Ed. Corregidor (Colección Biblioteca de la Esfinge, dirigida por Raúl Sciarretta), año 1976. Tamaño 20 x 14 cm. Traducción de Oscar del Barco. Estudio introductorio de J.B. Pontalis. Usado excelente, 240 págs. Precio y stock a confirmar.
«Se ha podido sostener, no sin alguna intención peyorativa, que el aporte más indiscutible del surrealismo residía no tanto en lo que había engendrado sino en sus efectos retroactivos, en su genio para descubrirse precursores a lo largo de toda una tradición –ocultada sobre todo en Francia- de lo fantástico, de lo onírico, del sin sentido, donde se afirma lo irreductible.
Era preciso un Breton para que el surrealismo adquiriese esa potencia, fuese ese punto nodal que atrae a sí tantas tentativas parciales anteriores y que en la actualidad hace converger, a veces sin que lo sepan, tantos pasos perdidos. En los conflictos mismos vividos por el grupo surrealista encontraríamos representada (y por lo tanto desviada) en la escena de lo colectivo una doble postulación, una doble pero igualmente eficaz compulsión: hacia la síntesis (mujer única, líder único) y hacia la ruptura permanente.
Este libro muestra a esa contradicción actuando en lo que podemos considerar su lugar de origen: la sexualidad. Según la autora, el surrealismo habría tratado de dirigir, con una necesaria voluntad de provocación y escándalo, “la ametralladora del deseo hacia el corazón del mundo burgués de los años veinte”; habría proclamado la fuerza subversiva de Eros; su mérito consistiría en “haber inscrito en sus premisas que el arte, como la revolución, es una violencia, un rapto y una metamorfosis dolorosa del cuerpo”.
Pero, sobre todo por obra de André Breton, habría efectivamente fortificado el ideal monogámico, “con todas las implicaciones antirrevolucionarias que comporta”: la sacralización de la mujer, presente en tantas obras y expresiones, la extraordinaria fascinación, ambivalente por supuesto, que ella ejerce, atestiguada por el inagotable bestiario del cuerpo femenino que es la imaginería surrealista, no revelaría en definitiva sino una necesidad identificable, bajo las múltiples formas que sabe darse, a la de la posesión: “transformar el ser en tener”.
El poeta surrealista no reconocería a la mujer tantos poderes y funciones –por lo demás incompatibles entre sí- sino para reducirla mejor a un ser del cual uno se sirve. Exijo la coherencia, la sistematización, cuando es la no coherencia, el no sistema, lo que moviliza mi lectura. ¿Cómo se podría reprochar al surrealismo sus contradicciones internas cuando su fuerza reside en haber sido el lugar de ellas y en no haber tratado de disimularlas sino en haber permitido su despliegue? ¿No hay acaso, más coactiva que cualquier otra pulsión, una “compulsión hacia la síntesis” que nos impele a encontrar en una figura del otro, persona u obra, el objeto total sin cuya garantía nosotros mismos estaríamos destinados a la disgregación, al desencadenamiento de la pulsión de muerte?
Abandonada a sí misma, la pulsión sexual termina por confundirse con la pulsión de muerte. Semejante fuerza negativa atrajo a los surrealistas, que la temían. Trataron, en verdad, de domesticarla. No de domesticar el inconciente, sino de ponerlo de su parte, de vivir en inteligencia con él mediante una búsqueda metódica, aplicada: se provoca su encuentro (azar objetivo), se venera su potencia (experiencia de sueños, relatos oníricos, y lo maravilloso y sagrado cotidianos), se limitan sus mecanismos (escritura automática), se intenta fabricar productos análogos (collages, anagramas, cadáveres exquisitos).
El surrealismo intentó hacer coincidir estos dos lugares: el de lo imposible y el de lo prohibido. El amor, tributario del objeto perdido, buscado y mantenido como inaccesible, se acerca al primero; la sexualidad, originalmente perversa, no deja de medirse con el segundo.
Si fuera necesario justipreciar hoy al surrealismo, lejos de reprocharle sus contradicciones o el hecho de haber traicionado su programa (¿hubo alguna vez revoluciones que no fueran traicionadas?), yo reconocería en él, con la autora, un espacio –más que un tiempo- donde las categorías psíquicas axiales pudieron afirmarse, representarse y nunca encontrar equilibrio estable. ¡Viva el fracaso surrealista!».
J.B. Pontalis.
Indice: Prefacio. Surrealismo y sexualidad.
Primera Parte, La esperanza surrealista:
1- Importancia y significación del factor sexual entre los surrealistas. 2- Eros: fuerza subversiva.
3- El lugar del factor sexual en los revolucionarios marxistas.
4- La perversión y su relación de destrucción con la sociedad.
5- El arte, como la revolución, es un acto de violencia corporal.
Segunda Parte, La obra surrealista:
A- Hacia la mujer:
1- Reconstitución del andrógino primordial.
2- La mujer-naturaleza: la buena mujer.
3- La mujer como instrumento diabólico.
B- La libido generalizada:
1- Sexualidad libre.
2- Perversiones.
3- Homosexualidad.
4- Sado-masoquismo.
Tercera Parte, El caso surrealista:
1- La obra surrealista pone en evidencia la relación con la madre como marca estructurante de la relación con el mundo.
2- Tal relación puede denominanrse imaginaria: los artistas son considerados locos, asociales y niños.
3- Del surrealismo de la locura a la locura surrealista.
4- Deseo y ley: el privilegio del arte.
5- Arte e infancia: la satisfacción alucinatoria del deseo.
6- El artista da forma a sus fantasmas en realidades de nuevo tipo (Freud).
7- Un poema es un crimen.
8- En la poesía surrealista la mujer es buena y amada. En la pintura surrealista es odiada y mala.
9- Castración masculina: la obra de Leonor Fini, Buñuel, Dalí, Toyen, Brauner, Magritte.
10- La obra de Bellmer. La perversión.