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Ed. Escuela, año 1966. Tamaño 18 x 13 cm. Traducción de P. F. Valdés y A. von Ritter-Zahonny. Estado: Usado muy bueno. Cantidad de páginas: 96

Por Laura Ulloa

El Dios inconsciente, antes de aparecer como libro en 1948, fue una conferencia que Frankl dictó ante un pequeño grupo de intelectuales en Viena, poco después de la II Guerra Mundial. El libro consta de 7 capítulos:

En el primer capítulo, La Esencia del Análisis Existencial, Frankl sitúa su logoterapia como una tercera escuela vienesa de psicoterapia, comparándola con la psicología individual de Alfred Adler y con el psicoanálisis de Sigmund Freud. Meramente menciona a Adler, y con la que verdaderamente enfrenta su teoría es con la de Freud, alegando que éste pasó de la objetividad, pues se atrevió a mencionar lo hasta entonces no mencionable —la libido y el sexo— a la objetivación. Para Frankl tal objetivación reduce al ser humano a sus impulsos, finalmente anatomizando lo psíquico: el psicoanálisis no ve en el hombre [sic] sino el automatismo de un aparato anímico.

A este automatismo, Frankl contrapone la responsabilidad, pues él considera al ser humano como una existencia espiritual que, en libertad, responde a las preguntas que la vida le plantea aquí y ahora, en lo concreto de su situación. Esta responsabilidad o capacidad para responder, contrapuesta a un simple ser impulsado, como pretendía el psicoanálisis, es una capacidad o cualidad inconsciente, sobre todo en la persona neurótica, que, precisamente no actúa libremente, sino llevada por sus impulsos.

La tarea de la psicoterapia que Frankl propone, el análisis existencial o logoterapia, es precisamente hacer que el el ser humano neurótico se vuelva consciente de su responsabilidad. Si en el psicoanálisis lo que Freud pretendía era hacer consciente lo impulsivo reprimido, en el análisis existencial lo que Frankl busca es hacer consciente lo espiritual neuróticamente reprimido. Así, el existir del ser humano es sinónimo de la libertad y de la responsabilidad.

En El Inconsciente Espiritual, segundo capítulo, Frankl aclara y desarrolla los conceptos antes expuestos. Empieza afirmando que el inconsciente no contiene solamente elementos impulsivos, sino también un elemento espiritual. Este elemento espiritual se sitúa también dentro del inconsciente, por lo que lo llama inconsciente espiritual, y será objeto también de la logoterapia, que Frankl considera un complemento necesario a la psicoterapia tradicional. Frankl continúa explicando que la frontera entre lo inconsciente y lo consciente es porosa — se pasa del uno al otro con frecuencia; sin embargo, la línea divisoria entre impulso y espíritu es totalmente nítida, pues ambos son fenómenos inconmensurables. Congruente con sus antecedentes existencialistas, Frankl considera que el ser humano, lejos de ser un ser impulsado, es un ser que decide, un ser responsable, un ser existencial. Lo específicamente humano del ser humano empieza justamente allí donde deja de ser impulsado y es responsable: Se da allí donde el hombre [sic] no es impulsado por un ello, sino que hay un yo que decide.

En el pensamiento existencialista, existencia y facticidad son opuestos: la existencia habla de libertad, la facticidad es lo dado, lo que nos condiciona. Así pues, para Frankl, la existencia es algo espiritual, mientras que a la facticidad pertenecen lo físico y lo psíquico, que, como cualquier médic@ puede atestiguar, suelen presentarse como elementos entremezclados y difíciles de dilucidar.

Lo psicofísico, para Frankl, se agrupa en torno a un centro espiritual o centro de actos espirituales, que es como define Max Scheler a la persona. Así pues, Frankl habla de la persona espiritual que tiene un elemento psicofísico, pero es un algo espiritual. Para Frankl no somos simplemente alma y cuerpo, entendiendo por alma lo anímico o psíquico, somos espíritu, alma y cuerpo. Lo espiritual es lo más propiamente humano y lo que da integridad y hace una totalidad corpóreo-anímica-espiritual.

Es de lo anterior de donde Frankl desarrolla o avanza la idea de que una psicología profunda completa ha de incluir la espiritualidad humana. La psicología de Freud, limitaba la profundidad inconsciente a la impulsividad humana, por lo que Frankl la califica de una psicología profunda del ello, mas no del yo, no de la persona total, espiritual-existencial.

Frankl va más allá y afirma que de hecho, el yo profundo es siempre inconsciente. Esto es así porque la persona espiritual, al ejecutar un acto espiritual se absorbe en ese acto y es irreflexionable; es decir, la existencia espiritual, el yo, sólo existe en sus realizaciones. En su origen, donde es él mismo, el espíritu es inconsciente. Asimismo, como instancia que decide si algo se vuelve consciente o permanece inconsciente, funciona también inconscientemente.

