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Ed. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, año 1998. Tapa dura con sobrecubierta. Tamaño 21 x 13 cm. Traducción y prólogo de Tomás Segovia. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 316
Giuseppe Ungaretti, el gran poeta italiano, llegó tarde al país cuya literatura debía marcar tan profundamente. Hijo de emigrantes italianos, había nacido en 1888 en la ciudad de Alejandría, Egipto, y completado sus estudios en París, en la Sorbona y en el Colegio de Francia, de modo que no se instaló definitivamente en Italia hasta 1914. Y eso para interrumpir en seguida su estancia a causa de la Primera Guerra Mundial, en la que participó en el frente de Champaña.
Es curioso que esta circunstancia de haber sido medio extranjero en su propia patria le sea común con gran número de importantes poetas contemporáneos de la Europa latina. Pocos años antes de su llegada a París, en esa misma ciudad, Guillaume Apollinaire, medio polaco medio italiano, había empezado a realizar sobre la lengua poética francesa una labor en muchos puntos parecida a la que el mismo Ungaretti debía llevar a cabo más tarde en Italia. En la misma Francia, una generación después, Supervielle el uruguayo y Saint-John Perse el de la Martinica se cuentan entre los poetas más estilistas. Hay otros, y podríamos aumentar todavía la lista, en otro terreno, con nombres como el de Camus, nacido en Argelia. En Italia baste citar, al lado de nuestro autor, nada menos que a Marinetti, el fundador del Futurismo que, por una extraña coincidencia, había nacido también en Alejandría. En España el ritmo histórico es bien diferente, y sin embargo la irrupción de los hispanoamericanos a principios de siglo tiene muchas semejanzas con la de estos «ciudadanos de ultramar» que parecen decididos a apoderarse de la lengua poética de la metrópoli. Incluso en Inglaterra no podemos dejar de pensar en lo que los norteamericanos Pound y Eliot significan para la poesía actual.
Todo esto debe tener algún sentido. En el caso de Ungaretti, por lo menos, esta distancia con la propia lengua, que le hace casi «descubrirla» en un momento dado, guarda tal vez cierta relación con algo fresco y primario.
Terminados pues sus estudios en Francia, y familiarizado con las grandes figuras poéticas de este país, entre las cuales Rimbaud y Mallarmé son las influencias que él confiesa más profundas, Ungaretti vuelve a su tierra. Había publicado en diversas revistas algunos poemas todavía poco personales, en los que domina el tono de las escuelas entonces de moda, la de los «crepusculares» y la de los «ironistas». La guerra europea acababa de comenzar, y Ungaretti, junto con otros jóvenes, toma parte en la campaña en favor de la intervención de su país. En esos años publica también su primer conjunto de poemas, El puerto sepultado (1916), en el cual, como el título indica, se refiere principalmente al periodo egipcio de su vida, y con el que llama inmediatamente la atención.
Declarada la guerra, se enrola en seguida y parte al frente. Allí, en ese mismo frente y en esa misma guerra donde Apollinaire, simultáneamente, escribía los poemas Caligrammes, Ungaretti va apuntando día a día una breves, expresivas, nerviosas anotaciones, que formarán un librito lleno de frescor y de juventud, Alegría de naufragios (1919). Leídos hoy, parece increíble que los dos grandes poetas de la guerra pasada hayan podido escribir en el frente una poesía tan vital, tan alegre y joven, tan llena de fe y de entusiasmo. Los temas de Ungaretti son a veces un poco más sombríos, pero la frescura de la sensación, la limpidez de la expresión y el sentimiento de «vivido» que producen siempre, y vivido con decisión y con gusto, mantienen estos poemas en un tono positivo y luminoso, de amor a la vida y a sus bellezas, que está completamente ausente, por ejemplo, en la poesía de la Segunda Guerra Mundial.
De vuelta en Italia en 192O, se instala en Roma, y en 1933 publica Sentimiento del tiempo, su libro de madurez, que provoca interminables controversias. En 1936 parte hacia Buenos Aires, invitado por el gobierno argentino a un congreso de escritores. Ya en América, le es ofrecida la cátedra de Literatura Italiana de San Pablo y se traslada a Brasil, donde pasará seis años. Allí pierde a su hijo Antonietto, al que dedicará algunos de los poemas más desgarradores de la poesía moderna, publicados en 1947 en El dolor. Nuevamente en su patria durante 1942, ocupa la cátedra de Literatura Italiana Moderna en la Universidad de Roma, ciudad donde reside el resto de su vida.
