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Ed. Aguilar, año 1998. Tamaño 24 x 17,5 cm. Incluye 20 fotografías en blanco y negro y 8 a color sobre papel ilustración. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 346
Pocas regiones del mundo han merecido el apodo de «infierno de los navegantes» con más propiedad que nuestras costas oceánicas y platenses.
Ya desde las primeras exploraciones, las aguas del Río de la Plata despertaron el pánico entre los marinos. En principio, por la fuerza e intempestividad de los vientos y corrientes, especialmente el pampero y las sudestadas, que pueden llegar a producir grandes cambios en contados minutos. Era preferible —decían— ser tomados por una tormenta en pleno océano antes que sufrir el oleaje corto y persistente de este ancho río embravecido. Y también por sus fondos traicioneros, restingas y bajos de arena y piedra, como el banco Inglés, el Arquímedes, el Ortiz, y otros tantos innominados.
El naturalista Charles Darwin observó que las zonas de confluencia de grandes masas de agua suelen entrañar serias dificultades para la navegación. La observación se hace más patente en este caso, ya que el océano Atlántico se encuentra con el Río de la Plata (el más ancho del mundo) en una prolongada línea que cruza desde Punta del Este hasta el Cabo San Antonio, en la República Argentina.
La navegación por el estuario se consideraba tan peligrosa que compañías aseguradoras inglesas y francesas fijaban una tasa complementaria, desde Castillos hasta Montevideo y Buenos Aires, equivalente a la de viajes de ultramar.
Con el correr de los años, los peligros y las rutas se fueron señalando en las cartas de navegación.
Un relevamiento detallado y minucioso fue realizado entre 1802 y 1804 por el piloto español Don Andrés de Oyarvide, teniente de fragata de la Real Armada, quien realizó un trabajo completo para aquellos tiempos. Paradojas de la vida, pese a su experiencia, Oyarvide pagó tributo a la fiereza de nuestro mar porque naufragó trágicamente en las inmediaciones de Cabo Polonio, como luego veremos.
En 1857 apareció el primer Manual de NAvegación, obra del marino francés A. Boucarut, quien se refirió al Río de la Plata como «el infierno de los navegantes».
Pocos años después se editó el Manual de Navegación del Río de la Plata y de sus principales afluentes, debido a la pluma y experiencia de los marinos españoles Lobo y Riudavets, con detalladas instrucciones para la recalada y derrotas de ida y vuelta hacia Europa.
Juzgamos interesante transcribir algunos conceptos de este libro, citado hasta hoy por todo navegante:
«El clima del Plata está muy sujeto a cambios bruscos de viento…las tormentas se forman y descargan con tal celeridad que es preciso estar siempre prontos para maniobrar…se citan ejemplos de pamperos muy violentos entrados con tiempo claro que se anunciaron solamente una nube arremolinada.
Pero el viento del sur o sureste es el mas peligroso. Si toman al barco fuera del río y no muy lejos va a parar con la deriva hacia la costa de Castillos…como el temporal del sureste es más temible que el pampero, manifestando la experiencia que los naufragios por temporal han acaecido casi siempre con vientos del segundo cuadrante…»
Dada la sucesión de naufragios y tragedias marítimas, surgió la necesidad imperiosa de establecer luces y señales para ayudar a la navegación. Reclamos de países extranjeros y exigencias de nuestros propios comerciantes comprometieron a las autoridades en la construcción de una serie pautada de faros y en el balizamiento de los lugares más peligrosos del estuario. Coronando insistentes aspiraciones del Apostadero de Montevideo, la primera luz se encendió en la cúspide del cerro en el año 1802. Le siguió el faro de la isla de Flores, erigido durante el período luso-brasileño e inaugurado en 1829 -resolución del Cabildo que costó muy cara en materia de compensación territorial-. Otro faro se instaló en 1857 en la Colonia del Sacramento. Y en 1858 se encendió el de la isla de Lobos, de vida muy efímera por la poderosa influencia de los Lafone, concesionarios de la matanza lobera, quienes arguyeron que la potente luz espantaba a los animales en celo. Dos años después el faro se trasladó a la torre que se había construido en Punta del Este, por entonces totalmente desierta.