En el tercer capítulo, Análisis Existencial de la Conciencia, Frankl induce de sus disquisiciones anteriores que la conciencia tiene su origen en el inconsciente. Por lo mismo, la conciencia es irracional o alógica. Frankl habla de una “inteligencia prelógica” y de una “inteligencia premoral de los valores” que es precisamente la conciencia. Afirma que la conciencia es una función “esencialmente intuitiva”, es decir, como conciencia ética que ve no lo que es, sino lo que todavía no es, se anticipa espiritualmente y ve lo que debe ser. Así Frankl puede afirmar que “las grandes y auténticas (existencialmente auténticas) decisiones del ser humano como ‘existente’, son siempre enteramente irreflejas y por ello también inconscientes”. Ya después de su ejecución, se puede reflexionar sobre los actos de la conciencia, pero en su ejecución no se razonan, se ven.

Frankl compara lo intuitivo de la conciencia al amor, que también ve lo que no es, aunque en este caso se trata de las posibilidades de ser del ser amado. Y además señala que ambas realidades, la conciencia y el amor, tienen que ver con el ser absolutamente individual. La conciencia ve, ante una situación absolutamente individual y única, más allá de cualquier ley moral, lo único necesario; el amor ve lo único posible, es decir lo que sólo la persona amada en su absoluta singularidad puede ser.

Frankl también compara lo inconsciente de la conciencia a lo inconsciente de lo estético, o conciencia artística. La inspiración del artista, de donde surge su creatividad, se encuentra también en la espiritualidad inconsciente, y por el contrario la demasiada reflexión, estorba a la creatividad. De lo anterior, concluye que la tarea del psicoterapeuta no es sólo hacer consciente algo inconsciente, sino además, volver a restituir ese algo a la inconsciencia y así “restablecer la evidencia de las relaciones inconscientes”.

En La Interpretación Analítico-Existencial de los Sueños, cuarto capítulo, Frankl trata sobre los sueños como productos del inconsciente. Como era de esperarse, añade que no solamente hay elementos del inconsciente impulsivo en los sueños, sino también elementos del inconsciente espiritual, a los que hay que atender en la interpretación. Es por eso que Frankl pide al psicoterapeuta ser honesto y abrirse a estos otros elementos como son la conciencia ética, la conciencia artística y la espiritualidad inconsciente y no interpretarlo todo como relacionado con contenidos sexuales. Lo que en este capítulo añade Frankl a los anteriores a través de una exposición fenomenológica es la existencia de la religiosidad inconsciente.

Con motivo de la interpretación de un sueño con contenido religioso, Frankl compara el pudor que rodea al amor con el pudor que puede también proteger lo religioso. En el caso del amor, “su carácter inmediato, original y auténtico, y por tanto la existencialidad, amenaza con desaparecer o transformarse en la facticidad de una situación observada por otro o por sí mismo desde fuera”. Igualmente sucede con la religiosidad, ya que también se trata de una “verdadera intimidad”. Una auténtica religiosidad puede estar reprimida precisamente debido a su carácter íntimo. Así pues, dice Frankl, hay que cuidar esa intimidad del paciente que teme divulgar o traicionar su intimidad religiosa exponiéndola ante un médico que pudiera considerarla una sublimación de la libido, o algo impersonal, atribuyéndola a un inconsciente arcaico o un inconsciente colectivo.

En La Trascendencia de la Conciencia, quinto capítulo, Frankl continúa aquí desarrollando el tema del análisis existencial de la conciencia, esta vez llegando a postular la trascendencia de la conciencia. Para esto, define la libertad humana como un libertad de ser impulsado y una libertad para ser responsable o, dicho de otro modo, para tener conciencia.

Si yo escucho y sirvo a mi conciencia, esto implica que mi conciencia es algo más que yo, dice Frankl, algo por encima de mí. Es así como en el pensamiento de Frankl, la conciencia deja de ser un mero hecho psicológico para convertirse en una interlocutora, definiendo al ser humano como persona y revelándose simultáneamente como un algo trascendente y de carácter personal.

De aquí, Frankl afirma que no se puede concebir al ser humano y en especial a su conciencia si no se considera su origen trascendente, es decir, si no se considera al ser humano como criatura. Al decir que soy responsable, necesariamente me remito a una trascendentalidad, soy responsable ante, finalmente Frankl dirá “ante Dios,” en el lenguaje de su cultura judía monoteísta.

Frankl piensa que una persona, que acepta el hecho psicológico de la conciencia, pero que no es religiosa, se detiene en la inmanencia, pues considera a la conciencia como la última instancia ante la cual es responsable. Frankl sin embargo califica a la conciencia de penúltima, no última instancia, y piensa que hay que dar un paso más y reconocer a un Dios creador. A la vez, Frankl afirma que hay que respetar a quien niega a Dios, pues Dios mismo le ha dado al ser humano la libertad de negarse a reconocerlo. Sin embargo, parece emitir un juicio cuando dice, de quienes niegan el nombre de Dios (no a Dios mismo), que se comportan con arrogancia cuando hablan de “lo divino” o “la divinidad”.

