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Ed. Sudamericana-Planeta, año 1986. Tamaño 23,5 x 16 cm. Incluye 60 fotografías en blanco y negro. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 286
Este no es un libro apologético. Este no es un panfleto denigratorio. Sus autores no han pretendido hacer proselitismo político ni tampoco desmitificar al protagonista de la obra. Han trabajado arduamente sobre un documento histórico de valor excepcional: las setenta cintas magnetofónicas grabadas de viva voz por el general Perón durante su exilio en Madrid. Las han situado en su contexto histórico; han diseñado el antecedente político para que puedan ser entendidas algunas de sus apreciaciones; no han pretendido polemizar, sino exponer.
Durante su exilio en Madrid, el ex presidente de la República Argentina, Juan Domingo Perón, juzgó útil para la historia de su país y para la formación de su propia biografía reagrupar sus recuerdos personales y sus juicios políticos. En consecuencia, contrató los servicios de un periodista profesional para que ordenara y agrupara todo cuanto él le iba dictando. La obra fascinante que hubiera podido ser hecha desde hace ya muchos años con la suma de tales declaraciones —de índole íntimo, familiar, personal y político— no fue escrita jamás.
Afortunadamente, la voz del general quedó grabada en multitud de cintas magnetofónicas, de incalculable valor histórico, anecdótico y humano, cuya custodia fue encomendada a una dama de la intimidad de la familia Perón, quien las cedió a «Ediciones ABC de las Américas», para que sirvieran de base a la muy ardua tarea de recopilación, confrontación y redacción de este libro.
La autenticidad de estas grabaciones es evidente. Hemos visto con nuestros propios ojos los originales de diversas cartas manuscritas por el propio Perón, en papel con su membrete, refiriéndose a ellas, y las fotocopias de las mismas obran en nuestro poder. De otra parte son múltiples los testigos que saben de las muchas horas que en su casa de Puerta de Hierro, de Madrid, dedicó el general a su grabación. Ahí están asimismo, para cuantos lo conocieron, su misma voz, su inconfundible acento, los giros, expresiones y argentinismos peculiarmente suyos; y, por encima de todo, sus ideas, su criterio, su pensamiento político.
Es preciso advertir que el interés histórico y humano de lo que en las grabaciones se dice es tan alto como caótica y laberíntica su exposición. Recuerdos de la infancia, aventuras amorosas, antecedentes familiares, se mezclan con juicios políticos, elogios de amigos, críticas de adversarios, relatos de muertes, anécdotas de perros y caballos, descripción de casas, muebles y paisajes, mas todo ello en tal profusión y con tal confusión que las cintas serían indescifrables sin una previa labor de selección, supresión de repeticiones, ordenación de temas y comprobación de cronologías.
En realidad, Perón no está dictando a un mecanógrafo sino pensando, rememorando en alta voz. Es así que la iniciación de un relato trae a su memoria, antes de concluirlo, anécdotas intercaladas que apenas expuestas le sugieren otras que no acaba de narrar para pasar a nuevos temas. El total que de esto resulta es un gigantesco rompecabezas, que una mirada poco advertida juzgaría carente de sentido. Mas apenas las piezas comienzan a ordenarse y situarse en su lugar adecuado, adquieren una fuerza y hasta una grandeza realmente inusitadas, como verá el lector en el relato del regreso de su prisión en la isla de Martín García; la multitud de anécdotas de Evita, incluidas su enfermedad y su muerte; el asesinato de Trujillo, el atentado de que fue víctima en Venezuela, sus enfrentamientos con el embajador Braden, de los Estados Unidos; la larga y penosa peripecia de su exilio y muchos otros pasajes singularmente atractivos.
Digamos en fin que ni hemos utilizado la totalidad de las cintas para ilustrar nuestro trabajo ni la totalidad de nuestro trabajo está apoyado en las que dejó grabadas Juan Domingo Perón. Esto era imposible. Algunos juicios durísimos, el empleo de voces como «gángster», «asesino» aplicadas a personas vivas, acusaciones de homosexualismo a determinados oficiales del Ejército ya muertos, y simples errores históricos por fallos de memoria han sido omitidos por nosotros, por la evidencia de que el mismo general Perón hubiera corregido los errores y suprimido los excesos de vocabulario en un texto dedicado a la letra impresa.
