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Ed. Paradiso, año 2004. Tamaño 20 x 12 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 254

Zur Dos293Leemos y con ello propugnamos una dinámica al revés entre estos poetas burlonamente actuales. No digamos nuevos, sólo es nuevo lo que se ha olvidado, repetiría Torres. Una lógica no tan sólo referida a la forma del ser, sino también en los ejes fundamentales de su escritura. Existe una noción de diálogo que permea no sólo la escritura y las lecturas, sino se transforma en una conversación estética que se extiende como eje. Un cardán que acompaña, que vertebra estas compañías. Según el lúcido Arturo Carrera, un rasgo distintivo común a todos los poetas de los ochenta y noventa se revela: el quiasma o cruce constante de teorías de las percepciones cotidianas, donde el humor, lo grotesco, el lirismo ironizado, el absurdo entre el horror y la risa asimilan toda distorsión y la devuelven multiplicada. Un acercamiento al lenguaje absolutamente despreocupado nos trae el sermo plebeius y lo instala tranquilamente en el poema. «Hablas, incluso, tensadas como por un realismo clásico, sí; sólo que en esa realidad forzada volvemos a encontrar la sobrenaturaleza de la poesía y su modo de activar ese real a punto luz —a punto nieve».

El oído es un órgano al revés; sólo escucha el silencio (Juan Luis Martínez); el ojo no podría ver el sol si no fuese en cierto modo un sol (Plotino). Oído y ojo, en aquel desarreglo, descubren así apropiaciones de la lengua que son apropiaciones vitales; asombro puro. Y en esta polaridad de visión y abandono, de conocimiento e incertidumbre, en esta apertura letrada y desbocada de ojo y oído vimos yacer, subyacer, la invitación pertinente a esa lectura que inflama al texto, lo abrasa en la libertad en que él consiste y que él mismo convoca y exige de parte del lector. Una vez el acto consumado, el texto no vuelve jamás —para un mismo lector— a recuperar sus mismas virtualidades iniciales: no se suscita la imaginación ni se apela a la libertad ajena impunemente (Waldo Rojas).

De allí en adelante, difícilmente podríamos responder a la usual requisitoria de hablar de estos poetas impersonalmente: los que presentamos se nos adentraron de algún modo, oblicua, extraña e intensamente en un castellano como apenas visto. En esa continuidad de proyectos escritúrales diversos, vitales, recargados de trucos y velos, vimos recorrer, fuimos recorriendo, en ambos cursos, los trazos de las cosas al adentro. Y sucumbimos a esta necesidad de zurdear, de leer y mal-escribir; volvimos a enfrentar la blancura cóncava de otro modo.

Creemos que la poesía de estos poetas lejos de domesticar, imbrica la fuerza de nuestra propia sensibilidad, al darnos una sensación de animación diferente a la provocada por la poesía del pasado o mejor, del presente paralelo. Es ésa quizás la razón de nuestra elección: la revelación de una potencia desconcertante; la energía de la desesperación; el brío; lo que bien pudiera hacer al papel empalidecer de tanta audacia. Así, los que acompañan vuestra lectura, ya escribiendo «alverre» o entonando un tenue beat de época, están para un sólo par de oídos. ¿Representativos de qué? Por favor, no nos pida seguir por el camino recto .

Y sí. Toda antología es producto de la mental lectura; de una forma de lectura, entendida como oficio del que devora. Manducar para luego, cenar con boato lo que se regurgita. Acto carnal y fruicioso: clavar el ojo, limar el diente; y luego, el desparramo. Diseminar vocinglero aquello que se ha zampado con gozoso misterio. Separar, escoger de entre lo que se ha digerido. Como hurguetear en el hedor, los basurales, en busca de un zinc contra la intemperie, o flores, de cierto tipo, que irán a dar a las manos del converso seducido.

Toda antología debería ser un ramo que plantee sus preguntas. ¿Pero puede una antología representar una conciencia, en este caso la de cada lector? Se quisiera que cada lectura fuera recoger uno de esos mágicos nenúfares cerrados que surgen de golpe, envolviendo con su cóncava blancura una nada. Y con ello, formar ése ramo impune.

