Ed. Seix Barral, año 2010. Tamaño 23 x 14 cm. Nuevo, 136 págs. Precio y stock a confirmar.

Un ingeniero millonario, Miranda, se va al campo. Atraviesa los límites urbanos hasta llegar a un rancho abandonado donde se instala un tiempo. Regresa y consigue quedarse con la mujer que le era esquiva. En el medio, conquista a todo el mundo. ¿Cómo? Con un libro de autoayuda del que no es tanto el autor como el móvil, y que resulta un éxito. Es un libro sobre la verdad, producto de una serie de accidentes y de los pensamientos que tuvo en su vida rural.

“La idea que estoy teniendo últimamente es que la ignorancia es básica para escribir -dice el autor-, y que es básica incluso para aquellos escritores que escriben novelas realistas. Creo que mis novelas hablan de una realidad existente o posible pero ignorada por mí. Ese, para mí, es el principio de la ficción.

En algún momento cambiaré por otro, porque uno no tiene que dejar que sedimente la identidad de escritor. Al contrario, me parece que en la medida en que uno ve que cristaliza la identidad propia de escritor, hay que destruirla. Yo creo que lo que Miranda hace en el libro, ese acting de ir al campo, es un programa snob. Todo el mundo que vive en la ciudad sueña con irse al campo (y viceversa).

El deseo de invertir un poco las condiciones de vida es un deseo cultural. Pero me parece que en el caso de él –y, por añadidura, en el caso de la literatura–, lo que Miranda produce es un regreso a la naturaleza y al desconocimiento. Y también a cierto umbral de percepción infantil que le hace sentir que el mundo antiguo, la naturaleza, es un mundo nuevo. Ese es su programa inconsciente.

Me parece que el cuerpo lo lleva a él a esa situación, le pide un “kilómetro cero” y lo hace retroceder a un período virgen de la percepción. A mí me interesaba el campo como una escenografía de pensamiento y de aprendizaje. Ver cómo aún en el campo argentino –que funciona como una factoría y una industria de vanguardia, una traición a la naturaleza– podía haber espacio para una experiencia primitiva. Una experiencia que ya no se tiene, porque yo dudo mucho de que el gaucho piense en el campo.

Eso me parece que está más ligado al origen de la relación entre los habitantes de la Argentina con el territorio. Pero además me gustaba la idea de que esa experiencia, virgen y no formulada verbalmente –porque Miranda no es capaz de hacerlo–, termine siendo un producto a través de un malentendido. Y termina siendo un producto porque acá hay un mercado para todo, incluso para el sentido. Ese movimiento me interesaba: cómo de la nada, y de una experiencia personal, romántica y silenciosa, podía convertirse el artificio de un éxito editorial global”.