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Ed. Sudamericana, año 1996. Tapa dura. Tamaño 20,5 x 12,5 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 290
Daniel Moyano (1930-1992) vivió desde niño en las provincias de Córdoba y La Rioja. Emigró durante el régimen militar instaurado en 1976 -tras su liberación luego de pasar un tiempo en prisión- y residió en España y en Londres hasta su muerte.
Ya en su primer libro de cuentos, Artista de variedades (1960), propuso un tipo de realismo que él mismo confesó que incorporaba procedimientos de Pavese y Kafka; le interesaba más reflejar atmósferas y estados mentales que la realidad externa. Publicó cuentos y novelas en los que alude al abandono y la pobreza provincianas, así como a la migración desde el interior hacia las grandes ciudades argentinas.
Ha escrito El rescate (1963), La lombriz (1964), El fuego interrumpido (1967), Una luz muy lejana (1967), El monstruo y otros cuentos (1967), El oscuro (1968), Mi música es para esta gente (1970), El trino del diablo y El estuche de cocodrilo (ambas de 1974), El vuelo del tigre (1981) y Libro de navíos y borrascas (1983).
Daniel Moyano escribe en todos sus libros sobre Argentina como espacio físico y como geografía de la memoria, sobre las mentiras del lenguaje para entender la realidad, sobre el poder de la música para vencer barbaridades en tiempos de catástrofe y, sobre todo, de desarraigos y utopías; como él mismo confiesa: «yo voy contando siempre la misma historia bajo distintas obras».
Tres golpes de timbal (1986) es un ejemplo afortunado para asomarse a ese mundo. Los procedimientos narrativos, las obsesiones y los intentos de explicarse a uno mismo encuentran en esta novela un pretexto para contar esa misma historia de siempre. Como libro emblemático de la evolución literaria de su autor, hay muchísimos aspectos dignos de atención que podrían constituir temas de estudio por sí solos: la presencia funcional de varios sublenguajes, como el marinero, el político o el de la violencia; la categorización alegórica del miedo; las significaciones metafóricas que salpican la obra, o la distensión y los recursos de humor.
Sin embargo, hay otros aspectos que también constituyen aportaciones originales a su obra: el lenguaje como salvación y como única seña de identidad, la estructura «musical» de la novela, la simbología de la modernidad, la ortografía como condicionante literario y las estrategias de confusión entre lo tangible y lo ilusorio.
El protagonista se encuentra en un mirador, en lo alto de la cordillera, encerrado con las palabras, para componer un manuscrito que contendrá la historia de su pueblo, y ésta se presenta como la única forma de salvarlo del exterminio. Cinco años fue el tiempo que Moyano estuvo sin palabras, sin poder escribir, haciendo un esfuerzo por recuperar no sólo el país sino, sobre todo, la persona que fue antes del exilio.
Las palabras, siendo las mismas, tenían para él otra historia y sobre todo sonaban de otra manera. Como buen violinista, sus relaciones con ellas se basaban mucho más en el sonido que en el significado. Por eso el lenguaje, sustancia de la que están compuestos los habitantes de Lumbreras, el pueblo fantasma de la novela, cobra en el libro identidad material.