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Ed. Paidós, año 1991. Tamaño 22,5 x 13,5 cm. Traducción de Carlos Eduardo Saltzmann. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 320

Por Mohammed Masud Raza Khan
Londres, julio de 1987

Cuando comencé a reunir estos escritos para su publicación, les había dado el título de Transgresiones: Pasiones, Dolor y Soledad. Ahora, al preparar mis textos para su edición cierto tiempo después, encuentro que el tema dominante es más bien el de la «toma de conciencia» -el reconocimiento y la aceptación de los actos de transgresión que invariablemente surgen, en todas las áreas de relaciones, de todo intento de satisfacer necesidades, deseos y demandas.

Cuando se recorren los tres libros de las religiones monoteístas -el Viejo Testamento, la Biblia y el Sagrado Corán- se ve uno sorprendido por el hecho de que a la transgresión se la encuentra en el comienzo mismo, tanto respecto del carácter individual como de las culturas colectivas. Cuando se piensa más en ello, se advierte que, naturalmente, no puede haber transgresión a menos que haya una prohibición. Después de todo, tras haber puesto a una pareja humana en el Paraíso, el Señor Dios les prohibió efectivamente que comiesen de un determinado fruto, y se produjo entonces la transgresión. Se advierte también que la transgresión es casi siempre, tanto por su carácter como por su propósito, poder y sexo. La primera transgresión, la de Adán, resultó en un hecho sexual. Sus consecuencias fueron dos hijos, Abel y Caín. Lucharon por el poder, y Caín mató a Abel. Así pues, desde el comienzo mismo de la vida humana, según estas tres escrituras, la transgresión, el asesinato y el sexo conforman una curiosa trinidad.

La tarea principal que cada una de las religiones monoteístas se asigna es la de hacer que la persona asuma responsabilidad por su transgresión, cosa que sólo es posible si toma conciencia de la naturaleza de esa transgresión, de la necesidad que satisface en su carácter y del papel que desempeña en su vida. Que el sexo y el asesinato desempeñen un papel importante en las vidas de los personajes de mis escritos clínicos (aunque con carácter de fantasía más bien que de hecho) no es nada fuera de lo común. Son éstos los temas recurrentes de toda la literatura contemporánea.

La tarea primaria de toda empresa terapéutica asumida por dos personas es la de hacerle posible a aquél de los dos que busca ayuda que tome conciencia de las fuerzas ocultas o reprimidas de su naturaleza, y de sus correlatos en la conducta humana. Sólo a través de una toma de conciencia tal, que puede frecuentemente ser en extremo dolorosa, puede un sí-mismo (self) llegar a ser su propia auténtica persona y funcionar como tal en la matriz total de su ambiente social. Las religiones, en particular las monoteístas, han puesto siempre gran énfasis en esa percatación de sí mismo, y en las propias palabras de San Agustín encontramos relatos muy conmovedores de los penosos esfuerzos que debían sufrir los primeros cristianos para encontrar su verdadera vocación en la vida que vivían en medio de los otros.

Un interrogante que inevitablemente surge en relación con cualquier forma de asesoramiento es el que inquiere por qué una relación entre dos personas hace más fácil que una persona tome conciencia de la totalidad de sus anhelos y deseos, de sus necesidades y demandas, manifiestos o encubiertos, que la introspección solitaria, que es por cierto más privada. Una de las razones consiste en que el otro es, por lo general, un agente menos censor e inhibidor que la propia autoconciencia vigilante de la persona, a menos, por supuesto, que la persona se complazca en fantasías megalomaníacas. Otra razón reside en que la conversación con el otro tiene límites, tanto temporales como espaciales, y por ello salva a la persona de la pesadilla del perpetuo charloteo que llena la cabeza. Todavía una tercera podría ser que precisamente la simpatía y la empatía de la persona que escucha le asegura a la que habla que sus experiencias no le son absurda y fantásticamente peculiares, que, por más incómodas o extravagantes que puedan ser, tienen mucho en común con la experiencia de otros seres humanos, y que él no es un ser aislado y maníaco.

En este libro me propongo expresar con sencillez el papel que desempeño frente a un determinado paciente, y mi propia experiencia de la relación clínica. Asimismo, comencé a darme cuenta de que el estilo de comunicación del paciente es más él (o ella) que la mayor parte de los «actos» que relata. Además, nosotros, como clínicos, sabemos de los «actos» del paciente sólo a prtir de sus propias narraciones orales; a menos que él, o ella, sea hospitalizado, rara vez los presenciamos. Esta es la razón por la que describo, a menudo con cierto detalle, cómo se conduce y viste un paciente. La autopresentación sartoria dice mucho. Tengo conciencia de que el énfasis que he puesto en estos factores ha influido a veces para que proporcionara una versión del material casuístico menos conceptualizada que en anteriores ocasiones, pero creo que como resultado de ello el lector podrá identificarse de un modo mucho más estrecho con mis pacientes, sus necesidaes, sus deseos y sus demandas.

Antes de terminar, un punto que sé que no tendrá buena acogida por parte de mis colegas freudianos, pero que no obstante puede ser recibido con cierta atención simpática por aquellos lectores que tengan una cultura humanística más amplia. Todos los pacientes que aparecen en estas páginas fueron criados por progenitores devotamente religiosos, de fe judía, cristiana o mahometana. Habían transgredido los mandatos de su fe a través de perversiones sexuales del carácter y las locas extravagancias del vivir a que los condujeron sus necesidades. pero rara vez puede uno desprenderse plenamente de la fe en que uno ha nacido. Carl Jung lo ha reconocido pública y profesionalmente, y el profesor doctor Sigmund Freud sólo en su correspondencia, privadamente: «…me gustaría inferir que si el niño llega a ser muchacho, se convertirá en un ferviente sionista» (Freud a Sabina Spielrein, 28 de agosto de 1913)

INDICE
Nota del traductor
Palabras preliminares
1- Prisiones
Prólogo
La fase final: el «tercer análisis»
2- Cuando llegue la primavera
3- Sillas vacías, vastos espacios
Juan
4- Un homosexual desolador
5- Ultraje, docilidad y autenticidad
Material casuístico
Reflexiones teóricas
6- «Pensamientos»
Fase 1
Fase 2
Fase 3
7- La larga espera
Parte uno
Parte dos
Palabras finales
Bibliografía cronológica
Referencias bibliográficas
Indice analítico