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Ed. Siglo XXI, año 1994. Tamaño 21 x 14 cm. Traducción de María del Pilar Jiménez. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 446
Si el psicoanálisis representa una modificación radical e irreversible de la interrogación moderna sobre la vida psíquica, seguramente no es por ser «doctrina freudiana» que viene a ocupar un sitio al lado de un número considerable de filosofías del alma o de la subjetividad; al contrario, por ser el psicoanálisis práctica, indisociablemente clínica y teórica, continuamente cambiada por la relación con el otro singular, se codeterminan el suspenso de toda acción real y el acto de la transferencia en el lenguaje, y más allá incluso de las significaciones que éste permite comunicar. Resulta que la principal pregunta que se puede plantear hoy en día sobre lo que ha sido esta práctica —de acuerdo con la acepción amplia pero precisa que acabo de utilizar— no es otra que la de la conveniencia de las representaciones que se pueden proponer, a partir de la vida psíquica, a la enseñanza que nos viene de esta experiencia (entendiendo que esta última- nunca es primitiva ni prediscursiva, que varía también de lugar de un análisis a otro, siguiendo siempre un mismo protocolo y ciertos ejes idénticos de desarrollo).
Ahora bien, a pesar de la simplicidad relativa de tal pregunta, todo lector cuidadoso de los trabajos contemporáneos no puede dejar de sentir dudas en cuanto a la posibilidad de responder produciendo numerosos ejemplos. En otros términos, los ejemplos sin duda existen, pero son raros. La mayor parte de los escritos que comentan el análisis se sitúan a uno y otro lado del punto de equilibrio que designa la idea de conveniencia de los conceptos a la experiencia. Es decir que con mucha frecuencia se asiste a una evasión del campo de reflexión abierto desde los trabajos de Freud, en beneficio de discursos que se refieren de manera global y que se presentan ante los demás como ensayos libremente inspirados por el método analítico; a la inversa, se ve desplegar una elocuencia clínica fluida y profusa, que se disipa aún más cuando le faltan los componentes conceptuales aptos para proponerle una problemática.
En este panorama intelectual contemporáneo, en el que la exigencia de pensar la experiencia se hace más necesaria sin por esto ejercerla con mayor frecuencia, las obras que logran satisfacerla cobran un relieve particular. Tal es el caso de la que ha edificado Piera Aulagnier en el transcurso de un cuarto de siglo de un trabajo que perfila a una de las figuras más notables del pensamiento analítico. A decir verdad, no hay otro autor que ilustre mejor en nuestros días lo que significa esta última expresión más allá de su significación convencional, es decir, el doble movimiento por el cual el análisis se constituye él mismo como modo de pensamiento original, mientras que, a cambio, la concepción teórica se sirve de los contenidos y de los efectos del proceso analítico.
Se sabe bien, y se ha dicho con frecuencia, que hay una manera de pensar propia de esta práctica, y que es bastante diferente de lo que denota el término «razonamiento». A través de la regla fundamental, el analizante es tácitamente invitado a des-razonar, a no someter su discurso solamente a los cánones del entendimiento; y cuando el analista escucha e interpreta, no se apega tampoco a una disciplina de intelección que resultaría esterilizante. Pero se resume bastante mal lo que hace positivamente el pensamiento en análisis cuando uno se limita con oponer al razonamiento la «libre asociación». Primero porque el ejercicio asociativo no rompe todas las cadenas del entendimiento: trae consigo, por un procedimiento de comparaciones, un número apreciable de inferencias, subsunciones, operaciones de inclusión y exclusión, imputaciones causales. Segundo, porque los grupos de representaciones decibles, entre las que se hacen las asociaciones propiamente dichas, están atravesados y como obsesionados por imágenes o por figuraciones más elementales, muchas de las cuales son indecibles y responden a irrupciones pulsionales que desempeñan un papel de bastante importancia en las rupturas de transición. El pensamiento analítico no se reduce así a conexiones de ideas lineales, tal como las describían en el pasado los psicólogos asociacionistas. Más bien pone en comunicación lo «alto» y lo «bajo», el centro y la periferia, lo formulable y lo informulado. Su trabajo esencial es la invención de lo heterogéneo, por un desplazamiento incesante de las referencias (que no están ausentes) y por la instigación de los afectos que orientan y desorientan el discurso. Ahora bien, es de esta «heterogeneidad» de la que intenta asirse la función teórica. Para ella no se trata de dejar escapar ese objeto incongruente racionalizando el proceso ni intentar reproducirlo de manera mimética, fiándose de una segunda inspiración «asociativa».
Este doble escollo es el que ha logrado evitar P. Aulagnier, circunscribiendo lo más posible el pensamiento que se forma en el análisis para reflexionar sobre él en otro plano, en el que puedan desarrollarse hipótesis metapsicológicas.
