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Ed. Arbolanimal, año 2013. Tamaño 20 x 14 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 112

Por Paola Adduci

Historias de mujeres que luchan, Marchant 001En 2014, la violencia machista no se tomó respiro. Siguieron (y siguen) las cifras desalentadoras sobre maltrato por razones de género y femicidios, y el arduo reclamo del reconocimiento de la libertad de cada mujer a decidir sobre su propio cuerpo. El panorama, por momentos, se ve desolador pero la reivindicación del rol de la mujer a lo largo de la historia es una de los frentes en los que se consiguieron algunas victorias. Una de ellas es el libro de la periodista, docente y escritora Silvia Marchant, “Historia de mujeres que luchan”.

El despertar de Silvia fue alrededor de 2005 cuando comenzó a escuchar estos relatos sobre mujeres desconocidas. Esas que luchan desde abajo, que carecen de marquesinas o auspiciantes. Esas que desde su lugar pudieron hacer una lectura de la realidad y decidieron intervenir. Vive actualmente en Monte Grande, en el distrito bonaerense de Esteban Echeverría, y combina el periodismo con talleres para mujeres con mirada de género, e integró una agrupación llamada Las Musas, que organizaba viajes a los encuentros de mujeres y jornadas de debate. Además, es docente en escuelas medias. Pero, sobre todo, se autodefine periodista feminista.

“Antes decía periodista de género. Pero el feminismo es lo que nos permite movilizarnos, agruparnos, interesarnos por lo que le pasó a la otra. Las estadísticas las construyen las propias mujeres”, enfatizó.

Historias

El libro -que es la recopilación de decenas de notas escritas para el matutino Página 12, la revista Tercer Sector y el portal Artemisa Noticias durante casi una década- se articuló con varios ejes. Son cinco capítulos: “Dictaduras”, “Mujeres de la tierra”, “Derechos autogestionados” –proyectos encarados por las mujeres frente a ciertas problemáticas-, “Encuentros de mujeres” y “Misoginia bajo la lupa”, sobre medios alternativos que dan espacio para plantear cuestiones de género.

“Cuando estaba armando el libro me di cuenta que varias historias tenían un eje en común. Por eso lo dividí en capítulos. Por ejemplo, un eje son las dictaduras. Allí cuentan sus experiencias (las entrevistadas) en la dictadura argentina, la chilena y la uruguaya”, explica Silvia con un tono de voz suave, cordial, se diría pedagógico, con el que invita a descubrir los relatos y las enseñanzas contenidas en ellos.

Es que son historias que evocan luchas sobre diferentes temáticas, contextos y épocas pero con un denominador común: fueron y son mujeres anónimas, heroínas ocultas, quienes despertaron y decidieron transformar esa realidad. La decisión de recapitular las notas fue la idea de perdurar. Dejar de lado la vigencia de las 24 horas de una noticia para ser lo permanente de un libro, donde los relatos siempre están vivos e interpelan.

“Cuando trabajaba en algunos medios notaba que las cuestiones de género no importaban como ahora, que importan un poco más. Me daba cuenta de que había cosas que se perdían porque no estaban dentro de la prioridad de una edición determinada. Me vi en la necesidad de mostrar todo eso, de buscarlo también. Conocer de boca en boca algunas experiencias que se hacían en un lugar; entonces allá me iba a buscar esa nota”.

Marchant abre el libro con la historia de Gabriela Pineda, una mujer que durante la dictadura de Arturo Pinochet integró un colectivo que tomó un predio a 40 minutos de la capital chilena, hoy barrio Santa Rosa de Lima. “Se quedaron a pesar de que los intentaron desalojar, que se llevaron un montón de compañeros. Muchos desaparecieron pero resistieron a pesar de todo. Ella aún vive allí. Y me dice: ‘yo no entiende como hoy hay gente que vende estas tierras, que no puede valorar el esfuerzo que se hizo’”.

