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Ed. Escalera, año 2011. Tamaño 21,5 x 15,5 cm. Traducción de Daniel Ortiz Peñate. Ilustraciones en blanco y negro de Dani Orviz. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 106
“¡Un solo poema hermoso podría cambiarlo todo!”.
Esta arrebatada exclamación resume, en gran medida, la naturaleza de Tristessa, la novela que Jack Kerouac escribió durante su estancia en México D.F. (años 1955 y 1956), tras las grandes, alucinadas, alcohólicas correrías a través de los Estados Unidos, por las calles de San Francisco, por las vías ferroviarias de California (correrías que verían la luz en años posteriores, respectivamente, en En el camino, Los subterráneos y Los vagabundos del Dharma). Para ultimar esas tres grandes novelas, que aún tiene inéditas, y también como parte del vagabundeo innato a su forma de ser, Kerouac se instala en una azotea bastante sórdida y deprimente del Distrito Federal, en compañía y vecindad de unos tipos adictos a la morfina entre los que se encuentra una joven mexicana, de nombre Tristessa.
La obra homónima que Kerouac escribe, y que sería publicada por primera vez en 1960, una vez ya en la calle las tres grandes novelas citadas anteriormente, trata sobre la atracción del autor hacia esa figura destructiva y huidiza, una mujer que parece arrastrar al escritor hacia los abismos de la droga y la degradación, condena que él acepta con gusto y hasta con cierto misticismo: Tristessa como la mujer en pos de la cual, sumergido en la neblina de la morfina que ambos se inyectan, Kerouac tendrá las más nítidas revelaciones sobre nuestra condición, nuestro papel en el mundo, el sentido último de la existencia…
Todo ello expresado en ese estilo sincopado, la escritura espontánea, de inspiración jazzística, en que Kerouac escribía sus obras, sin distinción entre poesía y prosa, narración e introspección, la escritura convertida en una vivencia más, y en las páginas de Tristessa una vivencia sometida por la distorsión de la morfina que el autor se acaba de inyectar…
“…y todos los ríos braman en la lluvia y me revienta el alma al pensar en la primerísima infancia, cuando mirabas a esos adultos gigantes en el salón, los saludos y chasquidos de sus sombrías manos, arengándose entre el tiempo y las responsabilidades como en un film dorado dentro de mi cabeza vacía de sustancia, incluso de esa gelatinosa…”
Pero Tristessa, la novela, es más, mucho más, por supuesto, que el diario de un dipsómano y drogadicto, más que una crónica descriptiva de los chutes que se van sucediendo, más incluso que una historia de amor en el ambiente más lóbrego que cabe imaginar. Tristessa es, sobre todo, la historia de una búsqueda y de una decepción. Una búsqueda de la belleza entre todos aquellos tipos derrotados y tirados por las calles, de la bondad en una mujer que sufre ataques epilépticos producto quizás de la sobredosis, de la trascendencia en un mundo oscuro donde te roban cuanto tienes en los bolsillos cuando estás tirado en el suelo, mientras los viandantes pasan por encima de ti sin mirarte…
Es una búsqueda febril, agónica, máxima, arriesgándolo todo por el camino… y es la constatación final de que seguramente no hay nada al final de todo, más que esas sucias calles, esas jeringuillas manchadas de sangre y esa esquelética mujer que, pese a todo, acaba por eludirte…
“Ay, Señor, ¿qué les estás haciendo a tus hijos? – Tú, con tu rostro compasivo y hermoso, no osaría decir lo contrario, ¿qué estás haciendo con tus niños perdidos, por qué nos robas el derecho a participar de tu mente después de modelar las nuestras a imagen y semejanza de la tuya?, ¿es por aburrimiento o porque ya no te importamos? – No debiste hacerlo, Señor que todo lo iluminas, no debiste jugar de esa forma mortal con el sufrimiento de tus propios hijos, mente de tu mente, no caigas en tu propia ensoñación y deja que suene la música y silba para que bailemos, solos, en una nube, aullándole a las estrellas que tú mismo creaste, oh Dios”