Precio y stock a confirmar
Ed. Anagrama, año 2011. Tamaño 22,5 x 14,5 cm. Epílogo y traducción de Justo Navarro. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 198

El gran GatsbyPor Justo Navarro

Francis Scott Fitzgerald escribió El gran Gatsby en la Riviera francesa durante 1924 y la corrigió en Roma y Capri. «He
escrito la mejor novela de los Estados Unidos» -le dijo entonces a su editor, Maxwell Perkins. El mito de Gatsby es el mito del hombre de las ciudades, uno cualquiera, ese a quien conocemos un día por casualidad y nunca sabremos quién es exactamente ni de dónde ha salido. Gatsby es un emblema del ciudadano: esencialmente será la idea que los demás se hacen de él, asesino o príncipe, héroe o antihéroe, ser extraordinario que brilla en sus fiestas magníficas, misterioso y sospechoso, Mister Nobody from Nowhere.

Todo lo que aparece en El gran Gatsby es algo que alguien ha visto y cuenta después: la infancia y primera juventud
del héroe, los amores y la boda de la heroína, la reconstrucción del crimen final a partir de las declaraciones de los testigos, el último verano de Jay Gatsby, recordado dos años después de los acontecimientos por Nick Carraway. Todo es verdad, salvo lo que el protagonista cuenta de sí mismo para darse a conocer a su nuevo amigo, Carraway, el narrador, que, aunque presuma de no juzgar a nadie, juzgará a Gatsby y dictará su veredicto antes de que termine la historia. El habitante de las ciudades es lo que ven en él los ojos de los demás.

En el verano de 1922, para ser visto y reconquistar el amor perdido, Gatsby organiza fiestas extraordinarias en su casa extraordinaria. Toda la novela es una sucesión de fiestas y reuniones para comer y beber. «La mayor orgía de la historia», le llamó a los años veinte del siglo pasado Francis Scott Fitzgerald, que entonces andaba por los veinte años. Pero son diversiones que acaban en perturbación y desembocan en violencia. Fitzgerald dijo que quería escribir algo hermoso y sencillo, y a la vez de estructura compleja, e ideó un juego perfecto de vidas paralelas y figuras especulares, empezando por el héroe, Gatsby, y el cronista de sus gestas, Carraway, dos desplazados, dos emigrantes, llegados a Nueva York desde el Oeste para prosperar en los negocios del momento, la especulación financiera o el contrabando de licores.

Los dos demuestran ínfulas de grandeza cuando hablan de sí mismos. Si Gatsby se presenta como descendiente de una rica familia extinguida, viajero por el mundo, cazador de fieras, coleccionista de joyas y héroe de guerra con el corazón roto, Carraway, que no ha leído tanta literatura barata, solo presume de ser honrado y de descender quizá de unos duques ingleses, aunque su familia se haya dedicado toda la vida a la ferretería al por mayor. Gatsby pierde la cabeza por amor, pero Carraway se enamora tan rutinariamente que se aburre y se desilusiona en el camino. El narrador vive en una casa peor que fea, anodina, a solo unos metros de donde Gatsby refulge. A los dos los deslumbran los ricos, el brutal Tom Buchanan y la luminosa Daisy.

Sigue el.juego de espejos: la pareja dorada y resplandeciente se cruzará con el matrimonio miserable que forman George y Myrtle Wilson. La revista popular Liberty se negó a publicar por entregas El gran Gatsby al considerarla una historia inmoral de amantes y adúlteros. Tanto Gatsby como Buchanan persiguen a las mujeres de otro, dos mujeres con nombre decorativo, de flores, la margarita y el mirto, Daisy y Myrtle. Los cónyuges traicionados son antitéticos, el ceniciento George Wilson y el imponente Tom Buchanan; los amantes clandestinos, Gatsby y Myrtle, tienen en común la capacidad de ilusión, el sueño de otra vida posible: Gatsby quiere volver al pasado, reconquistando el amor de Daisy; Myrtle, que pasa la tarde con Buchanan y acabará con la
nariz rota, piensa en el futuro: quiere comprar un collar de perro, un cenicero que se traga la ceniza automáticamente y una corona para la tumba de su madre.

