Rainer Werner Fassbinder nació en Bad Wörishofen (Baviera) durante mayo de 1945 y murió en Munich el 10 de junio de 1982. Fue director de cine, teatro y televisión, además de actor, productor y escritor, siendo el representante de mayor relevancia del nuevo cine alemán. La soledad, el miedo, la desesperación, la angustia, la búsqueda de la propia identidad y la aniquilación del individuo por los convencionalismos, el amor no correspondido, la explotación de los sentimientos y su comparación a una mera transacción comercial, las pasiones íntimas como forma de retratar una época (la de la Alemania de los setenta que aún arrastra las consecuencias de la posguerra) y dar testimonio de sus grietas económicas, políticas, morales y sexuales, son los grandes temas del cine de Fassbinder, en el que casi siempre tendrá un protagonismo esencial la mujer, figura que le servirá de excusa para poner de manifiesto los mecanismos opresivos que se dan en la relación de pareja, para plantear diversas fórmulas de emancipación femenina, y para representar a la mismísima nación alemana en sus films sobre la era Adenauer a través de tres heroínas «que pugnan por sobrevivir a los estragos del pasado»: Maria Braun (interpretada por Hannah Schygulla), Lola (interpretada por Barbara Sukowa) y Veronika Voss (interpretada por Rosel Zech).

«Soy el vértice de un triángulo. Las dos líneas convergiendo sobre mí forman un ángulo obtuso que puede ofrecerme una mirada dentro del futuro. Pero mi futuro es muy incierto. Hasta un niño de escuela con un borrador puede lanzar mi futuro dentro de la nada absoluta.

Todos los días aguardo algo así como un soplo mortal, con la esperanza de ser liberado. Por momentos creo que para nosotros, los que somos vértices, existe un punto medio al que nos sentimos atraídos cada vez más todos los días, con el objeto de fundirnos en él o, también en él, perdernos a nosotros mismos para siempre.

Pero cuando los días transcurren sin el menor cambio en mi situación, llego rápido a desesperarme. A pesar de que sosteniendo eso cada hora gano mayor penetración dentro de las crueldades del mundo, los días ni siquiera son capaces de liberar a un inocente vértice. A veces me digo a mí mismo que uno de mis dos lados debe estar mal cortado o ser incorrecto.

No pienso en la base, que existe más allá de toda duda; no, estoy pensando en el lado B, al que no puedo ver en forma completa. Yendo en contra de la base aparece torcido o mal ubicado. Realmente deseo cambiar el lado B, guiarlo dentro de un sendero ordenado. Pero sigo fallando por las numerosas interrupciones a las que este lado es propenso. Un punto simplemente no puede atravesar el espacio vacío. A veces me pregunto qué hubiera pasado si el lado B y el C se hubieran esquivado entre ellos, si nunca se hubieran tocado, convergiendo a solas.

En verdad, al presente sus senderos están separados por una distancia enorme. Pero yo, el vértice, permanezco, y por mala fortuna soy el punto donde los dos lados se encuentran, aunque el lado A conecta con ellos a una distancia remota. A veces pienso que lo mejor para mí debe ser una huida silenciosa de mi existencia como vértice. Pero demasiado lejos no encuentro la forma adecuada para poder hacerlo. Tal vez soy un gran cobarde o me asusta mucho la eternidad. Confieso que todavía no he llegado a un final consumado. Pero sigo trabajando en eso, y quizá yo pueda hallar una dirección que nos encuentre a los lados y a mí reconciliados».