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Ed. Anagrama, año 2012. Tamaño 22,5 x 14,5 cm. Traducción de Carlos Gumpert. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 268

Viajes y otros viajes, Tabucchi 001Por Juan Pablo Bertazza

La publicación en un futuro cercano de las obras completas de Antonio Tabucchi, más que índice debería incluir un planisferio. Es que son muchas las ciudades de todo el mundo que aparecen a lo largo su obra, incluyendo también Buenos Aires en algunos de los cuentos del excelente El juego del revés. Pero, además, el instante exacto en que se convierte en escritor lo encuentra precisamente de viaje, un verdadero giro del destino al descubrir un ejemplar de Tabacaria, poema de Pessoa mientras paseaba a orillas del río Sena en París. Desde ese entonces Tabucchi, que estudiaba Filosofía y Letras en la Universidad de Pisa, decidió tirar todos los libros y apuntes para emprender un viaje con un Fiat 500 a Lisboa, donde se consolidaría para siempre no sólo su filiación con el gran poeta de los heterónimos sino también su incondicional amor por Portugal, una obsesión que, en cierta forma, lo vuelve una especie de hermano mellizo de José Saramago, a tal punto que ese domingo 25 de marzo, en el que falleció a los sesenta y ocho años, la periodista y viuda y traductora de Saramago, Pilar del Río, manifestó por Twitter: “Hemos perdido a un gran escritor, un resistente. La libertad era para él valor indiscutible y la luchó”. A tal punto que sus restos fueron enterrados en Lisboa.

Por todo eso, resulta notable que, al menos en idioma español, el último libro en publicarse de Tabucchi sea Viajes y otros viajes, una recopilación, reelaborada y corregida, de más de cincuenta artículos publicados entre comienzos de los noventa y finales del 2009 en los diarios italianos Corriere della sera, La Repubblica y también en la revista Grazia Casa. De Florencia a París, de Madrid a Barcelona, de Nueva York a Kioto, de El Cairo a Rio de Janeiro, este libro constituye una impactante guía de turismo donde se mezcla la experiencia de vida –Tabucchi es de los viajeros que gustan de ir a pie para impregnarse del aire de los centros turísticos que visita– con un notable conocimiento del arte y la cultura.

Así, mientras ofrece algunos consejos prácticos para visitar cada uno de los lugares que recorre –no olvidar llevar prismáticos al Museo del Prado en Madrid ni visitar la capital de Egipto con el asesoramiento de una buena agencia de viajes, por ejemplo–, Tabucchi también regala la sabiduría de sus lecturas no tan frecuentes –aconseja leer con atención La Plaza del Diamante de Mercè Rodoreda, “la mayor escritora catalana contemporánea”, asegura, y Todas las mañanas del mundo de Pascal Quignard–, y hasta se hace un lugar para reflexionar acerca de la historia vinculada con la idiosincrasia de cada lugar del mundo –la notable producción de olivo en Creta fue fundamental para la caída del nazismo, ya que en 1941 los cretenses resistieron la invasión alemana gracias a una especie de hoz que usaban para el cultivo, aniquilando heroicamente al batallón de nazis–. Y también da rienda suelta a su interpretación, como cuando al referirse al distrito de Maramures, la zona de los Cárpatos del noroeste de Rumania, asegura que ahí se toman la muerte con mucho sentido del humor, para luego rematar con un “no en vano Rumania es el país de Tristan Tzara y de Ionesco”.

Tampoco faltan en este libro algunas claves que regala Tabucchi acerca de su propia obra, sobre todo de una de los dos libros que aseguraron su consolidación a nivel internacional, Réquiem: “Además de una alucinación, la novela es también un vagabundeo, un paseo errático a través de la ciudad de Lisboa que no responde a lógica topográfica alguna”.

Ese vagabundeo, ese perderse en las calles que, según Walter Benjamin, constituía la mejor forma de conocer una ciudad, es lo mejor que tiene para ofrecer este libro, una obra de consulta que se disfruta en toda su plenitud leyéndola sin orden, de manera caótica y desordenada, tal como llega la información de diversa índole cada vez que arribamos a un lugar desconocido.

“La xenofilia es exactamente lo contrario a la xenofobia”, aclara en uno de los artículos Tabucchi, y ese amor por las cosas ajenas tan intrínseco a su vida le depara en este libro un lugar privilegiado a tres países que, por diversa razón, tuvieron especial significación en su vida: La India, Australia y, por supuesto, Portugal.

Pero, se sabe, viajar es uno de los verbos más abiertos y transitivos que existen; Tabucchi –quien uno de los aspectos que más lamentaba de su enfermedad era, justamente, la imposibilidad de poder viajar– lo sabía muy bien y también ofrece, hacia el final de este volumen, formas alternativas de viajar: viajes por interpósita persona –sitios que no llegó a conocer en persona sino gracias a una anécdota o determinada lectura–, viajes imaginarios –ciudades tan mitológicas y vigentes como Atlántida– y también viajes simbólicos, un capítulo en el cual, por ejemplo, realiza una excepcional lectura de la Buenos Aires mitológica y anacrónica de los primeros libros de poesía de Jorge Luis Borges.

Aunque parezca mentira, la publicación de este libro es anterior a la muerte de Tabucchi, a tal punto que, en la solapa, sólo encontramos la fecha de su nacimiento, en 1943. Sin lugar a dudas, esa extraña coincidencia es un acto de justicia poética para un escritor cuya vida y su obra estuvieron marcadas, en iguales proporciones, por los viajes. Por lo demás, nunca mejor dicho, viajar es morir un poco.