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Ed. Alianza, año 2012. Tamaño 18 x 12 cm. Traducción de Miguel Sáenz. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 224

tala-bernhard-001Francfort, 6 de octubre de 1984

El escritor austriaco Thomas Bernhard, a quien por decisión judicial le ha sido secuestrado y prohibida en Austria la venta de su último libro, Holzfaellen (Tala de leña), lanzó en la Feria del Libro de Francfort una furiosa diatriba contra «ese país caótico y demoniaco», y «gobernado por una ideología pequeñoburguesa, católica y nacional socialista». La conferencia de prensa se celebró a las 9.30 horas, hora intempestiva tras las noches de la Feria del Libro de Francfort, pero Bernhard llenó la sala, porque el autor austríaco se ha convertido en el centro de la polémica y el escándalo debido a la prohibición y secuestro de su libro por una juez de Viena, que luego se marchó de vacaciones a China.

Tala se presenta como un monólogo, producto de su excitación. Bernhard arrasa con el mundo intelectual y artístico de Viena. Un ejemplar de la novela enviado para recesión por la editorial Suhrkamp puso en marcha la maquinaria de la justicia. El compositor Gerhard Lampersberg creyó reconocerse en el personaje de Auersberger, que aparece en la novela de Bernhard, y presentó una querella criminal por injurias. La editorial de Berrihard, que tiene su sede en Francfórt (República Federal de Alemania), había enviado ya los ejemplares de Tala a la distribuidora en Viena, donde el pasado 29 de agosto fueron secuestrados en poco más de cuatro horas. Bernhard explicó en Francfórt cómo pudo ver en Viena «que los libros desaparecían de las librerías y entraba la policía».

El representante de la editorial, Siegfried Unseld, denunció en conferencia de prensa en Francfórt que hasta la fecha no les ha sido presentado un escrito de acusación, y que de las 18 citas incriminadas por la justicia «ni una sola ha sido reproducida correctamente y dos se refieren a otro personaje que no es Auersberger».

A la hora de presentar reclamaciones por el secuestro de la novela, la justicia austriaca respondió que la juez había salido para China en viaje de vacaciones y ella es la única competente para el caso.

El autor Bernhard anunció que no aceptará que el Burgtheater represente ninguna de sus obras, porque se trata de un teatro estatal y no considera aceptable que «un señor mate a uno de mis hijos y el otro hijo le de las gracias». Al referirse al Burgtheater, una de las instituciones culturales de más prestigio en Austria, Bernhard dijo que se trata de un gran edificio que tiene una buena infraestructura, pero los buenos actores se cuentan con los dedos de una mano y hay una plantilla dé 150″.

Tras la conferencia de prensa, en la que Bernhard estuvo más comedido y en segundo plano, al lado del editor y del abogado encargado del caso, el novelista mantuvo un diálogo improvisado con tres periodistas, en el que lanzó una diatriba contra el orden reinante en Austria. Negó Bernhard que tratase de herir al compositor que se querelló contra él: ¿Por qué lo iba a hacer, después de 25 años? Naturalmente que si alguien se reconoce en la novela no se puede, hacer nada».

Bernhard se rebela contra la etiqueta o el estereotipo vigente sobre Austria como país liberal al lado de la RFA. «Es un gran error. Tenemos la etiqueta de amables, liberales y encantadores, pero en el fondo es un país caótico y demoniaco. Sería bueno que los tribunales en La Haya, Luxemburgo y Estrasburgo se ocupasen de esos pequeños Estados en Europa. También de Suiza, porque la situación es parecida a Nicaragua o El Salvador. Esto no es exagerado. La gente se ocupa de pueblos lejanos, pero deja de mirar los propios, porque la visión es horrible y prefiere no verse». Á la pregunta de si también él forma parte de la componente demoniaca austríaca, Bernhard respondió: «Todos somos parte de lo demoniaco, naturalmente».

