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Ed. Gustavo Gili, año 1977. Tamaño 20 x 13 cm. Versión castellana de Francesc Serra i Cantarell. Estado: Usado muy bueno. Cantidad de páginas: 94
¿El diseño sirve a las masas?, por Giulio Carlo Argan
Tomás Maldonado anticipa en este volumen el ensayo teórico e histórico sobre el diseño industrial, que ha escrito para la Enciclopedia de Enciclopedia del Novecento de la casa Treccani. La reconsideración del problema es tanto más interesante, ya que quien lo hace es el principal protagonista del nuevo lanzamiento crítico, en la segunda posguerra, de lo que en la primera había sido el conato revolucionario del Vchutemas ruso y el programa reformista del Bauhaus alemán. La reconsideración es amarga, aunque no lo suficiente: la batalla del diseño industrial ha sido una batalla democrática perdida en ambos casos. El capitalismo de la primera posguerra y el neocapitalismo de la segunda, se han apropiado de sus metodologías para adaptarlas
a su política de ganancias, y nadie lo sabe mejor que Maldonado, que fue severo director de aquella escuela de Ulm, en la Alemania Federal, que más o menos acabó de la misma manera que el Bauhaus en la Alemania nazi.
Nos hemos equivocado todos. El diseño industrial no es una categoría estética ni un filón a letere de la historia del arte, es una utopía iluminista en la que hemos creído con la ilusión de que por lo menos un último ligamen unía a la burguesía capitalista con sus antiguas premisas progresistas. Hoy se impone una crítica radical: el proyecto del diseño industrial ha fracasado, en primer lugar porque su programa nunca fue explícitamente político y anticapitalista, y también porque los artistas fueron los primeros en sabotearlo, al no estar dispuestos a convertirse en técnicos proyectistas, renunciando a la inspiración y sustituyéndola por el método, renunciando a la escuela y sustituyéndola por el mercado. Y desarrollaron su propia política de repulsas morales, en tanto que el constructivismo reformista se alejaba cada vez más de la vanguardia revolucionaria: Guernica, el Waterloo del diseño.
Es justo negar que el diseño industrial dependa de «una idea apriorística del valor estético (o estético funcional) de la forma», o de cualquier otra motivación «aparte y previa al proceso constitutivo de la propia formal». El análisis ha de ser interno y estructural, no hay nada en el proyecto que no se inserte en la lógica de su proceso. Y también es justo que, una vez apartada la categoría superpuesta del valor, se reabsorba el diseño industrial en la cultura material, aquella que se hace por medio de las técnicas. Pero se ha de ir más a fondo para decir que la cultura material no es colateral ni integrante, respecto a la cultura especulativa; es más, la anula y sustituye, porque hoy las ideas no son dirigidas desde arriba, sino que se deducen de las praxis operativas. Esta es la cultura que combate duramente la evasión de la cultura burguesa, en el interclasismo y en la no-política.
Los fenómenos negativos del styling y del Kitsch no son en ningún caso rarezas o desviaciones, sino que ocupan todo el campo fenoménico del diseño industrial. Ya desde que el capitalismo pasó de la política fordiana de «pocos modelos de larga duración» a la política de consumo de «muchos modelos de breve duración», los tiempos de desgaste y de recambio se han ido precipitando, han empezado a producirse necesidades psicológicas que corresponden a productos simbólicos, se ha prescindido de la lógica de la producción para explotar la irracionalidad del mercado. Maldonado sabe muy bien que la gute Form se deja cooptar fácilmente: el «estilo Braun» no es más que la apropiación indebida del método de Ulm por parte del neocapitalismo alemán. El diseño industrial es corruptible, por causa de su intencionalidad congénita hacia una sociedad affluent en la que el bienestar es monopolizado como un privilegio o administrado como una providencia. En una palabra, no está suficientemente politizado.
