Ed. Besana, año 1995. Tamaño 20 x 14 cm. Nuevo, 120 págs. Precio y stock a confirmar.

Nacido el 22 de agosto de 1919 en Lomas de Zamora, Buenos Aires, Argentina, Luis Alberto Quesada regresó con dos años a la patria de sus padres, a España, país que defenderá en 1936 enrolado en las milicias del pueblo que lucha para salvar la República de la sublevación fascista.

Quesada tiene entonces dieciséis años y es estudiante de agronomía, pero desde el 18 de julio de 1936 sale al frente de batalla y lucha hasta que con diecinueve años emprende el camino del exilio hacia Francia, donde va a vivir una vida anormal: estancia en campos de concentración, fortificación en la Línea Maginot, compromiso con la Resistencia, persecución por parte de la Gestapo.

De este Luis Alberto Quesada de 1939 que cruza la frontera y marcha a Francia, y de todas las personas anónimas que se quedaron en el camino y que él nunca olvida, es decir, el hombre colectivo, podemos destacar su afán de cultura y su incansable tesón por transmitirla en condiciones que no eran favorables en ningún sentido, salvo en el de la ilusión. Se trata de otra forma de «cultura», de «literatura», ya fuera en el frente o en el campo de concentración.

Desgraciadamente, debemos señalar la ausencia de ese corpus de literatura urgente que no se ha conservado y que sólo podemos reconstruir a través de la memoria de los que participaron en aquel hecho común que los unió. Poemas, artículos, boletines, cuadros, cuentos… casi todo perdido o destruido, bien por los mismos autores ante una situación de peligro o requisado por la policía política. En este sentido, podemos señalar los casos de Jorge Guillén y su correspondencia con Azaña quemada, de la edición -realizada por el gran tipógrafo y poeta que fue Manuel Altolaguirre- de España, aparta de mí este cáliz, de César Vallejo, perdido en la huida del ejército republicano… y un largo etcétera de pérdidas de cuya totalidad y valor ya nunca tendremos noticia.

Por tanto, no contamos con los artículos, poemas y cuentos que Luis Alberto Quesada escribió durante la Guerra Civil española (artículos y poemas en los periódicos murales de campaña) y el posterior exilio en Francia, en los campos de concentración y en la Línea Maginot. En los primeros momentos de la estancia en Francia, para Quesada los campos de concentración se suceden: de Le Tech, pasa a Barcarés y de aquí a Saint Cyprien.

«El gobierno reaccionario francés quería a toda costa saber cuántos brigadistas internacionales había en los campos. Y, con ese motivo, dio la orden de que todos los que no hubieran nacido en España fueran enviados a ese campo. Así lo hicieron y llegué solo al campo de Gurs, destinado a la barraca de los sudamericanos y árabes.

Al poco tiempo comenzó la Segunda Guerra Mundial y los franceses nos querían enrolar en los Batallones de Marcha o de la Legión Extranjera. Nosotros no estábamos para una cosa ni otra. Nos amenazaron con entregarnos a España, llevarnos a la fuerza. Se hizo una fuerte resistencia pasiva por nuestra parte. Nadie se alistó en los batallones. Nosotros propusimos luchar por Francia, con un grado menos del que habíamos tenido en España y, preferentemente, como soldados españoles. Los franceses no aceptaron nuestras propuestas y menos con mandos».

Luis Alberto Quesada es trasladado a fortificar la frontera belga, para enlazar esas defensas con la Línea Maginot. Argentinos, italianos, portugueses, checos, polacos… todos obligados a fortificar el frente. “Nos llevaron al mejor lugar. Era la frontera belga, en la parte de la prolongación de La Línea Maginot.

Se trataba de hacer un camino nuevo que cruzara Le Bois de Moin (El Bosque del Monjes), lugar en donde los alemanes en la guerra del catorce habían tirado hiperita. En ese lugar no se quería exponer nadie del ejército francés. Llegamos a la conclusión, en broma, de que la hiperita era de izquierdas, ya que nadie, pese a levantar las piedras del piso, que decían que debajo de ellas estaba el gas, tuvo ninguna molestia.

En el bosque, los árboles se caían al tocarlos y el panorama era de terror para los que no tuvieran nuestro espíritu. Escribí un cuento sobre el tema que rompió después la policía española”.

Quesada ve un ejército francés muy distinto al español, es un ejército sin moral de lucha. Pronto comienzan los bombardeos alemanes en la zona, hasta que la ofensiva alemana rompe el frente por ese lugar y el Ejército francés comienza a replegarse:

“En toda la guerra civil española yo no había visto un desconcierto y una desmoralización igual de aquel ejército. Prácticamente Guano Moretti, Alfonso Cámara y yo al ver los aviones encima, la falta de órdenes y la ausencia total de mandos visibles, empezamos a dar órdenes primarias y elementales.

