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Ed. Anagrama (Compactos), año 2006. Tamaño 19 x 12,5 cm. Traducción de Joan Parra Contreras. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 204
El autor nació hacia julio de 1944 en Bielefeld, Alemania. Schlink es, además de escritor, juez, y un juez debe ser una persona ecuánime, capaz de contemplar todas las facetas –de las más luminosas a las más oscuras– del alma humana, impartir justicia después de pensárselo mucho y desarrollar argumentos con parsimonia, desenvolviendo las más diversas hipótesis, analizándolo todo, haciéndose muchas preguntas.
La claridad expositiva es una de las mayores virtudes de este juez que ya había escrito y publicado algunas novelas policiales de culto, hasta que la publicación de El lector (1995) batió records de popularidad en su país natal y mereció traducciones a varios idiomas.
Michael Berg tiene quince años. Un día, regresando a casa del colegio empieza a encontrarse mal y una mujer acude en su ayuda. La mujer se llama Hanna y tiene treinta y seis años. Unas semanas después, el muchacho, agradecido, le lleva a su casa un ramo de flores.
Así comienza una relación erótica en la que, antes de amarse, ella siempre le pide a Michael que lea en voz alta fragmentos de Schiller, Goethe, Tostói, Dickens…el ritual se repite durante varios meses, hasta que un día Hanna desaparece sin dejar rastro.
Siete años después, Michael, estudiante de derecho, acude al juicio contra cinco mujeres acusadas de criminales de guerra nazis y de ser las responsables de la muerte de varias personas en el campo de concentración del que eran guardianas. Una de las acusadas es Hanna.
Michael, entonces, se debate entre los recuerdos gratos y la sed de justicia, trata de comprender qué llevó a Hanna a cometer esas atrocidades, trata de descubrir quién es en realidad la mujer a la que amó.
“Pienso que no existe una memoria en estado puro. Este ha sido uno de los grandes temas para mi generación. Para muchas familias es una cuestión personal, porque provocaba peleas entre padres e hijos. Uno de mis maestros favoritos, el que me enseñaba inglés y me enseñó a amar la lengua inglesa, también nos daba clases de gimnasia. Y pudimos ver en su brazo el tatuaje de las SS.
De un modo u otro, debíamos afrontar el tema no como una abstracción teórica sino como un problema personal, y muy vívido. Hubo muchos libros sobre el tema ni bien terminada la guerra, pero luego, en los cincuenta y los sesenta, no tuvimos tantos. Y de los años sesenta a los ochenta, la literatura alemana se concentró principalmente en el Holocausto. El lector es uno de los primeros libros, creo yo, que pone en escena cómo la generación que vino después de la guerra se enfrenta con lo que hizo la generación anterior.
Mi generación, y también la siguiente, quería una literatura que se preguntara cómo lidiar con el Holocausto y con la participación de nuestros modelos adultos en todo eso”.
Bernhard Schlink