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Ed. Libros del Asteroide, año 2007. Tamaño 20 x 12,5 cm. Prólogo de Edmundo Paz Soldán. Traducción de Gabriela Bustelo. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 204

Por Edmundo Paz Soldán

William Maxwell nació en 1908 en Lincoln, Illinois. Estudió en la Universidad de Illinois y en Harvard; después comenzó su carrera como profesor de Composición en Urbana (Illinois). Un día decidió dejar de lado la seguridad de su carrera académica y dedicarse a la escritura. Su primera novela, «Bright Center of Heaven», fue publicada en 1934. En 1937, año de la publicación de su novela «Vinieron como golondrinas», fue contratado como editor de la prestigiosa revista «The New Yorker». Ya lo sabemos: trabajar en el New Yorker significa estar en uno de los centros de gravedad más importantes del planeta literario U.S.A. Allí, Maxwell trabajó durante cuarenta años, editando a escritores de la talla de John Cheever, J. D. Salinger, Mary McCarthy y John Updike. Maxwell se convirtió en poco tiempo en el editor ideal: muchos escritores, entre ellos Cheever y Harold Brodkey, le dedicaron libros.

Como editor, Maxwell trataba de ser una especie de ayudante invisible, y tenía la suficiente «empatia» para ponerse en el lugar de los autores a la hora de revisar los textos. Él quería que, décadas después de publicado un cuento, su autor lo leyera y encontrara allí una fluidez que hiciera pensar que ningún editor se había entrometido, que el único responsable del texto era el escritor. Cheever alguna vez alabó públicamente a Maxwell por «los consejos que me dio y por los que no me dio». Dada la influencia del New Yorker en el desarrollo de la narrativa norteamericana del siglo XX —sobre todo en el género del cuento — , y dado el peso de Maxwell en el equipo de la revista, es posible sugerir que esa prosa transparente, meticulosa en la atención al detalle, que no trata de llamar la atención por sí misma y que ha caracterizado a la tradición principal de la literatura de los Estados Unidos, se debe en buena parte a lo que Maxwell hizo o dejó hacer cuando editaba a escritores como Updike o John O’Hara.

Maxwell publicó seis novelas y tres libros de cuentos, además de ensayos, reseñas, un libro para niños y sus memorias. En 1980 recibió el American Book Award por su novela «Adiós, hasta mañana». Entre sus autores favoritos se encontraban Tolstói, Isak Dinesen, Virginia Woolf y Lord Byron. El escritor de Lincoln falleció el año 2000, en un buen momento en su carrera literaria; aunque hacía un buen rato que había dejado de escribir, sus libros comenzaban a reeditarse y podían verse ciertos escarceos en el camino a su canonización, entre ellos la edición de «Vinieron como golondrinas» publicada por la afamada Modern Library. Hoy Vintage publica toda su obra en los Estados Unidos, hay estudios dedicados a analizar su vida y su obra (el más importante es el de Barbara Burkhardt: «William Maxwell: A Literary Life»), y si bien William Maxwell probablemente seguirá siendo opacado por los escritores que él mismo editó, cada vez resulta más clara la importancia no sólo de esos textos de otros que encontraron su impecable versión final con algo de ayuda suya, sino la de sus mismos textos. Poco a poco, Maxwell va saliendo del purgatorio.

«Vinieron como golondrinas» es una novela engañosa: por su brevedad, por su tono, podría fácilmente ser confundida por un texto menor. Sin embargo, no lo es.

Como buena parte de la obra de Maxwell, la novela tiene un punto de partida autobiográfico: cuando el autor tenía diez años, su madre falleció víctima de la epidemia de gripe española que asoló al mundo. El padre de Maxwell vendió la casa y volvió a casarse; la familia se mudó a Chicago. Vinieron como golondrinas gira en torno a esos incidentes, que bien podían haber dado pie a una novela melodramática, repleta de escenas lacrimosas: la literatura abunda en textos patéticos gracias a un personaje central que se enferma y/o muere (madres con cáncer, hijas con leucemia). La obra de Maxwell, sin embargo, está muy alejada de esos registros, y prueba que a veces se puede lograr más trabajando subterráneos impactos emocionales que narrando encuentros catárticos entre personajes llenos de ruido y furia.

Maxwell explicó así el punto de partida de «Vinieron como golondrinas»: «si uno tira una piedrita a un estanque, se crea un círculo concéntrico expansivo. Y si uno tira una segunda piedra, se crea otro círculo expansivo dentro del primero. Con una tercera piedra, habrá tres círculos expansivos antes de que el estanque recupere su quietud gracias a la fuerza de gravedad. Yo quería que mi novela fuera así. La idea no vino acompañada de instrucciones».

