Precio y stock a confirmar
Ed. Agape, año 2008. Tamaño 19 x 13 cm. Traducción de Fernando María Cavaller. Estado: Nuevo. Cantidad de páginas: 320
Por Fernando María Cavaller
21 de febrero de 2008
Newman nació el 21 de febrero de 1801 en Londres y murió el 11 de agosto de 1890 en Birmingham, Inglaterra. Su larga vida tuvo como epicentro la conversión al catolicismo el 9 de octubre de 1845. De modo que cualquier aproximación ha de tener en cuenta los dos períodos, anglicano y católico, de una duración casi idéntica. Entre la primera mitad de su vida y la segunda se encuentra una asombrosa continuidad que puede ser definida como auténtico desarrollo. Precisamente, entre sus obras está el admirable Ensayo sobre el Desarrollo de la Doctrina Cristiana,’ escrito durante los dos años anteriores a su conversión, un estudio histórico-teológico para afirmar la continuidad entre la Iglesia primitiva y la Iglesia de Roma en respuesta a las objeciones protestantes que asignaban a Roma corrupciones de la fe primitiva, y donde Newman postula la sugestiva septena de notas que garantizan un desarrollo homogéneo.
A esta conclusión llegó después de varios años de oración y estudio. Desde joven había sido brillante y a la temprana edad de 22 años fue nombrado fellow del Oriel College, el más importante en Oxford. Fue ordenado sacerdote en la Iglesia de Inglaterra a los 24 años y estuvo
a cargo de Santa María Virgen, la iglesia de la Universidad. Tanto desde la cátedra como desde el púlpito se convirtió en poco tiempo en la voz más escuchada, y fue desde 1833 la cabeza del Movimiento de Oxford, el gran acontecimiento que renovó la vida de fe de la Iglesia de Inglaterra. El fundamento de su pensamiento teológico lo encontró en los Santos Padres de los primeros siglos del cristianismo y en algunos teólogos anglicanos del siglo XVII, y desde allí respondió tanto al liberalismo religioso de tinte racionalista como al evangelismo entusiasta de talante sentimental, un escenario que era propio del siglo XIX inglés pero también del orbe europeo, y que en definitiva pretendía afirmar una oposición entre fe y razón.
Las obras escritas por Newman, como anglicano y como católico, reflejan esta situación, pero al mismo tiempo constituyen positivamente una hazaña teológica de proporciones nada comunes, comparable a la de San Agustín o Santo Tomás, y que ha sido fuente de casi todos los grandes teólogos del siglo XX. Newman ha pasado a ser, cada vez con más fuerza, el exponente más notorio de lo que se podría llamar «amor a la verdad». Su pensamiento y su vida van juntos y son ejemplo de una experiencia creyente, que comenzando con la primera conversión cuando tenía 15 años, sigue un itinerario hasta la conversión a Roma a los 44, y continúa hasta su vejez. Fue un itinerario reconocido en vida por la Iglesia, cuando el Papa León XIII lo hace Cardenal a los 78 años de edad.
Fue uno de los más grandes teólogos del siglo XIX y una de las figuras más destacadas de la historia de la Iglesia. Su conversión significó una verdadera revolución en la Inglaterra de entonces, pero trascendió sus fronteras y ha estado cada vez más presente en la Iglesia
Católica. Prácticamente no hay pensador cristiano del siglo XX, católico o anglicano, que no se refiera a Newman de un modo u otro. En el Concilio Vaticano II lo llamaban el Cardenal ausente. Ha sido citado cuatro veces en el Catecismo de la Iglesia Católica, y desde 1991 es Venerable, es decir que han sido aprobadas por la Iglesia sus virtudes heroicas y se halla en camino hacia la beatificación. Se podrá hallar como apéndice una breve cronología de su vida y obra.
El conjunto de las obras de Newman llega a los noventa volúmenes. Se trata de ensayos de gran erudición como El oficio profético de la Iglesia, editado luego como Via Media2 (entre el protestantismo y el catolicismo), Los arrianos del siglo IV,3 Conferencias sobre la doctrina de la justificación/ y el Desarrollo ya citado, todos de su época anglicana, y luego su Gramática del asentimiento5 (de la fe) de su época católica. Siguen trabajos como las Semblanzas históricas,6 y muchos otros ensayos teológicos y reflexiones sobre los problemas del anglicanismo y del catolicismo en el mundo de entonces.
Newman escribió y predicó 583 sermones durante su ministerio anglicano, entre 1824 y 1843, más de la mitad antes de 1832, de los cuales 217 fueron publicados por él mismo, entre los que están los 191 Sermones parroquiales sencillos’3 en ocho tomos. Unos 120 sermones se perdieron, pero sobrevivieron 246 sermones, empaquetados y etiquetados por Newman, que sólo están siendo conocidos ahora. Evidentemente Newman consideró estos sermones demasiado marcados por el calvinismo de los escritores evangélicos que lo influenciaron entonces, con su teología, exégesis y homilética. Pero al estudioso le dan oportunidad de descubrir la posición teológica de Newman, anterior a la influencia en él de la primitiva Iglesia de los Padres, y trazar el desarrollo de sus ideas.
Es interesante leer lo que Newman opinaba sobre cómo debía ser un sermón: «Considero un principio fundamente que un sermón, para ser eficaz, debe ser imperfecto. Hasta que imitemos a la Sagrada Escritura en abandonar ¡a evhaustividad de nuestros sermones, no haremos nada a ¿talladamente».16 Efectivamente él se ceñía a un punto, no hablaba de todo, como es corriente, y además, dividía en rarrafos numerados las partes de la exposición. Todos son comentarios a algún versículo o texto de la Escritura, e incluyendo casi siempre referencias al texto del Credo. Eran dogmáticos pero con la aplicación moral consiguiente.
INDICE
Prólogo
Cronología de la vida del Card. Newman
ADVIENTO
La necesidad de la santidad para la beatitud futura
La individualidad del alma
Palabras irreales
Elías, el profeta de los últimos días
NAVIDAD
La Encarnación
El mundo invisible
Cristo oculto del mundo
Los tres oficios de Cristo
CUARESMA
La humillación del hijo eterno
La cruz de Cristo, medida del mundo
La ley de Cristo es estricta
El peligro de las riquezas
El peligro de los talentos
Tiempos de oración personal
Formas de oración personal
PASCUA
Cristo, un Espíritu vivificador
La resurrección del cuerpo
La presencia eucarística