Hemos tenido, en fin, que rellenar con nuestro propio magín lagunas y omisiones, para dar coherencia a la época histórica en la que Perón fue primera figura y protagonista. Muchas de estas intervenciones tienen sólo por motivo crear el ambiente, la composición de lugar, aportar el dato necesario para mejor entender el tema —nacionalización de los ferrocarriles británicos, el primer plan quinquenal, su derrocamiento, y más— del que el propio general va a hablar a continuación.
Conocedores próximos de una amplia gama de personalidades que trataron íntimamente al general, tanto en su época de gobernante como en la de exiliado, hemos querido aclarar, puntualizar, contrastar con muchos de ellos hechos, datos y situaciones relacionadas con nuestro biografiado.
Las aseveraciones escritas tales como documentos políticos, periódicos de la época, bibliografía polémica, y más, han sido, por tanto, complementados con testimonios directos y personales que hubiera sido imposible recabar pasada esta generación.
De todo el ingente material utilizado para la realización de nuestra obra, el más sugestivo y fascinante, bien que no el más imparcial, ha sido por supuesto la colección de cintas magnetofónicas, tantas veces mencionadas, grabadas de viva voz por el general durante su exilio en Madrid.
El dar a conocer por extenso y casi íntegro este formidable testimonio oral, el haberlo ordenado y clarificado, sin faltar un punto a su esencia, ni al pensamiento de quien lo dictó, estamos seguros inclinará el ánimo de los lectores a absolvernos de nuestras muchas faltas.
Nos parece de justicia añadir alguna consideración de carácter crítico a nuestra propia labor. El hecho de que la mayor parte de las declaraciones del ex presidente argentino estén dictadas de viva voz y no escritas restan de una parte seriedad al relato histórico en sí mismo al tiempo que aumentan la inefable gracia y atractivo del personalísimo estilo de quien las dicta.
Es de todo punto evidente que el general Perón sabía, cuando se lo proponían las circunstancias, argumentar con solidez y asombrar a sus oyentes con el profundo conocimiento de muchos de los temas que trataba. En el caso concreto de nuestra labor, un eminente político argentino, conocedor profundo de la personalidad de Juan Domingo Perón, nos sugiere que toda la obra parece redactada en un tono de sarcasmo, como si se estuviera chanceando de sus interlocutores.
En este sentido, nos sugiere hagamos constar:
a) Ese carácter «criollo» de Perón, con tan grande sentido del humor, y esa forma o estilo que le fueron tan peculiares y que puede hacer, como en este caso, que extraídas sus palabras en un momento distinto y sin el marco preciso de la oportunidad en que fueron dichas, las hagan aparecer como desprovistas de seriedad.
b) Destacar «a quiénes» fueron dichas esas palabras cuando fueron grabadas, puntualizando la calidad o el desconocimiento de la cosa argentina por parte de sus interlocutores, que lo obligaba a un forzoso descenso de nivel.
c) Lo mismo, con respecto a la oportunidad histórica en que fueron pronunciadas: el momento político, que pudo hacer importante decir determinadas cosas y callar otras, y el momento emocional: un Perón cansado de argumentar con solidez y que, «mientras el pueblo recibía el castigo que se merecía» —como él mismo dice en una parte de las cintas—, decide, tal vez, hablar «de otro modo, a ver si así me entienden».
Con esto y con todo, consideramos que ese «criollismo» de alguna de sus expresiones, la manera desenfadada de expresarse, las metáforas acertadísimas de sus giros (a veces por el procedimiento retórico del reductio ad absurdum dan a sus narraciones una gracia inimitable, con tal poder de persuasión que llevan al ánimo del lector un Perón mucho más Perón que el de sus discursos más serios y trascendentes.
Este libro no pretende ser una apología peronista; no pretende tampoco ser una acusación de su obra ni de su persona. Pretende, eso sí, reflejar fielmente y con sus propias palabras lo que Perón pensaba de sí mismo y de su obra.
Para los lectores de lengua no española o menos atentos a las realidades políticas sudamericanas, suponer que puedan entender el violento impacto de Juan Domingo Perón sobre su país, sobre América toda y sobre su tiempo sería tan imposible como esperar que pudieran imaginar un color nunca visto. De ahí que a estos lectores de las ediciones no españolas dediquemos algunas aclaraciones.
La carrera espectacular de Perón y su desbordante personalidad está marcada por el hecho de que fue el autor de una ancha y profunda revolución social que transformó su propia nación y afectó a casi todo lo que en el mundo se conoce por América Latina. El movimiento peronista, de hecho, fue la primera revolución de verdad en un hemisferio que hasta entonces se había distinguido por la presencia de pequeños o grandes caudillos luchando entre sí para imponer su poder en muchas naciones al sur de los Estados Unidos.
