Ed. El Cuenco de Plata, año 2007. Tamaño 20 x 13 cm. Nuevo, 160 págs. Precio y stock a confirmar.

Juan Filloy (1894-2000) nació y vivió en Córdoba, Argentina, y fue uno de los autores más secretos y prolíficos de nuestra literatura. Ejerció sin descanso y con igual entusiasmo el derecho y la literatura, y durante los 28 en que se desempeñó como juez no publicó, aunque continuó escribiendo.

Es posible hablar del “mito Filloy”, alimentado por múltiples factores: su asombrosa personalidad e inusual productividad, las características variadas de su obra así como su publicación errática, el escamoteado reconocimiento académico y el olvido casi generalizado de la crítica, el hábito de utilizar siempre siete letras en los títulos de sus libros y que al menos uno de ellos se corresponde con cada letra del abecedario, su fobia antiporteña, y su afición a la palindromía.

Periplo es una crónica del viaje de dos meses que Filloy realizó en 1930 por la cuenca del Mediterráneo, visitando España, Marruecos, Argelia, Túnez, Egipto, Siria, Líbano y Jerusalem. El título deriva de Ptolomeo, quien había llamado “periplo” (viaje en barco) a los relatos de su travesía por el Mediterráneo.

En esta ópera prima se esbozan la mayoría de las prácticas textuales que Filloy irá incorporando al resto de su obra: la cita, el diálogo a la manera de Platón, las observaciones minuciosas e iluminadoras, la reflexión paradojal, así como los juegos de palabras y su obsesión por la etimología.

“¿Qué diferencia hay entre el Jesús niño que discute con los doctores y el Mahoma niño que reverencian las piedras y los árboles? ¿Qué prodigio resulta mejor: Jesús caminando sobre las aguas o Mahoma caminando sin sombra en el sol? ¿Qué magia es más bella: la de Jesús al multiplicar los panes y los peces o la de Mahoma al hacer juegos malabares con la luna? ¿Quién ganará sobre la muerte: Jesús ironizándola en la resurrección o Mahoma, yerto en el aire, sostenido por los ángeles? ¿Qué diferencia hay entre el Jesús que se titula «hijo de Dios» y el Mahoma que se llama «profeta de Alá»? ¿Cuál propaganda supera en nobleza: Jesús pregonando el renunciamiento en esta vida o Mahoma ofreciendo la concupiscencia en la otra? ¿Qué amor fue más sublime: el de Jesús a Magdalena, ya cansada de pecar, o el de Mahoma a Khadigia, ya vieja en el deseo insatisfecho? ¿Quién vencerá en el tiempo: el Jesús de la Era, en que marchan los apóstoles, o el Mahoma de la Égira en que cabalgan los califas? Tales preguntas me hacía yendo del Santo Sepulcro a la Mezquita de Omar. Preguntas sin respuestas…

No pensaba casi en ellas cuando, al enfrentar el viejo Sanhedrim, de en¬tre el rumor de las preces que mascan los hebreos, una voz tremenda resonó en mi pecho: -¡Ea, ea! ¿Por qué te olvidas de mí? Yo soy Moisés. No es que como judío quiera hacer la competencia a alguien. ¡Qué esperanza! No me interesa ser el tertium comparationis de nadie. Pero mi taumaturgia está muy por encima de Jesús y Mahoma. Sé justo. Yo recibí el mensaje de Jehová en el monte Sinaí y fui su confidente en el Tabernáculo. No soy celoso. Te exijo que seas justo, tan sólo. Si no, repetiré el milagro, y la vara de la justicia con que mides a los otros será una vara de serpientes. -Pero, Moisés, ¡no hay motivos! -repliqué con recia voz interior.

Suelo hacer preguntas sin respuesta para exaltar la sabiduría del silencio. Está bien que lo omití esta vez, pero un olvido cualquiera lo padece. Créame, no tengo ninguna cuestión personal con ustedes y menos con Dios, Alá o Je¬hová…”.