Pero semejante reflexión no es sencilla. No se da sin tropiezo, vacilación, aproximaciones sucesivas, autocorrección. Y cuando por fin se alcanzan formulaciones consistentes, cuando se las puede exponer en un libro —como La violencia de la interpretación—, no se trata de dejarlas en reposo, esperando que, llegado el caso, otros las retomen por su cuenta, o quedarse en espera para refutarlas.
Lo que resalta con claridad en estos textos, surgidos en un tiempo de crisis, es que el problema de la puesta en práctica del análisis se presenta bajo aspectos éticos y técnicos (en el sentido amplio de este adjetivo) estrechamente ligados. Pero sería un error creer que sólo una crisis (aunque esté precedida por un movimiento político) haya estado en el origen de tales preocupaciones. La que temía, en esa época, que el didacta se transformara en adoctrinado reflexionaba ya desde hacía un cierto tiempo sobre ese «deseo de un saber sobre el deseo» que le había aparecido «en el corazón mismo de la relación del sujeto con el conocimiento». Semejante reflexión no podía más que desembocar en una pregunta sobre la elección de esa extraña vocación que se llama psicoanálisis: ¿cuál es el deseo de saber de aquel que se quiere analista?, y ¿de qué saber sobre el deseo quiere ser garante? Ésa es pregunta abierta al final de un articulo que se reconoce deudor de la enseñanza de Lacan e incluido en el primer número de L’Inconscient, que tenía por tema la transgresión…
Fue sin embargo después de la escisión de 1969 cuando la preocupación de la práctica y de lo que hay derecho a esperar cobró toda su importancia en el pensamiento expresado por P. Aulagnier. Liberada de la fidelidad al discurso lacaniano, se interrogó explícitamente acerca de la responsabilidad solitaria del analista frente al término de una cura. De manera correlativa, la cuestión de la realidad pudo ser considerada con una autenticidad que las reflexiones ulteriores no debían desmentir jamás, pero de la que carecen dolorosamente muchos otros autores. Si en efecto le está permitido al analista, en la sesión, poner la realidad entre paréntesis, se puede leer, en el texto de una conferencia de 1970 sobre las «Construcciones»: «a partir del momento en que esta realidad que es la sociedad no ponga más entre paréntesis el discurso psicoanalítico, resultará una inclusión cuyas repercusiones en nuestra propia técnica hay que analizar». Eco directo de las consideraciones precedentes sobre la sociedad de demanda y sobre la extraterritorialidad que se pretende preservar respondiendo a tal demanda, este señalamiento que confina al ingenio va de hecho mucho más lejos que la simple declaración de intención con que concluye. ¿No es en efecto una construcción bastante curiosa de la realidad psíquica esa que la trata como una pura esencia espiritual sede de un enigmático deseo del otro, ignorando todas sus ataduras con el mundo que la ha visto nacer? ¿Y cómo fingir que no hay ninguna relación entre las implicaciones reales de la demanda inicial de análisis y el curso de ésta?
INDICE
NOTA DEL EDITOR
PREFACIO, por MAURICE DAYAN
PRIMERA PARTE: PRÁCTICA DEL ANÁLISIS
1- ¿CÓMO PUEDE UNO NO SER PERSA?
2- SOCIEDADES DE PSICOANÁLISIS Y PSICOANALISTA DE SOCIEDAD
3- UN PROBLEMA ACTUAL: LAS CONSTRUCCIONES PSICO ANALÍTICAS
4- TIEMPO DE PALABRA Y TIEMPO DE ESCUCHA: OBSERVACIONES CLÍNICAS
SEGUNDA PARTE: DESEO, DEMANDA, SUFRIMIENTO
5- EL «DESEO DE SABER» EN SUS RELACIONES CON LA TRANSGRESIÓN
6- DEMANDA E IDENTIFICACIÓN
7- A PROPÓSITO DE LA REALIDAD: SABER O CERTEZA
8- EL DERECHO AL SECRETO: CONDICIÓN PARA PODER PENSAR
9- CONDENADO A INVESTIR
TERCERA PARTE: EL CONFLICTO PSICÒTICO
10- OBSERVACIONES SOBRE LA ESTRUCTURA PSICÒTICA
11- EL SENTIDO PERDIDO O EL » ESQUIZO» Y LA SIGNIFICACIÓN
12- LA «FILIACIÓN» PERSECUTORIA
13- DEL LENGUAJE PICTÓRICO AL LENGUAJE DEL INTÉRPRETE
14- ALGUIEN HA MATADO ALGO
15- EL RETIRO EN LA ALUCINACIÓN: ¿UN EQUIVALENTE DEL RETIRO AUTISTA?
16- LOS DOS PRINCIPIOS DEL FUNCIONAMIENTO IDENTIFICATORIO: PERMANENCIA Y CAMBIO
BIBLIOGRAFÍA (obras de Piera Aulagnier)