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Ed. Siruela, año 2010. Tapa dura. Tamaño 22,5 x 15 cm. Traducción de Elena Losada. Introducción y notas de Teresa Montero. Estado: Usado excelente. Cantidad de páginas: 332

queridas-mias-lispector363Por Teresa Montero

Los primeros veinte años de la trayectoria literaria de Clarice Lispector transcurren durante las décadas de 1940 y 1950, período durante el cual ella residió en Nápoles, Berna, Torquay y Washington. Clarice escribió dos novelas en el extranjero: La ciudad sitiada (1949) y La manzana en la oscuridad (1961), puesto que La lámpara (publicada en 1946) estaba ya terminada cuando llegó a Nápoles. También produjo varios cuentos, incluidos en los volúmenes Algunos cuentos (1952), Lazos de familia (1960) -que reunía los seis cuentos del libro anterior y otros siete inéditos- y La legión extranjera (1964).

Sumados a estos textos hay una vasta correspondencia enviada a los amigos y, especialmente, a sus hermanas Elisa Lispector y Tania Kaufmann. Algunas de estas cartas han sido recogidas en Cartas cerca del corazón (2000) y Correspondencias (2002).

De las cartas de Clarice a los amigos se sabe que fueron recibidas con gran euforia. En palabras de Otto Lara Resende, «leer las cartas de Clarice es como saborear botellas de champán espumeante», confesó el escritor en Eu sou uma pregunta [Yo soy una pregunta] (1998). La calurosa recepción puede ser explicada, en parte, por la imposibilidad de que los destinatarios conociesen Europa en plena guerra. A ojos de sus amigos escritores, Clarice adquiría un encanto especial porque vivía en el extranjero. Además, su partida después del lanzamiento de su primera novela, Cerca del corazón salvaje, aparecida en diciembre de 1943, creó un aura de misterio a su alrededor. Un mes después de la presentación del libro se fue con su marido, el diplomático Maury Gurgel Valente, a Belém, y seis meses más tarde ya estaba en Nápoles, donde su marido asumió su primer destino en el extranjero. Por lo tanto, los libros siguientes fueron publicados mientras ella vivía en Europa; sin embargo, Clarice siempre acudió a las presentaciones en Río.

La publicación de Queridas mías compone una especie de trilogía de las cartas, y ejerce un papel especial en este triángulo dado que reúne una parte significativa de la correspondencia inédita de Clarice Lispector, en la que se pueden seguir de forma continua sus pasos por el extranjero. Este conjunto de cartas se encontraba en los archivos particulares de Elisa Lispector y Tania Kaufmann.

La publicación de 120 cartas inéditas, seleccionadas en los archivos de las hermanas Lispector, era necesaria para proporcionar un dibujo más preciso de los primeros veinte años de la trayectoria literaria de Clarice Lispector. Además del potencial biográfico e histórico, Queridas mías cumple el papel de preservar la memoria literaria brasileña a través de las correspondencias, tan valoradas desde las vanguardias, que nos han permitido conocer numerosos pormenores de la vida literaria y los meandros de la creación. Basta leer, por ejemplo, las cartas de Mário de Andrade, Carlos Drummond de Andrade y Manuel Bandeira.

Otro aspecto que debe ser destacado, sin duda uno de los rasgos más marcados de Queridas mías, es el hecho de que a través de la correspondencia es posible mostrar una historia de «amor y de ternura entre hermanas», una historia semejante a la registrada en la película sobre las hermanas Brontë, que Clarice vio en Nápoles, según comenta en una de sus cartas.