De algún extraño modo, esta antología roza con ese logro, pero de atrás: más que representa, refracta y purifica nuestra conciencia, nuestro vagabundeo de poeta insatisfecho. Porque ambulantes de hurgueteo, creíamos conocido el territorio. Nada más derecho.

El quinto patio estaba lleno, poblado de «torcidas» figuras que querían cogotearte. Gritos maduros, porfiados de ánimo y rasguño. A pesar de habitar un mismo vecindario, un mismo trabalengua, las islas eran el pasillo de nuestra andanza. Hubo que salir a (a)saltar, como se pudiera, la intemperie. Encontrar otro modo. Partir por filamentos, filigranas, rumores, señales apenas señaladas. Comenzar por la extrañeza del amigo, los pálidos lectores conocidos, apropiarnos de su voracidad, ir tanteando la mirríada de textos que surgían, preferir, sopesar de contrario. Levantarse con la izquierda, para caminar errático. Un zurdeo, que se hizo seña y sino, pero que convocó el entusiasmo de todos los mojados.

A tal empresa muy pronto se le unieron nuestras propias obsesiones, el ardor de la propia comisura y nuestros (des)pre-juicios, nuestra resistencia. Y fuimos a dar con este mapa: el de los rincones. Dígalo lector: los poetas no somos necesariamente los lectores ideales de otros poetas. La lectura del poeta es un acto perverso: el poeta lee para su insatisfacción. En ello, reconocemos nuestra imparcialidad, nuestra oblicuidad de ojo, nuestra cojera de hemisferio tieso, que necesariamente adjetiva nuestro hacer. Hay algo más terrible y maravilloso que ser devorado por un dragón; es ser un dragón, nos cargosea Borges. En ello estamos, y tan inermes.

Antologar es reducir. Ilusoria eficacia del paneo. Pero el encuadre, ya se sabe, se rebalsa. Así pues, enemigo lector, quizás estas son las sobras del obturador que no tiene diafragma ni exposímetro, para que vea el calor que está en lo oscuro.

Por la mala conciencia (objetiva), nos acercamos al también perverso sentimiento de lo incompleto. Acaso sea esa suerte de indefinibilidad, y hasta de indefendibilidad (de fragilidad), propio a toda antología, lo que a nuestros ojos la vuelve una empresa zurda, no-natural, extraña. Por ello mismo quisimos reclamar un interés impune: el que ella sea absolutamente reemplazable por la siguiente; pero que al ser exclusiva, no excluyente, se sutrajera a la serialidad productiva de aquellas que la preceden y las que vendrán a suturarla, a corregirla.

Hemos leído de ésta manera; fue éste el oficio inicial. He aquí lo que queda. Ahora, no quedará más que preguntarse qué dirá, en la otra orilla, el lector -enemigo, prójimo, hermano— de tan delicado mons¬truo siniestro.

Los Perpetradores
París, Barcelona, diciembre y 2003.

INDICE
Zurdos y reversas
ZURDOS
Carlos Augusto Alfonso
Lalo Barrubia
León Félix Batista
Damaris Calderón
Germán Carrasco
Fabián Casas
Washington Cucurto
Luis Chaves
Juan Desiderio
Nicolás Díaz Badilla
Romina Freschi
Martín Gambarotta
Arturo Gutiérrez Plaza
Lorenzo Helguero
Jaime Luis Huenún
Román Luján
Edwin Madrid
Tania Montenegro
Marcelo Novoa
Sergio Parra
José Alejandro Peña
Gabriel Peveroni
Daniel Pradilla
Rodrigo Quijano
Juan Carlos Ramiro Quiroga
José Eugenio Sánchez
Rocío Silva Santisteban
Malú Urriola
Mauricio Ventanas
Laura Wittner
ZEITGEST ZURDO
Epílogo de Edgardo Dobry