historia se basa en una serie de efectos sorpresa: en el hecho de que, en lugar del vizconde entero, regrese al pueblo un vizconde demediado muy cruel, vislumbré el mayor efecto sorpresa posible; y en el de que luego, en un momento dado, se descubra un vizconde absolutamente bueno en lugar del malo, otro efecto sorpresa. Que esas dos mitades fuesen igualmente insoportables, la buena y la mala, era un electo cómico y al tiempo significativo, porque a veces los buenos, las personas demasiado programáticamente buenas y llenas de buenas intenciones, son terribles chinches.

En algo así, lo importante es lograr una historia que funcione precisamente como técnica narrativa, que se apodere del lector. Por lo demás, siempre presto mucha atención a los significados: procuro que al final la historia no se interprete al revés de como la concebí; por tanto, también los significados son muy importantes, aunque en un cuento como éste el aspecto de funcionalidad narrativa y, por qué no decirlo, de diversión tiene gran importancia. Yo creo que divertir es una función social, encaja en mi moral; siempre pienso en el lector que tiene que aguantar todas esas páginas, es necesario que se divierta, que tenga también una gratificación; ésa es mi moral: uno compra el libro, le cuesta dinero, invierte su tiempo, se tiene que divertir. No soy el único que piensa así; también un escritor muy preocupado por los contenidos como Bertolt Brecht, por ejemplo, decía que la primera función social de una obra de teatro era la diversión. Yo creo que la diversión es una cosa seria».

Italo Calvino, 1983