Más adelante, Frankl enfrenta nuevamente a Freud, quien llama a la conciencia superyo y la considera una introyección de la imagen del padre. Para Frankl, un superyo que se deriva del yo es tan contradictorio como un yo que se deriva del ello. Así como un yo existencial y libre no puede derivarse de los impulsos del ello, pues los impulsos no son capaces de regularse a sí mismos, de “reprimirse, censurarse o sublimarse a sí mismos”; así tampoco el yo puede ser responsable ante sí mismo. Para Frankl “todo imperativo categórico ha de estar a fin de cuentas legitimado por la trascendencia, y no por la inmanencia”. Frankl piensa que Freud tiene el concepto al revés, pues Dios no es una imagen del padre, sino que Dios es el prototipo de toda paternidad.

En Religiosidad Inconsciente, sexto capítulo, Frankl propone que al reconocer el inconsciente espiritual, estamos dando un paso más allá de concebir al ser humano como un mero ser racional. Frankl avanza con la idea de una “religiosidad inconsciente en el sentido de un estado inconsciente de relación a Dios, que aparece como una relación a lo trascendental inmanente al propio hombre [sic], aunque a menudo latente en él”. Frankl habla de una relación inconsciente pero intencional a Dios, y de una fe inconsciente. Después hace una serie de aclaraciones. Primero, aclara que al hablar de Dios inconsciente, lo inconsciente se refiere no a que Dios sea inconsciente, sino a que Dios puede serle inconsciente a la persona, por estar la relación entre esa persona y Dios reprimida y por tanto oculta para la misma persona. Aclara también que no se trata de un panteísmo en el que el ello sería divino, o Dios viviera inconscientemente dentro de los seres humanos. Tampoco se trata, dice Frankl de una omnisciencia del inconsciente, Pues entonces el ello sabría más que el yo.

Tampoco es el inconsciente un ello independiente, puesto que está en una relación con Dios. Elloificar el inconsciente, dice Frankl, es lo que hizo Jung, y afirma que esto fue un error, pues entonces lo religioso se vuelve un impulso en vez de ser una decisión personal. Para Freud y para Jung el inconsciente, dice Frankl, es un inconsciente que determina a la persona, ya se trate de impulsos sexuales o impulsos religiosos. Para Frankl, en cambio, “el inconsciente espiritual, y muy en particular la religiosidad inconsciente, es decir el ‘inconciente trascendental’, no es un inconsciente determinante, sino existente”, es decir, libre.

Para Jung, los arquetipos son propios de lo psicofísico, están en la psiquis y de alguna forma ligados incluso al cerebro; para Frankl, la religiosidad es propia de la persona espiritual; emerge de la profundidad de la persona, de su centro. Ex–siste, sale, cuando no está reprimida.

Para Frankl, la religiosidad no es innata. Rechaza los arquetipos jungianos porque encadenarían la religiosidad a lo biológico. Para él, sí existen esquemas dentro de los cuales se mueve lo religioso, pero esos esquemas son los de la tradición religiosa que recibe cada uno. Por tanto, “la auténtica y primordial religiosidad no tiene… absolutamente nada que ver con una religiosidad arcaica y en ese sentido primitiva”. Según Frankl esa religiosidad puede ser ingenua e infantil, “pero de ningún modo puede calificarse de primitiva o arcaica”, en términos jungianos. Para Frankl hay una realidad eterna y actual, omnipresente, que constituye la religiosidad humana. Considera que a menudo es precisamente la represión de dicha realidad la que produce una neurosis.

En Psicoterapia y Religión, último capítulo, Frankl se pregunta por la relación entre los temas anteriores y la práctica o investigación médicas. Concede que las cuestiones religiosas no son el objeto de la práctica médica y que el médico debe ser tolerante en estos aspectos. Incluso al médico creyente, a quien le interesan estas cuestiones, ha de interesarle la espontaneidad de la religiosidad de su paciente. “A una auténtica religiosidad el hombre [sic] no puede ni ser impulsado por un Ello ni apremiado por un médico”. Frankl opina que el médico no ha de sustituir al sacerdote. Un médico creyente, puede hablar de religión a un paciente también creyente, pero no en tanto médico, sino en tanto creyente. Pero un médico no creyente que usara la religión terapéuticamente, la estaría degradando. Afirma: “La religión da al hombre [sic] más que la psicoterapia…y exige también más de él. Toda interferencia mutua entre estos dos campos, que de hecho pueden llevar a los mismos efectos, ha de evitarse absolutamente cuando la intención respectiva es ajena a la del terreno en que nos movemos”.

Para Frankl, así como hay que respetar la libertad del ser humano, hay que respetar también la independencia de la investigación de la ciencia. Piensa que el hacer de la psicoterapia una sierva de la teología es algo que no le sirve a una ni a otra. La psicoterapia debe mantener su independencia de manera que, si algún día llega a probar que el alma humana es por naturaleza religiosa, habrá de hacerlo desde su autonomía de ciencia.

INDICE
1- El carácter del análisis existencial
2- El inconsciente espiritual
3- Análisis existencial de la conciencia
4- Interpretación existencial-analítica de los sueños
5- La trascendencia de la conciencia
6- Religiosidad inconsciente
7- Psicoterapia y religión