¿Puede haber un diseño industrial que no postule una sociedad de bienestar y que esté enraizado en otra época? Estamos actualmente en el último recodo del camino: si al término de su evolución, el diseño industrial no es otra cosa que noticia, el problema ya
no atañe a la proyectación de objetos, sino a los circuitos de la información de masas. Ya se trate de la publicidad o de la televisión, todo está ampliamente contaminado por el styling y, sobre todo, por el Kitsch: la información, que debería ser abierta y desalienadora, es -en cambio- un grave factor de condicionamiento. Cuando es utilizada con fines ideológicos, es un agente represivo y regresivo. La perspectiva del desarrollo industrial en el campo del sistema de la información, ya aparece como totalmente cerrada; y puesto que el diseño industrial es inconcebible fuera del contexto político, parece probable que su problema tenga que considerarse como acabado.
Por Tomás Maldonado
«…en toda sociedad existe un punto neurálgico, en el cual tiene lugar el proceso de producción y de reproducción material, es decir, un punto en el que, según las exigencias de las relaciones de producción, se van estableciendo las correspondencias entre «estado de necesidad» y «objeto de necesidad» (Chombart de Lauwe, 1970), entre necesidad (Bedürfnis) y creación de necesidad (Bedarf). El diseño industrial, en cuanto fenómeno que se sitúa precisamente en este punto neurálgico, emerge como «fenómeno social total» (Mauss, 1923). O lo que es lo mismo, como perteneciente a aquella categoría de fenómenos que no se han de examinar aisladamente, sino siempre en relación con otros fenómenos con los cuales constituye un tejido conectivo único. A esta misma categoría pertenece el fenómeno de la técnica, íntimamente vinculado con el del diseño industrial. El idealismo había recluido la técnica en el gheto de la producción estructural, es decir, había hecho de la técnica un fenómeno extraño, e incluso adverso, al universo de la producción superestructural. Pero la verdad es muy distinta: la técnica está presente tanto en la ejecución de los «productos supraestructurales» (configuraciones simbólicas de todo tipo), como en la de «productos estructurales» (configuraciones objetuales de todo tipo).
El «prejuicio corriente» (Carandini, 1975) que opone los productos estructurales a los superestructurales, los productos de la mano (y de la máquina) a los de la cabeza (M. Rossi, Cultura y revolución, 1974) queda definitivamente superado a partir
del momento en que todos los productos del trabajo humano se consideran como artefactos (Von Uexküll, 1934; White, 1949; Gehlen, 1955; Maldonado, 1970). Por otra parte, este es el presupuesto base del concepto moderno de cultura material, difundido sabre todo por los antropólogos y los arqueólogos, pero también por los historiadores. En definitiva, se trata de la concepción hoy generalmente aceptada según la cual los productos de la actividad técnica humana se han de considerar siempre como hechos de la «vida material»; o mejor aún, de cultura (o de civilización) material. Idea que Braudel ha precisado de esta manera: «La vida material: son los hombres y las cosas, las cosas y los hombres» (F. Braudel, Civilización material y capitalismo). Pero hemos de admitir que esta concepción goza del consenso general sólo desde hace relativamente poco tiempo.
En realidad, los productos de la técnica -de cualquier tipo de técnica- han estado sujetos durante siglos a la discriminación más tenaz. Y, tal vez de una manera más decisiva, lo mismo sucedía con los hombres que se ocupaban tanto de su invención y proyectación como de su producción efectiva. Se ha demostrado (Schuhl, 1938) que la raíz histórica de esta discriminación se ha de buscar ya en la antigüedad, más concretamente en la sociedad esclavista griega, con su desprecio absoluto por los trabajos manuales y mecánicos, considerados como de naturaleza infamante ya que, en verdad, eran trabajos de esclavos.
INDICE
Advertencia
Prólogo a la edición castellana, por Giulio Carlo Argan
Introducción
Para una historia del diseño industrial
a) Las utopías científicas y técnicas
b) Los autómatas
c) Las representaciones visuales de las máquinas en los siglos XVI, XVII y XVIII
d) La contribución de los protofuncionalistas
e) El descubrimiento del carácter sistemático de la relación necesidad-trabajo-consumo
f) Las grandes exposiciones mundiales del siglo XIX
g) Las primeras leyes para una reglamentación de la higiene y la seguridad del trabajo
h) La aportación de la vanguardia histórica
i) El debate sobre la relación productividad-producto
j) La influencia del Bauhaus
Bibliografía