Sólo otra revolución, la que derrocó a Porfirio Díaz en Méjico, en 1911, puede ser comparada con la de Perón —aunque la revolución mejicana fue desvirtuada después por la creación de un solo partido político reinante que sirve de un modo puramente verbal a la democracia, pero elimina sus oponentes con contundente eficacia y una dureza sin límites, tras la cortina de humo de unas relaciones públicas disfrazadas de democráticas.
La revolución de Perón transformó la estructura social de Argentina. Despertó en las clases más humildes —desde el peón agrícola al más modesto de los empleados— la idea de poseer derechos políticos y dignidad humana; dio esperanza y oportunidad a los siempre crecientes números de obreros, de la pequeña burocracia y de la clase media baja no sólo de su país sino de todo el hemisferio. No fue su movimiento ni democrático ni comunista; fue el creador en el mundo de lo que ahora se denomina «la tercera posición» —la de Egipto, la de Yugoslavia, la de las naciones árabes; es decir, la de todos los pueblos no alineados que no obedecen ni a la bandera roja ni a la de la de las barras y las estrellas.
Aún después de su muerte en 1974, después de un regreso triunfal y su elección a la presidencia de Argentina, una generación después de haber sido derrocado, el atractivo peronista sobre la imaginación del argentino promedio es tal que si él pudiese ser resucitado, de nuevo gozaría de enormes mayorías electorales en casi todas las provincias del país. Su segunda esposa, Eva, es objeto de veneración como si fuera la santa patrona del país entre millones de gentes humildes (el propio Perón, como veremos más adelante, lo declara así textualmente), y su memoria está maldecida con el mismo grado de pasión por un gran número de argentinos que mantienen que Perón y Evita juntos arruinaron la economía y la estructura social de lo que en 1943 era todavía una de las más ricas y más cultas naciones del mundo.
Durante su primer período en el poder, desde 1945 a 1954, Perón cristalizó las tendencias y sentimientos antiyanquis de enormes porciones del hemisferio sudamericano. Sus esfuerzos para unificar todos los sindicatos de la América hispana forzaron a la Federación Americana del Trabajo y al Congreso de Organizaciones Industriales de Estados Unidos a invertir millones de dólares en un esfuerzo para contrarrestarlos, resultando en casi un empate. Cuando el entonces vicepresidente Richard Nixon visitó Venezuela en 1953, fue uno de los agentes de Perón quien lo escupió en la cara, siendo aquel acto como una señal convenida a sus cómplices políticos para lanzar centenares de piedras al coche de Nixon, que por poco le causan la muerte.
A principios de 1968, cuando Perón llevaba ya en el exilio casi 14 años, uno de sus más fieles amigos, Jorge Antonio, advirtió a Nelson Rockefeller que no debería ir a Venezuela en un viaje oficial como representante del ya presidente Nixon —y de ninguna manera pasar por Uruguay, donde activistas peronistas estaban preparados para asesinarlo—. Ignoramos si éstos eran los verdaderos propósitos peronistas. El caso es que Rockefeller investigó el asunto y aceptó el consejo.
Muchas de estas preguntas se responden en este libro: un libro que no es estrictamente de historia, sino parte apasionada y apasionante de una gran polémica.
INDICE
Advertencia preliminar
Las cintas magnetofónicas grabadas de viva voz por Juan Domingo Perón
I- Ascendencia y formación
II- En la antesala del poder
III- Amanecer de Eva Duarte
IV- Dimisión, encarcelamiento, victoria
V- Braden o Perón
VI- La inmigración provocada
VII- Filias y fobias del matrimonio Perón
VIII- Perón entre la utopía y la eficacia
IX- Por defender a España Perón se enfrenta con las Naciones Unidas
X- Nacionalizaciones extranjeras
XI- El mediodía de Eva Duarte
XII- Dos casos polémicos
XIII- El «bogotazo»
XIV- Las conversaciones privadas de los Perón
XV- Incidentes, escándalos o calumnias
XVI- El ocaso de Eva Duarte
XVII- Divagaciones económicas
XVIII- La quema de iglesias
XIX- Subversiones antiperonistas y la revolución final
XX- El largo camino del exilio
XXI- Exilio venezolano
XXII- Exilio dominicano
XXIII- Exilio español
XXIV- …y la historia sigue
Indice onomástico