Gatsby monta sus fiestas para atraer a la mariposa Daisy a la luz de sus jardines amenizados por la orquesta de moda. Su casa es una feria, un circo, un parque de diversiones donde quizá lo más espectacular sea la leyenda del dueño del circo, probable asesino, espía, traidor, o sobrino del emperador de Alemania, una historia sacada de una revista sensacionalista o de un cuento del más cotizado de los cuentistas populates de la época, Francis Scott Fitzgerald. Héroe de guerra, por encima de todos desde lo alto de la escalinata de su casa, mira su mundo inútil y efímero. Entonces repican las campanas y el narrador, Carraway, recuerda la
azarosa lista de invitados a los bailes de Gatsby y suena como la lista de los muertos que Jorge Manrique recitaba en las
Coplas a la muerte de su padre.

Pero la verdadera historia de Gatsby es más emocionante que todos sus cuentos. Parece una autobiografía de Fitzgerald, que nació en Minnesota como Gatsby, hizo la instrucción como Gatsby en un campamento cerca de Louisville, Camp Taylor, y acabó destinado a un campamento de Alabama, donde se enamoró de su futura mujer, Zelda Sayre, como Gatsby se enamoró de Daisy Fay. Fitzgerald tenía una
dolorida sensación de tiempo ido irremediablemente y Gatsby pensaba que podía resucitar el tiempo muerto, el pasado, y más aun, un único y privilegiado momento del pasado. Gatsby es el negativo de Tom y Daisy Buchanan, que basan su esplendor en la herencia, la familia y la riqueza siempre renovada de los antepasados: Jay Gatsby se inventó su nombre, huyó de sus padres, de su historia familiar y personal, liquidó su pasado para recuperar el pasado o, mejor, el pasado soñado, fiel solo a los propios sueños, con
la valentía o la temeridad suficientes para creerse capaz de realizarlos.

Es un héroe de tragedia: los mismos pasos que da hacia su plenitud y su felicidad lo llevan a la destrucción. El acto final empieza a los acordes de una marcha nupcial llegada de un salón de baile, como si se renovara la boda de Tom y Daisy en el momento en que Gatsby creía reconquistarla. Gatsby y Myrtle, los dos pobres amantes imposibles, acaban sacrificados en el mismo juego de azar: Myrtle, mártir arrodillada en la carretera con un pecho arrancado, y Gatsby, en una piscina purificadora y bautismal, dos individuos de clase baja, inocentes, inmorales e imprudentes, aplastados al paso del matrimonio Buchanan. Francis Scott Fitzgerald,
niño católico, parece que conservaba un recuerdo mítico y quizá inconsciente de la imaginería dolorosa de su religión.

Tuvo el genio de percibir un universo mítico en un tiempo histórico, los años veinte en los Estados Unidos de América. Los personajes de El gran Gatsby leen los libros que tuvieron éxito entonces y bailan al ritmo de las canciones de moda en el mundo surgido de la Primera Guerra Mundial, el mundo de la especulación financiera y la corrupción, la primera gran fiebre del automóvil, la edad del jazz y las fiestas interminables y la violencia cotidiana, en vísperas de la gran depresión económica de 1929. El atrevimiento imaginativo de Fitzgerald culmina cuando compara el deslumbramiento de Gatsby ante su sueño de Daisy con la impresión de los primeros colonos holandeses que llegaron a Long Island en el siglo XVII en busca de un nuevo mundo y una vida nueva: como si Gatsby fuera la encarnación del americano originario, sin pasado, forjado por su propia voluntad, hijo de sí mismo como Dios, libre, sin limites en su derecho a ser feliz.