En 1869 se inauguró el faro de la Panela en las inmediaciones de la bahía de Montevideo, y un año más tarde, el de la isla Farallón, frente a Colonia.
Después, en rápida sucesión, les tocó el turno a los peligros costeros del Atlántico. En 1874 se encendió el faro del cabo Santa María para guiar la entrada al Río de la Plata, en 1877 el de la punta José Ignacio y, finalmente, en 1881 el del Cabo Polonio. Este último, sin duda alguna, el más importante para los acontecimientos que narraremos en este libro.
Si pasamos revista a la historia desde la época colonial hasta nuestros días y recorremos la costa desde Colonia hasta el Chuy, podemos contabilizar miles de encallamientos y naufragios, tantos y tan variados que en la jerga particular de los marinos no se duda en hablar de un «cementerio de barcos».
La consulta de mapas y cartas permite visualizar que los accidentes se concentran en determinados lugares que por tradición se consideran como más peligrosos: el canal del Infierno, Montevideo y su puerto, la isla de Flores, el banco Inglés, la bahía de Maldonado, Punta del Este y la isla de Lobos.
Sin embargo, la mayor concentración se ha producido frente a las costas oceánicas de Rocha, en torno a sus tres accidentes geográficos más notorios: la ensenada de Castillos, el cabo Polonio y sus islas y las inmediaciones del cabo Santa María.
INDICE
El infierno de los navegantes
PARTE I, Naufragios en la ensenada de Castillos
Tradiciones de Aguas Dulces
La odisea de La Limeña
El remate del Evergreen
La tragedia del Leopoldina Rosa
El naufragio del Bessie Stanton
La pérdida de la Inocencia
La barca abandonada
Los revolucionarios del Porteña
El oro del Arinos
Los forbantes del Santa Rita
El crimen del Gainford
El cofre del Hermes
En busca del Bisley
Del Santa Elena y el San Salvador
El héroe de Aguas Dulces
El nombre del Polonio
Final de temporada
PARTE II, Naufragios en el cabo Polonio
Un lugar con mística
Alias el Fresdiburg
La desaparición del San Ignacio
Los náufragos del Astarté
Los pasajeros del Hoogly
El año terrible de 1892
La desaparición del Solimoes
El palacio notante
La tragedia de la Rosales
La carga fatal del Saint Cuthbert
El naufragio del Austria
El rescate del Heatherside
El Olinda, victima de la Segunda Guerra Mundial
Las anécdotas del Juan Traverso
La misteriosa carga del Don Guillermo
El Vinho Castelo
Las peripecias del Ciudad de Salto
El Capitán Miranda al rescate
El Estrela do Dia
Los misterios del Tacuarí
El galeón de La Pedrera
Parte III, Naufragios en el cabo Santa María e inmediaciones
En busca de antiguos naufragios
El motín del Flowery Land
La tragedia del Amelie
El bauprés del Mary
El viaje inaugural del Tacara
La catástrofe de la Isabella
El derrumbe del faro
Memorias del farero
Nueva luz sobre el Tacara
El Corumbá. un barco maldito
La dinamarquesa Karen
El fin del Prepotente
El rescate del Blagdon
La catástrofe del Poitou
Las imprudencias del Prudentia
De pesca entre los cascos hundidos
El puerto de La Paloma
Las historias del Capitán
Adiís al Cathay
APENDICES
I- De navegantes solitarios
El Spray
El Vagabundo del Mar
El increíble viaje de Vito Dumas
II- Informe del Lloyd’s Register
III- Lista cronológica de naufragios
IV- Naufragios en las cosatas del Albardón (Río Grande del Sur)