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Ed. José J. de Olañeta, año 1996. Tamaño 21,5 x 15,5 cm. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 76

Por Sebastià Trias

En el año 1300 -tendría entonces entre sesenta y cinco y sesenta y ocho años- Ramon Llull hace un primer y breve balance existencial, nada optimista, en el Cant de Ramon. Som home vell -escribe- pobre, menyspreat / no hai ajuda ‘home nat/ (…) /, poc som conegut e amat., / Vull morir en poèlag d’amor.

Esta idea, que ya no lo abandonará jamás, crea en nuestro Ramon una consciencia desdichada, mezcla de recuerdos desgraciados y aspiraciones todavía para alcanzar, y se objetiva en torno a la celebración del concilio de Viena del Delfinado (octubre de 1311 – mayo de 1312). Será un cierto «aliento de esperanza, empañado, sin embargo, por un velo de sutil melancolía y desengaño».

Llull estaba obsesionado por el concilio, que hizo latir de nuevo entusiasmo su cansado corazón. Estaba convencido en 1311 de que el concilio sería seguramente la última oportunidad para comprometer a aquellos que podían hacer realidad los proyectos por los cuales había luchado, sin conseguirlo, toda su vida. Escribe el poema Lo Concili (1311) declarando al comienzo su objetivo: Per ço que faça enamorar / tots cells qui ho poden far.

¿Quiénes eran esos que podían realizar aquello que deseaba Llull? ¿En qué consistía ese deseo?

A lo largo de las estrofas del poema, exhorta al papa, a los cardenales, prelados y religiosos a que no sean apáticos en razonar en la general asamblea, y a los príncipes y caballeros a que no sean remisos en empuñar las armas por la exaltación de la fe en Cristo.

En enero de 1311 Llull escribe el Liber natalis pueri parvuli Christi Jesu, una cierta felicitación navideña cuyas tres últimas súplicas son la lucha contra el averroísmo, la creación de colegios de lenguas orientales,la reorganización y la unificación de la caballería religiosa para la reconquista de Tierra Santa. Tres peticiones tantas veces repetidas y otras tantas desoídas o rechazadas.

En septiembre del mismo año, antes de salir de París hacia el concilio, Llull hace hincapié y amplía las mismas súplicas en una obrita sobre el ser de Dios, cuya última distinción es una Petitio in conclio generali. Con la ilusión de un novicio, el mismo septiembre Ramon emprende el camino hacia el concilio y en el Phantasticus (1311) reafirma su intención de luchar en aquella asamblea para convencer a los jefes de la Iglesia y a los príncipes cristianos de la «necesidad de buscar el bien público de la cristiandad». Pero ahora Llull lo hace desde una perspectiva de una vida gastada en la empresa y con resultados poco satisfactorios. En un acto de radical sinceridad Ramon Llull redacta una miniautobiografía para justificarse ante aquel bueno de abad, compañero de viaje, que desde su realism le había tachado de «fantasioso»: «He estado bastante bien casado -escribe Ramon-, he tenido hijos, he sido medianamente rico, he vivido dentro de los placeres del mundo. Con todo, me he retirado, he abandonado libremente y con gozo todas estas cosas, para, con todas mis fuerzas, sostener el honor y la gloria de Dios, procurar el bien público y trabajar para la glorificación de la fe católica. He aprendido el árabe, he ido varias veces a predicar el Evangelio a los sarracenos, he sido preso, encarcelado, azotado y maltratado en defensa de la fe católica (…). Ahora soy viejo y soy pobre. SIn embargo persevero en el mismo intento».

La Vida coetánea, relato autobiográfico que había hecho Ramon llull a los monjes de la cartuja de Vauvert, establecida cerca del que es hoy el Jardín de Luxemburgo en París, no pude entenderse fuera del contexto del concilio y de las obras preconciliares antes citadas. «Más allá de la enumeración de datos biográficos -ha escrito Fernando Domínguez- da Llull un resumen y un compendio de su vida desde que, según él, mereció ser vivida. Es la razón de ser y el punto de referencia de la propuesta luliana al concilio, a quien exige, como él se exigió a sí mismo, una conversión decisiva, radical y concreta».

La Vida coetánea, escrita por algún monje de Vauvert sobre la base de las machaconas ideas repetidas por Llull y según las leyes que regían la literatura en el siglo XIV, tiene una estructura geométrica bien definida. Partiendo de la llamada conversión luliana y la formulación de los tres propósitos cardinales que constituirán erl norte de toda su vida, el círculo se cierra con la exposición de las tres propuestas de Llull al concilio. Conversión y concilio abren y cierran la narración y constituyen el marco que encuadra la idea central de la demostración de la eficacia del Arte en las tierras africanas.

Se ha dicho que la Vida coetánea está teñida de sombras y ribeteada de páginas en blanco (relación casi ayuna de referencias cronológicas, imprecisiones sustanciales, inducciones erróneas, tópicos y confusiones). Sin embargo, la Vida no tiene una intencionalidad primordialmente biográfica, sino la de avalar, con la experiencia de una vida, las peticiones hechas al concilio. Para Llull era importante esta justificación de su vida y de su obra para captar el interés de los padres conciliares.

Los párrafos finales de la Vida conectan con lo que serán en 1313 algunas de las disposiciones testamentarias de Llull: el legado de algunos de sus libros «al monasterio de los cartujos de París», a «la casa de un noble de la ciudad de Génova» y a «la casa de un noble de la ciudad de Mallorca».

Ramon Llull, antes de zarpar de Mallorca rumbo a Sicilia, otorgó testamento el 26 de abril de 1313 en la escribanía de Arnau Sant Martí ante el notario Jaume Avinyó.

La estructura del testamento es la habitual en aquella época. Sin embargo, llama la atención la ausencia de un patrimonio inmobiliario, sobre todo cuando el testador era una persona de cierta nobleza. La razón de ello es que en 1276, habiendo decidido Llull dedicarse a una vida plenamente misionera, quedó inhabilitado jurídicamente, a instancias de su esposa Blanca Picany, para administrar su patrimonio, circunstancia que lo obligó poco después a otorgar un acto de donación de sus bienes inmuebles a favor de sus hijos Domingo y Magdalena. El verdadero patrimonio luliano será distribuido de la siguiente manera:

Doce de los dieciséis libros escritos en Mallorca entre junio de 1312 y el momento de testar serán copiados en latín en dos volúmenes iguales, siendo un ejemplar remitido a la cartuja de París y el otro al señor Percival Spínola de Génova, gran amigo suyo.

Un cofre con diferentes obras, depositado en la casa de su yerno Pedro de Sentmenat, será entregado al monasterio de la Real.

Las copias de distintos libros que hagan los albaceas serán repartidas entre distintos conventos de la ciudad e iglesias de Mallorca, con la condición de que los mantengan encadenados en un armario y con acceso para los fieles que deseen consultarlos.

El alma de Llull está toda en sus libros. ¡Cuántas veces un libro se convirtió en mensajero de doctrinas y de inquietudes ante la corte pontificia y ante los príncipes de la tierra! A Llull le pasaba con sus obras lo que sucedía a Unamuno con sus libros: «Cuando sientas palpitar tu corazón con la lectura de una de mis obras, soy yo, lrctor amigo, quien en él se esconde y vive».