Esta historia se puede seguir desde 1940, incluso antes de que Clarice dejara Brasil. Las cinco primeras cartas de este volumen muestran a Clarice y a Elisa viviendo con su padre, Pedro Lispector, en una casa de Tijuca. A la muerte del padre, en agosto de 1940, las dos hermanas pasan a vivir con Tania, entonces casada con William Kaufmann. Elisa, la mayor, tenía un carácter reservado; su primera novela, Além da fronteira [Más allá de la frontera], fue escrita sin que su hermana Tania lo supiera. En las cartas se advierte el pudor de Elisa ante Clarice a la hora de comentar su primer libro, publicado sin que ésta supiese siquiera de qué trataba. La pasión por las letras era compartida por igual por las tres hermanas Lispector. En las cartas, Clarice se siente más a gusto con Tania cuando siente la necesidad de tratar problemas personales. A pesar de ser la pequeña, Clarice no deja de ejercer una actitud maternal hacia ambas; se dirige cariñosamente a Elisa o Leinha (el nombre de Elisa en ruso era Lea) como «nietecita mía»; a Tania o Naninha como «hija mía».

En conjunto, estas cartas prueban la importancia del núcleo afectivo que siempre mantuvo Clarice, dispuesta a sentir en profundidad la experiencia de vivir casi dieciséis años fuera del Brasil.

Clarice Lispector registró prácticamente mes a mes su vida cotidiana en el extranjero, siempre marcada por la huella musical que la acompañó en diversos momentos, desde los conciertos a los que asistió hasta los discos que compró: de Chopin a Beethoven, de Carmen Miranda a Vicente Paiva; la construcción de las novelas, la ansiedad y las dificultades para publicarlas, cómo repercutían en ella los comentarios de los críticos, los museos que visitó, las películas o las obras de teatro que vio; el placer de leer a Rosamond Lehman y a Emily Bronté…, todo ello vivido por un temperamento «disperso y soñador», como lo definió ella misma en una de sus cartas. Asimismo, las cartas recogen sus tareas diarias como esposa de diplomático o la fascinación que sobre ella ejerce la maternidad: su primer hijo, Pedro, nació en Berna; el segundo, Paulo, en Washington.

Por más personal que sea una conversación entre hermanas, estas cartas dejan entrever cómo el contexto histórico interfería en la cotidianidad de Clarice, como se puede apreciar en este fragmento:

«Lo que me ha perturbado íntimamente es que las cosas del mundo hayan llegado para mí a un punto tal en el que tengo que saber cómo encararlas, quiero decir, la situación de guerra, la situación de la gente, esas tragedias. Siempre las encaré con rebeldía. Pero al mismo tiempo que siento la necesidad de hacer algo, siento que no tengo medios. Me dirás que sí tengo, a través de mi trabajo. He pensado mucho en ello y no veo el camino, es decir, un camino de verdad»

Su vida privada estuvo marcada por acontecimientos importantes de la historia política europea. Su travesía a este continente en plena guerra es un capítulo aparte. Clarice tiene experiencias propias de un aventurero. El viaje se inicia a partir de su salida de Río de Janeiro, en julio de 1944, en dirección al aeropuerto de la base americana de Parnamirim, en Natal, donde estuvo seis días. En su ruta de viaje pasa por el continente africano, donde visitó los poblados de negros de Fisherman’s Lake, en Liberia, así como las pirámides de Egipto, la ciudad de Casablanca, tomada por los soldados ingleses, franceses y americanos, y el desierto del Sahara.

Su estancia en Nápoles, durante un año y nueve meses, entonces considerada zona de guerra (por donde transitaban los que se dirigían a los campos de batalla y los que volvían para descansar y curarse), la puso en contacto con los soldados brasileños heridos en combate cuando trabajó como voluntaria en la Sección de Servicio Social del Servicio de Salud de la Fuerza Expedicionaria Brasileña. Acerca de los soldados brasileños, Clarice narra un episodio pintoresco: la samba que inventaron a bordo del barco sobre una especie de galleta americana, dura, que empapada en leche se pone blanda». Todavía en Nápoles vio la lava del Vesubio un año después de su erupción. Si en Nápoles, como dijo, tenía una vida «donde en ningún momento se respiraba sola» (puesto que vivía en el consulado), en Berna, segundo puesto diplomático al que fue destinado su marido, «se respira incluso sola».

