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Ed. Metrópolis / Alloni, año 2005. Tamaño 50 x 30 cm. Estado: Usado excelente (con un golpe en el extremo inferior del lomo), 72 págs.

Hay mucho de quijotesco en el empeño recurrente de Raúl Ponce obstinado en fusionar en el formato de la historieta su condición de dibujante y de lector contumaz. Antes se acercó a textos de Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias y Gabriel García Márquez.

Hoy conocemos su versión de América de Franz Kafka que trazó casi al mismo tiempo que El Recurso del Método del cubano Carpentier. Permaneció inédito por años pero conserva intacta la tensión y frescura del momento original. Se diría que la vigencia de la creación kafkiana se proyectó, por efecto empático, a las nerviosas grafías del artista argentino.

Ponce no pretende ilustrar o glosar el texto prestigioso. Pero aspira a metas más ambiciosas. Pretende -nada menos- interpretar y recrear plásticamente a Kafka. Y compartir meditaciones y gráfica con el público masivo del lector de historietas. En ese sector desatendido y subestimado con frecuencia por los artistas, editores y la crítica de arte que los ignora. Ponce se postula como mediador que repare estos desencuentros. Asume el compromiso desde la óptica del «historietista experimental» en el que conjuga sus convicciones de hombre y de artista comprometido con su tiempo y circunstancias.

No es casual la elección del texto de Kafka. De América eligió un capítulo (Un Asilo) que resume los insolubles dilemas que afronta Karl Rossmann. el protagonista.

La lectura de Ponce atraviesa la densidad conceptual y la textura incisiva y diáfana del texto. Esta saeta disparada por la pluma traza y revela -negro sobre blanco- la tensión creadora que Raúl Ponce comparte con el escritor checo. Cada cuadro obtura una situación oclusiva que se reiterara, cíclicamente, con variantes de creciente asfixia existencial.

Es sólito establecer analogías entre el pensamiento premonitorio de Kafka y las peripecias históricas de los argentinos del siglo XX. La creación de Kafka y la realidad vernácula comparten atmósferas enrarecidas, inútiles emprendimientos, ambiguos protagonistas y circunstancias que oscilan entre la tragedia y el grotesco. Circula entre nosotros un dicho que afirma que de haber sido argentino
Franz Kafka habría sido un escritor costumbrista. La elección v la relectura plástica de Ponce confirman tácitamente el acierto de la afirmación anónima.

Raúl Ponce se hace cargo de tantas responsabilidades desde la complejidad creadora del artista plástico que, en la ocasión, asume el papel de historietista experimental. La postura le exige seleccionar, escoger diálogos significativos interpretándolos desde el lenguaje gráfico que en Ponce se crispa en línea dinámica, claroscuros generados por el cruce de la miríada de grafísmos o del juego del blanco del papel y la incisión definitoria, inapelable, del grafismo en tinta negra.

Los cánones del lenguaje de la historieta se respetan en la versión de América operada por Raúl Ponce. Establecen también líneas divergentes de la norma gráfica que concurren a la acentuación de los contenidos expresivos. Habrá que señalar que el humor de Kafka se recarga, en la lectura de Ponce, de intensidades sofocantes, que convierten en laberintos insalvables las peripecias dramáticas de la imago mundi implícita en la metáfora que Kafka plantea en América.

Muchos años transcurrieron entre la obra de Kafka, su interpretación por un artista argentino y la edición que pone ambas poéticas al acceso menos irrestricto del usual al lector o concurrente a las galerías de arte. La ética del proyecto de Ponce, la belleza de su logro plástico no compensará las injusticias más bíblicas que kafkianas que laten en América de Franz Kafka.

El discurso gráfico de Raúl Ponce prohija el desacato artístico y conceptual ante los destinos supuestamente manifiestos que atan la condición humana al sometimiento o la desdicha por decreto de cualquier abusivo designio divino, humano o político.

Elba Pérez, enero de 2005

Karl Rossmann, un adolescente de 16 años, es enviado desde Alemania a Nueva York por su padre luego de haber embarazado a una sirvienta, la cual lo había seducido.

Desembarcado en su destino, luego de un viaje azaroso, se encuentra con su tío, Edward Jakob, hermano del padre, quien le prodiga a partir de ese momento cuidado y atenciones extremas, llevándolo a vivir con él a una lujosa residencia, pues se trata de un rico industrial y político en ejercicio del cargo de Senador. Satisface sin demora los deseos de Karl, tal como la compra de un piano, a la vez que financia sus estudios, entre ellos los de inglés. Este le retribuye con dedicación, esfuerzo y sobre todo con considerable cariño, que por cierto, es mutuo.

Accidentalmente Karl conoce a dos amigos de su tío, los señores Pollunder y Green, en una visita que realizan éste. El primero, seducido por su personalidad, lo invita a visitar su mansión, situada en las afueras de la ciudad. Jakob accede a otorgarle el permiso necesario, después de algunas resistencias, pues no parece ver con buenos ojos el alejamiento temporal del sobrino.

Llegado a destino tiene algunos incidentes con la hija del dueño de casa, pero lo realmente significativo en su destino ocurre un rato antes de las 12 de la noche, cuando Green, también presente en la velada, le hace entrega de una carta del tío, en la cual éste le comunica que debido a su conducta, esto es, haber aceptado el convite, considerado por él una desobediencia, lo aleja definitivamente de su lado y protección.

A partir de este momento Karl Rossmann inicia un accidentado peregrinaje, cargando con su baúl, un paraguas y algo de dinero que le han sido devueltos en la misma ocasión. Conoce en una pensión a dos jóvenes, Delemarche y Robinson, quienes lo invitan a continuar viaje en busca de trabajo, mientras aprovechyan de la pequeña fortuna de Karl para gastos de subsistencia. En cierto momento, pernoctando a la intempreie, lo incitan a ingresar al Hotel Occidental a adquirir alimentos, lo hace y conoce a la Cocinera Mayor, quien de inmediato se convierte en su protectora. Al regresar constata que sus amigos han revisado y revuelto su baúl, hurtándole una fotografía familiar muy estimada por él, por lo que decide romper con ellos y regresar al hotel donde ha sido llamado por su bienhechora a ocupar el puesto de ascensorista, cosa que hace sin tardanza. Traba amigable relación con Therese, también empleada.

Pasado un tiempo de ejercicio laboral que desempeña con esmero y diligencia, a plena satisfacción de sus empleadores, hace su brusca aparición en el Hotel Occidental Robinson, borracho y vestido extravagantemente, quien lo compromete con altisonantes exclamaciones de amistad y con vómitos que manchan la entrada del ascensor a su cargo, que se ve obligado a abandonar a fin de esconder a su ex camarada en las habitaciones de los ascensoristas para no ser descubierto. Todo es inútil, es atrapado y echado sin miramientos, pese a los esfuerzos de la cocinera y de Therese.

Karl saca a Robinson del Hotel y marchan a la vivienda en la que vive éste con Delemarche y su novian Brunelda. A continuación de un altercado con un policía, que intenta regresarlo al Hotel, cosa que no desea. Delemarche lo rescata para inmediatamente obligarlo a subir a sus habitaciones…