Maxwell ha encontrado imágenes perfectas para describir su novela: en su ficción, la tranquilidad de una familia en el Medio Oeste norteamericano se ve afectada en 1918 con la llegada de la gripe española. La novela se divide en tres secciones: la primera parte narra los eventos desde el punto de vista de Bunny Morison, el niño de ocho años que es una suerte de alter ego ficcional del niño que fue Maxwell; la segunda parte toma la perspectiva de Robert, el hermano mayor; y la tercera es contada desde la perspectiva de James, el padre. Cada sección desarrolla narrativamente los círculos expansivos, las causas y consecuencias que se van encadenando para formar la novela. Debemos entender el final como una suerte de retorno a la tranquilidad del estanque.

Ninguna de las secciones está narrada desde la perspectiva de la madre, Elizabeth. No es necesario: Elizabeth es el personaje más importante de la novela. De hecho, podría decirse que Vinieron como golondrinas trata de la forma en que tres miembros de una familia reaccionan ante la presencia o ausencia de esa mujer que es el pilar de la familia. Lo que los une es la indefensión: ninguno de ellos está preparado para una vida sin Elizabeth. Para el sensible Bunny, la vida sólo se siente completa cuando la madre está cerca: «Siempre que estaba a solas con su madre la biblioteca le parecía un sitio íntimo y hogareño. Apenas hablaban, ni levantaban la mirada, salvo ocasionalmente. Sin embargo, en torno y a través de lo que estuvieran haciendo, cada uno de ellos era consciente de la presencia del otro. Si su madre no estaba, si estaba arriba en su cuarto, o abajo en la cocina, explicando a Sophie cómo tenía que hacer la comida, a Bunny le parecía que nada era real, ni estaba vivo».

Robert probablemente siente lo mismo, pero su edad lo empuja a no aceptar esa certeza: «Si su madre se quedara con él, no se adentraría al instante en las profundidades del sueño, para volver a tener la misma pesadilla. Pero no podía pedirle una cosa así. Ya era mayor. Demasiado mayor». James, el esposo, parece ser el más desvalido, el hombre incapaz de tomar decisiones sin consultar a su mujer: «Elizabeth ya no estaba y las cosas que deberían hacerse no se iban a hacer».

Para Maxwell, la ficción narrativa debía entenderse como una revelación: un buen cuento o novela debían mostrar la condición humana en el mundo, dar cuenta de la materialidad de objetos que nos rodean, de los sentimientos que se ocultan detrás de fachadas aparentemente imperturbables. En la poética realista, las descripciones tienen peso porque dan cuenta de una forma de ver las cosas: «Todas las líneas y superficies de la habitación se inclinaban hacia su madre, de modo que cuando miraba el dibujo de la alfombra lo veía necesariamente en relación con la punta del zapato de ella». La muerte es la gran revelación: para la familia Morison hay un antes y un después de Elizabeth («ni él [James] ni nadie imaginó que su vida iba a ser así»).

Lo que el escritor realista debe hacer es encontrar los objetos «sustanciales» que revelen el mundo, las imágenes capaces de condensar sentimientos. Maxwell siempre ponía a Tolstói como ejemplo de lo que la ficción narrativa debe hacer. La escena final de «Amo y criado», cuando el trineo se vuelca y la boca del caballo termina llena de nieve, le parecía a Maxwell la mejor imagen de la muerte. Hay una escena de «Vinieron como golondrinas» que reescribe ese final de Tolstói: después de la muerte de Elizabeth, James entra en casa y se encuentra con Old John, el perro, mirándolo como si le reprochara algo. John se agacha y entierra su cara en el «pelaje frío» del perro. La nieve en la boca del caballo —la caricia helada de la muerte— es ahora ese «pelaje frío» en el rostro de James.

Maxwell aspiró a escribir una ficción realista sólidamente anclada en la tradición europea decimonónica, tan capaz de dar cuenta del peso material del mundo como de la sutileza de ciertos sentimientos, y lo logró con creces. Lo que él le pedía a los escritores que editaba, y que se convirtió en piedra angular de la literatura norteamericana del siglo xx, está muy presente en su propia narrativa. Vinieron como golondrinas demuestra que, en materia narrativa, se pueden hacer muchas cosas con pocos elementos. En manos de Maxwell, esa ficción minimalista y doméstica tan central en la tradición de los Estados Unidos dice más que la obra de muchos reputados escritores maximalistas.