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Ed. Universidad Autónoma de Metropolitana, año 1985. Tamaño 20x 13 cm. Selección de Javier Sicilia. Traducción de Alberto Frake. Prólogo de Alejandro Toledo. Estado: Usado muy bueno. Cantidad de páginas: 362

A los doce años era un lector insaciable. Sus largas jornadas en la biblioteca lo llevaron a emprender, entre los quince y los dieciséis, primero una gran enciclopedia y luego una historia universal. La investigación se detuvo en la Biblia; escribe entonces más de doscientas cuartillas comentanto e interpretando algunos versículos del Antiguo Testamento. Este primer itinerario intelectual culmina en la filosofía, y a los dieciocho inicia su «Crepúsculo de los filósofos» (que aparecerá ocho años más tarde). A los veintidós conoce a Benedetto Croce, y funda y dirige la revista «Leonardo», que circula en Florencia de 1903 a 1907. «Nací con la enfermedad de la grandeza», escribe.

Procreó -perpetró, diría Jorge Luis Borges- más de cincuenta libros. Destacan: «Lo trágico cotidiano» (1906), «El piloto ciego» 1907), «Un hombre acabado» y «Palabras y sangre» (1912), «Historia de Cristo» (1921), «Gog» (1931), «Vida de Miguel Angel» (1949), «El Libro Negro» (1951), «El diablo» (1953); «Juicio universal», «Segundo nacimiento» y «Diario» (publicados pòst-mortem en 1957, 1958 y 1962).

La vida de Giovanni Papini fue un tránsito constante de «la negación a la afirmación, del titubeo a la certeza, del diabolismo al Evangelio». Es, según sus propias palabras, «el hombre que no acepta el mundo», «ruinmente sincero», «un incendiario de buena voluntad».

Probablemente nuestro siglo no inició en el 900 sino veinte años antes. De esta época datan algunos de los partos que han marcado nuestra modernidad: Virginia Woolf y James Joyce (1882), Franz Kafka (1883), Ezra Pound y D. H. Lawrence (1885), Hermann Broch (1886)…Giovanni Papini nació en la Toscana el 9 de febrero de 1881. Mucho de
su infancia lo cuenta el propio Papini en las páginas iniciales de «Un uomo finito»:

«Y desde aquellos momentos de mi vida empecé a saborear la dulzura viril de aquella infinita e indefinida melancolía que no gusta de desahogos y de consuelos, sino que se consume en sí misma, sin objeto definido, creando paulatinamente el hábito de la vida interna y solitaria, que nos aleja para siempre de los hombres».

Esta niñez «salvaje y precozmente introspectiva» fue el fermento de una actitud que tomó como lema las palabras de Petrarca: «Vine tan sólo a despertar a otros»; y que tuvo sus momentos más brillantes en el tiempo de vida de «Leonardo» -entre los veintidós y los veintiséis de Papini. Escribió «Lo trágico cotidiano» y «El piloto ciego», sus mejores cuentos fantásticos -de los que Borges seleccionaría más tarde algunos para integrar «El espejo que huye»-, y su «Crepùsculo de los filósofos». Las obras que cierran su etapa nietzscheana son «Un hombra acabado» y «Palabras y sangre» -cuyo título, pensamos, viene de Nietzsche: «De todo lo escrito, solo me gusta lo que ha sido escrito con la propia sangre. Escribe con la sangre y aprenderás que la sangre es espíritu».

Domenico Giuliotti, primero íntimo enemigo, después íntimo amigo suyo (juntos trabajaron el «Diccioanrio del hombre salvaje»), hace una síntesis precisa de este primer Papini:

«Durante veinte años tu pluma ha escrito al dictado del diablo. Durante veinte años has sido un envenenador de ti mismo y de los demás…Huélete: percibirás que te trasciende el cadáver de ti mismo; que no serás libre ni estarás seguro hasta que no lo hayas enterrado».