Desde el primer momento, la poesía de Ungaretti produjo la impresión de una desnudez y de una concisión extremas. Para algunos, incluso, excesivas. Estos últimos son los que empezaron a hablar en seguida de «hermetismo» y de «preciosismo». Se comprende mal cómo una poesía puede ser al mismo tiempo desnuda y hermética, concisa y preciosista; pero éstas son las reacciones que se producen siempre que un poeta se decide a expresarse con el máximo de fidelidad. Casi desde sus comienzos, Ungaretti se había dedicado a despojar hasta el límite todos sus medios expresivos. La historia de las etapas sucesivas de cada uno de sus poemas, cuidadosamente registrada por De Robertis en su edición crítica, nos muestra cómo trabaja este poeta, tachando, suprimiendo, reduciendo, «probando la resistencia de ciertas palabras». «Inmediatez, adherencia a la vida», dice Garguglio. Pero también es cierto que sus mismos defensores insisten a veces tanto en la técnica y dan tanta importancia a las palabras, que dejan sin querer algunas prendas a los que acusan a Ungaretti de oscuro y de esteticista. Contra estas acusaciones, y tal vez también contra estas defensas, el poeta mismo ha sentido que debía reaccionar, y ya en la nota que precede a La alegría había escrito:
«Sus poesías (del autor) representan pues sus tormentos formales, pero quisiera que se reconociese de una buena vez que la forma lo atormenta sólo porque la exige adherente a las variaciones de su ánimo, y, si algún progreso ha hecho como artista, quisiera que indicase también alguna perfección alcanzada como hombre».
Podría decirse que La tierra prometida es, frente a Sentimiento del tiempo, la otra cara de la medalla. Si El puerto sepultado remite sobre todo a Alejandría (a veces evocada desde París), y La alegría al periodo que va de París al frente de guerra, Sentimiento del tiempo se liga principalmente con Milán y La tierra prometida con Roma.
Estas etapas son por supuesto complejas. La Roma de Ungaretti no es la Roma de cualquier otra persona. Él ha hablado de lo difícil que le resultó hacer suya esa ciudad, y ha explicado largamente (ver las notas al final de este volumen) que el camino que le permitió descifrarla fue, con ayuda de Miguel Angel, el camino de la mitología. Pero habría mucho que decir sobre ese camino. En sus primeros libros el poeta parte siempre de la inmediatez de una experiencia, y si a veces llega a un tema mitológico, es siempre un encuentro, es un tema con el que se ha topado en el desarrollo de esa experiencia inmediata. En La tierra prometida, en cambio, la mitología es el punto de partida y el tema del desarrollo. No es que la experiencia haya desaparecido del todo, pero queda, por decirlo así, puesta entre paréntesis, y el poeta se sitúa en otro lugar para partir de allí al encuentro de su experiencia. Lo más significativo no es que ese lugar sea mitológico, o sea un tópico, sino que es exterior a la experiencia.
Eso se ve claramente en la «Canción» que no sólo abre el libro, sino que lo «justifica», según el propio Ungaretti. El subtítulo nos dice que el poema «describe el estado de ánimo del poeta»; pero lo hace mediante una minuciosa descripción del amanecer repleta de implicaciones filosóficas y de algunas alusiones mitológicas: la fugacidad de la vida, la imposibilidad de alcanzar lo absoluto, la imperfección del hombre y su añoranza de la pureza inaccesible, la búsqueda de lo eterno, la nostalgia de las ideas puras y desencarnadas que toda materialización degrada. Los siguientes poemas parten del mismo modo al encuentro de una experiencia, que esta vez no es propia y vivida, sino ajena e imaginada: estados de ánimo de Dido o de Palinuro.
Entre La alegría y los primeros esbozos de La tierra prometida, Italia había entrado plenamente en el fascismo. Entre esos primeros esbozos y la forma definitiva (que es, no lo olvidemos, la de un proyecto incumplido), había participado en una guerra perdida y había salido maltrecha del delirio fascista. La edición de 1923 de Il porto sepolto llevaba una nota introductoria de Benito Mussolini que ninguna edición posterior reproduce (pero que el mismo Ungaretti cita por entero en la edición definitiva de su poesía en 1969). Los años de elaboración de Sentimiento del tiempo son los mismos que los del ascenso del fascismo. Después, Ungaretti pasa seis años en Brasil y sólo regresa ya muerto Mussolini y sepultado (aunque tal vez no bastante) el fascismo.