No correr ni moverse cuando la aviación estaba encima, guardar todos los elementos que pudieran brillar y detectar nuestra presencia; parar a los soldados que se retiraban y explicarles que si corrían era peor que si se parapetaban y hacían resistencia”.

Quesada y Cámara logran marcharse juntos hacia el sur, a Burdeos. Acuden a la embajada, mientras esperan la llegada de sus compañeros, con los que se reunirán más tarde. Encuentran trabajo descargando barcos, al mismo tiempo que las tropas alemanas llegan a Burdeos.

“Nos juntamos con otros refugiados españoles, por ejemplo los asturianos Aparicio y Llanos, los dos eran maestros. A mí me ofrecieron ellos trabajo de portainer (los que en el Mercado Central subían los cajones de fruta al puesto de ventas). No estaba bien pagado, pero comíamos toda la fruta que queríamos. En Burdeos quemamos unos depósitos en la estación de ferrocarril.

Provocamos descarrilamientos de trenes y hablábamos con los de la División Azul que pasaban por la frontera en trenes. En varias ocasiones logramos que algunos desertaran. En el cemento que hacíamos arrojábamos clavos, herramientas, tornillos… En los tanques de aceite echábamos cristales de color verde machacados”. La persecución de la Gestapo los hace cambiar constantemente de domicilio, huir con el dolor de las detenciones de amigos. Lo espera en España la continuación de la lucha antifascista, en la que trabaja incansablemente, pero también lo espera la traición y, en particular, la de Laureano González Suárez, miembro de la Resistencia que se ha puesto al servicio de la policía española después de ser detenido.

La historia de Luis Alberto Quesada desde el regreso de Francia es la historia de la cárcel y de la permanente condena a muerte. Salió al frente con dieciséis años y fue expulsado de España con cuarenta, conmutada su Cadena Perpetua por la pena de Extrañamiento Perpetuo: su doble nacionalidad (argentino-española) lo había salvado. En lugar de haber optado por el camino del rencor, Quesada camina, en su vida y en su poética, por el del vitalismo, el de la ironía y el de la esperanza en el hombre, en el hombre colectivo y poético.

Y así desde siempre. Autodidacta, formado en el frente, como hemos podido ver, Quesada ha apostado siempre por la cultura, por la capacidad de pensamiento y creación del ser humano. Es cierto que de la época del exilio francés no ha quedado ningún material, pero esa ausencia queda suplida por la memoria del escritor y del hombre, una memoria que queda plasmada en su obra posterior conservada. «Los cuentos míos que tenía mi mujer, Asunción, unos los rompió ella por si me comprometían, y otros los rompió la policía. En la cárcel ya pude escribir más libros, y también pude sacar y ponerlos a salvo, salvando muchos inconvenientes».

En la prolija actividad literaria realizada por Luis Alberto Quesada el recuerdo y la fabulación reconstruyen los años vividos en el exilio francés. Todo el que se haya adentrado en el mundo de la producción literaria de los exiliados españoles sabe de los problemas para acceder a un corpus ingente y desconocido, en su mayor parte y por factores obvios, hasta hace poco tiempo. En este libro de cuentos, Vida, memoria y sueños, es fácil encontrar la reconstrucción del pasado francés, es decir, los campos de concentración, los amigos, los escritos perdidos.

«Nosotros, mi generación, -escribe Luis Alberto- padecimos el sueño de la cultura, tal vez por no tenerla. El sueño de la libertad, porque recién lograda nos la arrebataron por la fuerza. Pero el sueño de la cultura y de la libertad era para sembrarlo en el campo y en la ciudad, y con el cuenco de nuestras manos, llegada la cosecha, repartirlo entre todos (…) Todavía en mí existe ese sueño. Mi planteamiento es que el futuro del hombre ha de ser poético. Y en este estadio concreto de la humanidad, para que el futuro sea poético, tiene necesariamente, que ser colectivo. Cuando las mayorías sean poéticas el mundo colectivo habrá encontrado su camino».

Indice:
Prólogo del autor.
I. Vida y memoria:
1. Alerta el uno.
2. El Fin del Principio.
3. Companys.
4. Los que mandan son los héroes.
5. La cita.
6. El regreso.
7. Desembarco.

II. Sueños:
1. El Oso Juguetón.
2. El Fracaso.
3. Todas las tapias tienen cristales.
4. La confusión.
5. La libertad del norte.
6. El camino.
7. La incógnita.