En Berna, Clarice descubrió el existencialismo de Jean-Paul Sartre y escribió lentamente su tercera novela, La ciudad sitiada, «que no avanza, por falta de estímulo». De vez en cuando enviaba cuentos y crónicas para que Tania las publicase en los suplementos literarios brasileños. También le gustaba comentar sus lecturas: François Mauriac, Tolstoi, Simone de Beauvoir. Nunca dejó de ir al cine, su actividad favorita desde los tiempos de Río, «echo en falta Cinelàndia, llena de cines donde podía entrar a la hora que quisiese, sola o acompañada». La visita a los museos también formaba parte de su día a día. La visión de un cuadro, por ejemplo, podía inspirarle la creación de un texto para su columna «Children’s Corner» en O Jornal.

En Berna entendió con más claridad lo que les sucede a algunas personas expuestas al «desarraigo de esta vida en el extranjero». En la carrera diplomática, observa Clarice, «se está completamente fuera de la realidad, en el fondo no se entra en ningún ambiente, y el ambiente diplomático está compuesto de sombras y sombras». Eso le hace admirar aún más a su padre, Pedro Lispector, un inmigrante que dejó su tierra natal y supo «tener una vida nueva». La vivencia del desarraigo fue tema de muchas de sus cartas.

«Estamos espiritualmente cansados, físicamente cansados […]. Puedes imaginar que dentro de unos años estaremos exhaustos. El cuerpo y la cabeza están constantemente buscando una adaptación, nos quedamos desenfocados, sin saber ya qué somos y qué no somos. Ni mi ángel de la guarda sabe ya dónde vivo»

Después de tres años viviendo en el extranjero, Clarice comenzó a sentir que escribir cartas o telefonear ya no le bastaban. Y es que para ella «no existen los lugares, existen las personas». De ahí su insistencia en deshacer el aura de encanto que se creaba en torno a alguien que vivió la experiencia de residir muchos años en Europa:

«Creo que ustedes piensan que llevo tan buena vida que unas cartas de más o de menos me dan lo mismo. Aunque llevase esa vida tan maravillosa necesitaría vuestras cartas. Y aún más cuando mi deseo es sobre todo estar ahí, en el Brasil. No es que no me guste esto. Pero me hastío y me aburro siempre, en cualquier lugar»

El cambio de destino de Maury le permitió volver a Río de Janeiro en junio de 1949, aliviando durante unos meses la sensación de estar «desenfocados». Al año siguiente, el matrimonio Gurgel Valente ya tenía las maletas preparadas para residir seis meses en Torquay, Inglaterra. En el siguiente destino, Washington, Clarice relata su habilidad para conciliar las tareas domésticas, los compromisos diplomáticos y la maternidad. Es el período de escritura de La manzana en la oscuridad.

Queridas mías es fruto de una época en la que existe un creciente interés por la correspondencia y el manuscrito literario, que, en tanto que documentos privados de un autor, muestran etapas de su proceso de creación y cuentan momentos de su vida y del país. La importancia de las cartas en papel crece significativamente en la era de internet; cartas como éstas, redactadas a mano o a máquina, se transforman en objetos de culto.

Queridas mías tiene el poder de transportar al lector a otro tiempo: el tiempo de Clarice, cuando las palabras eran saboreadas de otra forma. Un tiempo en el que todo era más lento si lo comparamos con la velocidad de un ordenador: las cartas que llegan por correo, el uso del telégrafo, la comunicación entre localidades distantes a través de la radio. Un tiempo, confiesa Clarice a Tania, en el que «recibir una carta tuya a veces tiene el mismo sentido que tendría abrir las ventanas de un cuarto donde yo llevase semanas encerrada»

INDICE
Introducción
QUERIDAS MIAS
Río de Janeiro
Belém
Lisboa
Roma
Nápoles
Florencia
Berna
París
Torquay
Washington
Notas