El proyecto de La tierra prometida se descifra sin duda mejor en el contexto de esa época. Hay en el trasfondo una vaga intención patriótica y restauradora. La idea general era un ejercicio lírico pero con resonancias épicas en torno al mito de Eneas. La tierra prometida no es simplemente la metáfora de algún edén o alguna patria espiritual, es concretamente la Italia buscada por Eneas. Una vez más, el contraste con Sentimiento del tiempo es radical: por mucha ideología que logremos rastrear en ese libro, nunca podremos decir que su base misma es ideológica, como sucede en La tierra prometida.
Ungaretti ha insistido mucho en que fue el desciframiento del barroco el que lo llevó al desciframiento de Roma. Ese interés en el barroco, que en él se desarrolla paralelamente al interés en la mitología clásica, se manifiesta en su traducción de Góngora, en sus constantes referencias a Tasso, seguramente en una curiosidad por el barroco colonial de Brasil, y sobre todo en su pasión por Miguel Angel. Sin duda el barroco es para él una cifra de lo moderno. Aunque repite el lugar común del barroco como horror del vacío, también habla con penetración de la mezcla de estilos, del estallido de la norma, que tal vez deberíamos llamar, tal como él lo describe, indecisión o abstención en cuanto al estilo.
Lo romántico insiste más en encontrar las metas en el origen mismo, y lo barroco en buscar el origen en las metas. La espontaneidad barroca es buscada, es una elaboración, un resultado final. El romántico sueña en cambio con una espontaneidad no buscada, encontrada sin búsqueda, incluso sin trabajo, o más bien transfigurando el trabajo mismo en su contrario, en gozo y en libertad. Esto se ve claramente, llevado a un paroxismo, en la estética surrealista, pero es también transparente en la aspiración romántica a borrar las huellas del esfuerzo y de una elaboración deliberada y voluntarista demasiado evidente.
Todo eso, me parece, bulle en el trasfondo de La tierra prometida. La «Canción», que en algún momento Ungaretti pensó llamar «Preámbulo», habla de esas metas en las que únicamente podrá recuperarse la imagen primera, pero ya como forma, forma recordada, conocida sólo de oído, y para más señas horrible de desnudo abismo. La leyenda de Palinuro, interpretada de manera bastante personal, se vuelve también símbolo de un heroico esfuerzo que transforma la aventura en pétreo emblema no mortal. Y Dido representa la forma más desolada de la pérdida irremediable del tiempo vivido y del doloroso repliegue en la evocación sin esperanza. Pero esos temas de los que hablan los poemas son también los que guían su realización misma. El sentimiento del tiempo es aquí reflejo y reflexión, es recuerdo de ese sentimiento y especulación sobre ese recuerdo.
INDICE
Prólogo, por Tomás Segovia
Nota sobre la traducción
SENTIMIENTO DEL TIEMPO
Nota del autor
Primeras
Oh noche
Paisaje
Las estaciones
Silencio en Liguria
Al tedio
Sirenas
Recuerdo de Africa
El fin de Cronos
Una paloma
La isla
Lago luna alba noche
Apolo
Himno a la muerte
Noche de marzo
Abril
Nacimiento de aurora
En julio
Juno
En agosto
Una orla de aire
Todo gris
Te revelará
Fin de Cronos
Con fuego
Playa
Leda
Fin
Semejante a sí
Sueños y acordes
Eco
Ultimo cuarto
Estatua
Sombra
Aura
Estrellas
Sueño
Fuente
Dos notas
Por la noche
Rojo y azul
Grito
Quietud
Sereno
Tarde
Leyendas
El capitán
Primer amor
La madre
Donde la luz
Memoria de Ofelia D’Alba
1914-1915
Epígrafe para un caído de la revolución
Himnos
Condenas con la fantasía
La piedad
Caín
La plegaria
Condenación
La piedad romana
Sentimiento del tiempo
La muerte meditada
Canto primero
Canto segundo
Canto tercero
Canto cuarto
Canto quinto
Canto sexto
El amor
Canto beduino
Canto
Preludio
Qué grito
Felicitación por el propio cumpleaños
Sin más peso
Silencio estrellado
LA TIERRA PROMETIDA
Canción, describe el estado de ánimo del poeta
De persona muerta ahora para mí querida oyendo hablar
Coros descriptivos de estados de ánimo de Dido
Recitativo de Palinuro
Variaciones sobre nada
Secreto del poeta
Final
APENDICE
Ultimos coros para La tierra prometida
NOTAS DEL AUTOR
La alegría
Sentimiento del tiempo
El dolor
La tierra prometida
Ultimos coros para La tierra prometida