«…Ha tenido que morir }oana, ha tenido que matarse para que volviéramos a reunimos, le dije aún a la Auersberger, abrazándola luego brevemente y dándole, como queda dicho, un beso en la frente, y bajé la escalera y salí a la calle, y a partir de entonces, por todas las calles que anduve, me atormentó el no haber hecho más que mentir a la Auersberger en todo lo que le había dicho y el haberle mentido de forma totalmente deliberada en todas y cada una de las cosas que le había dicho. Porque en verdad odiaba a la Auersberger después de esa cena artística exactamente igual que la había odiado antes y a Auersberger, el Novalis de los sonidos y seguidor de Webern, que se había quedado estancado ya en los años cincuenta, con un odio quizá más intenso aún, con ese odio auersbergeriano con el que odio quizá a los Auersberger ya desde hace veinte años, según pienso, porque entonces, hace veinte años, me engañaron y trataron de una forma tan abyecta, me denigraron en toda ocasión ante todo el mundo, y hablaron tan mal de mí, después de haberlos dejado yo sólo para salvarme, sólo para no ser devorado por ellos, después de haberles vuelto yo la espalda, no ellos a mí, como siempre pretendían y siguen pretendiendo igual que antes, como han pretendido siempre estos veinte años hasta hoy, y pretenden que yo me aproveché de ellos, que ellos me mantuvieron vivo durante años, mientras que la verdad es y fue que yo los mantuve vivos, que yo los salvé, que yo, si no con dinero, sí con mis facultades en general, los mantuve, y no a la inversa, y corría por las calles, como si escapara de una pesadilla. cada vez más deprisa, hacia el centro de la ciudad, y mientras corría no sabía por qué lo hacía hacía el centro de la ciudad, cuando, sin embargo, hubiera tenido que correr exactamente en la dirección opuesta al centro de la ciudad si quería ir a casa, pero probablemente ahora no quería ir a casa en absoluto, y me decía: si me hubiera quedado también este invierno en Londres, y eran las cuatro de la mañana y corría hacia el centro de la ciudad, aunque hubiera debido correr hacia casa y me decía que, a toda costa, hubiera debido quedarme en Londres y corría hacia el centro de la ciudad sin saber por qué hacia el centro de la ciudad y no hacia casa, y me decía que Londres siempre me había traído suerte, pero Viena, siempre, sólo mala suerte, y corría y corría y corría, como si ahora, en los años ochenta, me escapara otra vez de los años cincuenta hacia los años ochenta, hacia estos años ochenta peligrosos y torpes y estúpidos y pensaba otra vez que, en lugar de ir a aquella insulsa cena artística, hubiera sido mejor leer mi Gogol o mi Pascal o mi Montaigne y pensaba, mientras corría, que escapaba de la pesadilla auersbergeriana, y corría realmente y con energía cada vez mayor huyendo de aquella pesadilla auersbergeriana hacia el centro de la ciudad y pensaba mientras corría que aquella ciudad por la que corría, por espantosa que la encuentre siempre, que la haya encontrado siempre, es para mí, sin embargo, la mejor de las ciudades, esa Viena odiada, siempre odiada por mí, era otra vez de repente para mí querida, mi querida Viena, y que aquellas gentes que siempre he odiado y que odio y que siempre odiaré, son, sin embargo, las mejores gentes, que las odio, pero son conmovedoras, que odio a Viena y, sin embargo, es conmovedora, que maldigo a esas gentes y, sin embargo, tengo que quererlas y que odio a esa Viena y, sin embargo, tengo que quererla, y pensaba, mientras corría ya por el centro de la ciudad, que esa ciudad es, sin embargo, mi ciudad y siempre será mi ciudad y que esas gentes son mis gentes y siempre serán mis gentes y corría y corría y pensaba que, como a todo lo horrible, había escapado también a aquella horrible, así llamada, cena artística de la Gentzgasse y que escribiría sobre aquella, así llamada, cena artística de la Gentzgasse, sin saber qué, sencillamente escribiría algo sobre ella, y corría y corría y pensaba: escribiré inmediatamente sobre esa, así llamada cena artística de la Gentzgasse, lo que sea, sólo escribir enseguida e inmediatamente sobre esa cena artística de la Gentzgasse, inmediatamente, pensaba, en seguida una y otra vez, corriendo por el centro de la ciudad, enseguida e inmediatamente y en seguida y en seguida, antes de que sea demasiado tarde».