Queda como puente y síntesis su rápida participación en el movimiento futurista comandado por Marinetti (al que se integraron Ardengo Soficci y Aldo Palazzeschi, entre otros), de 1913 a 1914, con la fundación de «Lacerba». Los puntos programáticos del futurismo fueron: revolución de ideas, instinto iconoclasta, destrucción de los ídolos, abolición de la retórica, libre afirmación del individuo, valorización de la nación, guerra sin cuartel al verbalismo y a los lugares comunes, ostracismo de los viejos utensilios artísticos, literarios y políticos.

¿Qué determinó su conversión al cristianismo? En 1921 aparece «Historia de Cristo», pero esta fecha no dice mucho si queremos indagar en los detalles del suceso. La verdadera fuente es «Segundo nacimiento», redactado en 1923 pero que vio su publicación en 1957, un año después de su muerte. Allí refiere sus largas caminatas espirituales, sus contactos con la religión, y su casamiento con Giacinta Giovagnoli en 1907. Reflexiona: «¿No había acaso en mí, como se ha dicho de Nietzsche, unos celos inconscientes de Cristo? Y los celos, ¿no son principio de amor?
¿Y quién amó tanto a Cristo como aquellos que primero lo ofendieron?».

El más claro resorte de Papini fue su tremenda «ansia de absoluto y de verdad», que lo acerca a la religión pero también lo lleva a apoyar a Mussolini y adherirse al fascismo -lo cual se recuerda aún en Italia, con furia o con tristeza. No obstante, el «Dizionario generale degli autori italiani contemporanei» comete imprecisiones en las fechas y es injusto con él:

«En 1935 el antiguo iconoclasta, que irritaba a la burguesía, se tranformó en un defensor de los ideales de restauración del fascismo, recibiendo a cambio honores oficiales: en 1935 le fue dada la cátdera de literatura italiana en Bologna, a la que tuvo que renunciar por una complicación de su enfermedad en los ojos; en 1937 es nombrado académico de Italia y da vida al Instituto de Estudios del Renacimiento y a la revista ‘La Rinascita'».

En realidad, Papini perteneció a la academia desde la subida de Mussolini en 1922 hasta 1944. A lo largo de este diario encontraremos anotaciones respecto a su adhesión al fascismo, pero es difícil pensar que lo hizo para obtener honores oficiales. Las razones de un hombre de genio son acaso más complejas que las simplificaciones, esenciales a los diccionarios.

Durante la Segunda Guerra, el viejo Gian Falco -con este pseudónimo escribió sus primeros artículos- hubo se sufrir muchos infortunios. Su casa de Bulciano fue destruida y él huyó llevando consigo el pesado manuscrito de «Juicio Universal» -que trabajó por mucho tiempo y nunca concluyó. Fue alojado en un convento de la Verna, desde donde pudo rescatar la mayoría de sus libros. Luego consiguió trasladarse a Florencia.

Al terminar la guerra su pasado lo condena al silencio. Lo acusan de «beneficiario del régimen»; acude a declarar en varias ocasiones, pero el hecho queda ahí. La publicación de «Cartas a los hombres de Celestino VI» (1946) lo coloca de nuevo a la luz pública; luego se sucedieron: «La vida de Miguel Angel» (1949), «El libro negro» (1951) y El diablo (1953). Este último año se le diagnostica parálisis progresiva. Continúa su trabajo con la ayuda de su nieta Ana Pazskowski. Muere el 8 de julio de 1956.

Tal vez como epígrafe a toda su obra -incluido este diario- Papini hubiera escrito:

«Yo me presento ante vuestra mirada fría con todos mis dolores, mis esperanzas y mis flaquezas»

INDICE
1916 – 1917 – 1919
1921
1922 – 1925 – 1930 – 1931
1942
1943
1944
1945
1946
1947
1948
1949
1950
1951
1952
1953