Silvia reúne su voz con la de las mujeres que entrevistó para formar un discurso claro y conciso sobre la dictadura, la soberanía alimentaria, el arraigo, la tierra, la contaminación y el exilio.
También invita a un revisionismo histórico. “Todos los próceres argentinos son hombres. Cuando una crece y se da cuenta que sí hubo mujeres, se empieza a cuestionar esto, por qué no me lo enseñaron. Como comunicadoras, tenemos la responsabilidad de generar bibliografía que comunique la importancia de las mujeres en las distintas conquistas sociales e históricas”, convocó.

Un rasgo en común en cada relato es que sus protagonistas tomaron conciencia de que tenían las herramientas y las fuerzas, que nada más debían juntarse con la otra. “Te eriza la piel de alguna forma, porque cuando las mujeres nos juntamos salen cuestiones impresionantes”.

Las voces de cada historia rompen las estructuras de la ignorancia y el silencio. Anahí Añoran es una uruguaya, ingeniera agrónoma y en su piel tiene grabado el dolor familiar por el genocidio armenio y el exilio. Encabezó en 2009 las marchas contra el establecimiento de la papelera Botnia. Allí la conoció Silvia, quien describe como una lucha permanece, a pesar de cambiar los tópicos. Anahí era tupacamara durante la dictadura uruguaya. Fue encerrada y torturada en una cárcel exclusiva para mujeres. En la entrevista no habló de esa herida. En cambio, regaló a Silvia un libro donde cuenta junto a sus compañeras de encierro cómo hicieron para comunicarse, cómo lograron sobrevivir.

En la Colombia de Álvaro Uribe, las mujeres eran desplazadas de sus tierras. Cuando llegaban los paramilitares mataban a sus maridos y muchas veces a sus niños. Ellas eran desplazadas a las zonas urbanas donde no tenían otra opción que la prostitución y el mendigar. Un grupo nucleado en el Polo Democrático -que reúne a agrupaciones de izquierda- combaten esa masacre contemporánea. No se rindieron.

Estos son algunos de los relatos que contiene el libro, sobre las luchadoras que trascendieron las limitaciones culturales, políticas e ideológicas, que se organizaron, se sostuvieron y se organizaron a la par. El libro va por su segunda edición.

Nuevos espacios de lucha

Leer cada capítulo conmueve y revitaliza, emerge una energía que necesita ser canalizada, encauzada en un nuevo desafío. Marchant encontró un nuevo espacio de lucha en la escuela, por décadas lugar privilegiado de la reproducción de un sistema opresor y machista. Hoy, de a poco, se vuelve el espacio ideal para invitar a la reflexión, al cuestionamiento y por sobre todos las cosas, a trabajar para que el circulo vicioso de la repetición de patrones se transforme.

“Es donde me siento útil. Es un descubrir con los chicos y chicas de alternativas. Es aprender con ellos. No quiero una escuela secundaria como la que viví (NR: fue estudiante durante la dictadura cívico militar). Siento que puedo ser un granito de arena en educación y al caminar juntos con los chicos y chicas siento que contribuyo en algo”, aseveró.

Allí, asegura que se puede cambiar la realidad con el compromiso del educador. “Estamos colonizados, especialmente las mujeres con miles de años de patriarcado encima; bombardeadas con estereotipos de toda clase. Hay que poder repensar qué son esos estereotipos, qué tipo de mujer quiero ser, qué salida hay y verlo desde lo cotidiano. Se trata de creatividad y compromiso”, señaló.

Docente en Esteban Echeverría, descubrió que con simples herramientas al alcance de todos se puede hacer grandes cosas. El uso del celular en el aula como instrumento para comprender los medios, por ejemplo. Recuperar los saberes de los chicos y las chicas, para dar cuenta de que “cada uno hace una partecita del todo”. Así pudo abordar problemáticas como el bullying, el VIH, la prostitución y la violencia de género. Desde historietas donde los pibes y las pibas podían volcar sus inquietudes, miedos y posibles soluciones: “Ayudarlos a investigar para poder replantearse lo dado, lo instituido, es la clave”.